Capítulo 26

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Mirabel llevó a los niños al sitio tras las cortinas donde estaba el resto de su familia, Annie de inmediato corrió a Julieta, y tanto su tía como su tío comenzaron a elogiar a la niña, Luisa se les unió animando a su hermanita, incluso Isabela le acomodó los mechones sueltos de su cabello con un lirio blanco detrás de la oreja.

Antonio fue atraído de inmediato a Pepa, quien con una nube pequeña sobre su cabeza que soltaba apenas una suave llovizna, le decía al niño de cinco años que ya estaba muy grande, todo mientras Félix con cariño ahuyentaba la nube para no empapar al pequeño.

Mientras observaba la escena de sus padres con Toñito, Camilo se deslizó a su lado, pasándole el brazo por los hombros y atrayéndola a un abrazo lateral. Mirabel resopló suavemente, recargando su cabeza contra la de su mellizo. Los ojos de la quinceañera pronto orbitaron hacia Dolores, quien le miraba con una pequeña sonrisa y le asintió con aprobación (su hermana debió escuchar lo que habló con su mami y también lo que habló con los niños). Pronto, su hermana mayor inclinó su cabeza, lo que significaba que se encontraba concentrada en una conversación en específico.

—La abuela dice que es hora —anuncia Dolores con tranquilidad, mirando a Toñito con cariño para después dirigir su mirada a la tía Julieta, quien asiente en agradecimiento y se vuelve hacia Annie.

—Te estaremos esperando al lado de tu puerta, mi solecito —le dice Pepa a Antonio, dando un último beso a la mejilla del menor para después caminar hacia Félix, quien animó al niño para después salir con su esposa de ahí, Julieta y Agustín los siguieron un momento después, ya que debían tomar posiciones en la cima de las escaleras al lado de las puertas de cada niño.

Isabela los siguió casi de inmediato con Luisa, dejando a los de amarillo al último.

—¿No vienes? —le pregunta Camilo, habiéndose detenido cuando se dio cuenta de que Mirabel no los seguía, Dolores también se detuvo, mirando por sobre el hombro.

—Estaré con ellos aquí —respondió para ambos con una sonrisa, y sus hermanos asintieron, continuando su camino hacia el lugar que ocuparían entre las personas. Mirabel entonces se giró hacia los niños que estaban posicionados ya tras las cortinas. Annie rebotaba sobre las puntas de sus pies, mientras que Antonio jugaba con sus manos nerviosamente. La quinceañera se pegó a la orilla donde no sería vista por la audiencia —. Hey —les susurró, el discurso de la abuela había comenzado. Ambos niños volvieron su mirada a ella —. Estará bien, lo prometo —aseguró con una sonrisa reconfortante, lo que menos deseaba era que tuvieran nervios, no si estaba ella ahí para hacer algo al respecto.

Los niños le sonrieron vacilantes, solo para volver la mirada al frente cuando las cortinas comenzaron a correrse. El silencio vino y Mirabel sabía que todas las miradas fueron hacia los niños (era así, siempre así, ¿por qué todas las miradas debían caer sobre unos niños de cinco años?). Ella observó a sus hermanos, y su corazón se encogió, notando que ambos se encogieron ante las miradas, completamente incómodos y nerviosos (las miradas serían diferentes a las de anteriores ceremonias, ahora eran expectantes, cuestionando si tendrían un regalo, si fracasarían o si ella había sido el preludio de una catástrofe). Antonio volvió la mirada hacia ella con urgencia, una súplica silenciosa mientras sus ojitos se llenaban de lágrimas, a su lado, Annie miraba a la audiencia con terror, hace solo unos instantes había lucido tan segura y emocionada, pero ahora...

Cualquier pensamiento en su cabeza se detuvo abruptamente cuando Antonio estiró su brazo con la mano abierta, pidiéndole a Mirabel que la tomara —. Te necesito —le susurró con voz llorosa y una mirada suplicante.

El tiempo se congeló para Mirabel por un instante, un sudor frío recorriendo su espalda ante la idea de salir y caminar por ese pasillo (ya lo había superado, ya lo había aceptado, pero aún así, ¿revivir ese momento? Era aterrador). Pero ese era su hermano pidiéndole que lo acompañara, esa era su hermana asustada y necesitada de un soporte, y el amor de Mirabel por esos dos era más grande que su miedo, así que dio un paso al frente, saliendo a los reflectores, ignorando los jadeos o susurros, evitando prestar atención para ver que miradas tenían, ella solo se puso en medio de ambos niños y tomó sus respectivas manos, logrando que ellos la miraran.

Arde, mi bella estrellaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora