Capítulo 35

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Mirabel siente leves punzadas en su cabeza, al menos son tolerables, así que sólo intenta recuperarse, sintiendo sus piernas como gelatina mientras Dolores e Isabela la ayudan a ponerse de pie cuando finalmente se han calmado de llorar y no querer soltarla.

Eleva su mirada hacia el cielo, observando las estrellas de la noche y no puede evitar sonreír.

—¿Mira? —le llama Camilo con confusión, soltando pequeños resfríos por el llanto.

Mirabel mantiene la mirada en las estrellas, y sabe que las miradas de todos ya están sobre ella —¿Sabías que las estrellas son nuestros antepasados observandonos y cuidando de nosotros? —pregunta de manera general, una especie de paz se instala en su pecho —. El abuelo Pedro dijo que ellos siempre velan por nosotros.

—¿Pedro? —la pregunta temblorosa de su abuela finalmente hace que Mirabel aparte la mirada del cielo, solo para girar un poco la cabeza para notar que su abuela está de pie a unos metros lejos de ellos, observándola con el rostro pálido.

—Lo conocí, abuela —le dice suavemente con una sonrisa, solo para sentir como pierde la fuerza de sus piernas y su visión se oscurece por unos instantes. Dolores e Isabela la sostienen con fuerza y alarma. Luisa, Camilo estirando sus brazos con una mirada asustada, como si estuvieran preparados para atraparla, mientras Pepa y Bruno se separaron alarmados de sí, dispuestos a lanzarse hacia Mirabel —. Estoy bien —los intenta tranquilizar —. Creo que necesito descansar —agrega, haciendo una pequeña mueca.

—De verdad que sí, nubarronita —dice Pepa, soltando un suspiro cansado, enganchando su brazo en el del tío Bruno, mientras la tía Julieta se hunde en un abrazo con él.

—¿Quieres que te lleve en mi espalda? —le pregunta Camilo a Mirabel.

—O yo puedo llevarte —dice Luisa de inmediato —. Puede que ya no tenga mi don, pero aún puedo, ¿sabes?

Mirabel les sonríe agradecida, pero niega con la cabeza —. Quiero hacerlo por mis propios medios, necesito hacerlo —está determinada a seguir de pie, firme en la tormenta, fuerte en la tempestad, justo como sus padres le enseñaron, además, no quería mostrarse débil, no quería preocupar aún más a su familia.

—¿¡Pepa?! ¡¿Mirabel?! ¡¿Niños?! —las miradas pronto recayeron en Susan, quien llegó corriendo a dónde estaban. Su tía era un desastre total, su vestido estaba rasgado de la parte inferior, su cabello siempre atado en una coleta alta estaba suelto y su frente sudaba —¡¿Están bien?! —pregunta Susan de inmediato, corriendo hacia Pepa quien ya tenía a Félix a su lado —¡Los temblores nos atascaron en el pueblo! ¡Y las grietas! —su tía los miró rápidamente a todos, revisandolos con la mirada hasta que sus ojos aterrizaron en Mirabel —¡Oh Dios mío! —exclamó, moviéndose de inmediato hacia Mirabel, solo para colocar las manos en sus mejillas y mover la cabeza con cuidado, revisándola.

—Tía, tranquila, ya estoy bien, solo fue un rasguño —intenta que su tía baje el ritmo, ya que está sintiendo como empieza a temblar mientras remueve su cabello para ver si encuentra alguna herida.

—Si rasguño lo llamas morir y volver a la vida, si, te lo acepto —resopló Camilo con mal humor, recibiendo un codazo en la costilla por parte de Luisa.

—¿Qué...? —cuestionó Susan con voz temblorosa, mirando de Camilo a Mirabel.

—Ya estoy bien, lo prometo —le susurra, intentando calmarla. Susan muerde su labio, y al final cede, besando su frente.

—¿Segura que estás bien? —la voz de Mariano llega, acercándose a ellos con un grupo de personas mientras se acerca dónde están todos los nietos, luciendo pálido y parándose al lado de Susan y mirando a Mirabel en busca de una herida que se haya escapado (porque han visto la sangre, está seca y la sensación molesta a Mirabel, pero debe verse peor de lo que se siente, porque Mariano y Susan la miran con angustia).

Arde, mi bella estrellaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora