Capítulo 38

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El sol estaba poniéndose, el cielo teñido en tonos naranjas y violetas, sería una vista preciosa si tan sólo el ambiente no fuera tan deprimente.

Isabela observó como su tío Félix cargaba en brazos a Mirabel para llevarla como princesa mientras dormitaba, totalmente agotada por el llanto y la crisis que sufrió. El chal que llevaba la tía Pepa sobre sus hombros ahora estaba sobre Mirabel, cubriéndola del mundo exterior como si eso la ayudara a ser menos visible. Sabía que esto molestaría a Mirabel más tarde, que su hermana se frustraría consigo misma por haberse derrumbado de aquella manera frente a ellos, ojalá entendiera que no necesitaba ser valiente con ellos, que así como siempre se aseguró de que ellos mismos podían hablar de lo que les preocupaba aplicaba igual para ella... Isabela mordió su labio, viendo cómo sus tíos se adelantaban y salían con Mirabel de lo que antes fue Casita.

Sus ojos marrones pronto volvieron a la mancha en el suelo y apretó la mandíbula. De alguna forma, ver la sangre seca en el suelo le producía náuseas, queriendo hacerla llorar de nuevo al recordar cómo su hermana estuvo muerta por varios minutos y el dolor que Isabela experimentó hasta lo profundo de sus huesos.

Esa mancha era un recordatorio para todos y les lastimaba rememorar la muerte de su querida Mirabel, así que no sólo Isabela se encontró evitando ese sitio en particular, de hecho, todos los miembros de la familia lo esquivaban.

Ver a Mirabel tan destrozada, asustada y pequeña rompió el corazón de Isabela. Fue una idiota. Por supuesto que esto le afectaría más a Mirabel, ella fue la que experimentó la muerte, el miedo previo a ella... Ojalá Isabela pudiera quitarle eso.

Soltando un gruñido de frustración mientras las lágrimas resbalaban silenciosas por sus mejillas, dio un giro sobre sus talones, dirigiéndose directamente al sitio donde había visto aquel bote de pintura que uno de los niños trajo. No prestó atención a las miradas que su hermana y primos le dirigieron, o a sus padres para el caso. Con rabia apenas contenida, abrió la lata de pintura y se volvió hacia donde había estado antes.

Con frialdad, lanzó toda la pintura sobre el sitio, cubriéndolo de color gris hasta que no quedó nada del color rojo oscuro en el suelo. Al terminar, sintió como si el aire volviera a sus pulmones, así que abandonó el bote vacío en el suelo y se alejó de ahí, pasando a todos de largo.

No soportaría ver más la sangre de su hermanita tiñendo el suelo.
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Adaptarse era un reto. Isabela estaba trabajando con el hecho de que las flores ya no brotaban con sólo pensarlo y con un movimiento de su mano. Habían pasado dos semanas después del derrumbe y la perdida de los dones mágicos, así que aún se mantenían en un proceso de adaptación.

Una parte de Isabela se siente libre, lejos de las ataduras que implicaban tener su don, por otro lado se sentía vacía y triste, porque justo cuando se estaba redescubriendo a si misma y a su don, éste se fue. Así que eran sentimientos contradictorios con los que ahora estaba lidiando.

Aunque tampoco estaba llorando a su don, es decir, dolía más la idea de haber perdido a Mirabel, ese dolor no se podría comparar por nada, ni siquiera por ese don mágico que la acompañó por casi toda una vida, así que Isabela tampoco estaba luchando tanto contra eso.

—¿Isa? —la mayor de los nietos dirigió la mirada a Mirabel, quien venía cargando a Antonio en sus brazos totalmente dormido, mientras Annie iba en su espalda en un cabestrillo improvisado y también totalmente dormida —. Llevas mucho tiempo mirando esas macetas, ¿estás bien? —pregunta con un poco de preocupación, unas manchas oscuras se han mantenido debajo de los ojos de su hermanita, reflejando el cansancio que se ha acumulado un poco.

Arde, mi bella estrellaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora