✨1. RETAZOS DEL PASADO

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1.I TREN AL INTERIOR

Camino desde Bilbao a Santa Cruz de Campezo 1928


1. II VIAJE AL AYER


 Camino desde Bilbao a Santa Cruz de Campezo 1928

Me encontraba vacía. Aquel día, la tristeza era la dueña de los rincones más ocultos de mi alma. Llevaba puesta una angustia húmeda, de esas que calan hasta los huesos. Toda posibilidad de optimismo había desaparecido para dejar paso al llanto. Mis ojos, aunque ya secos, mantenían la huella del dolor. No en vano, sentía que con mi hermana, Micaela, se había marchado una parte de mí. Esa sensación me hizo recordar del día que abandoné Moreda, mi pequeño pueblo natal, para dirigirme a Neguri y convertirme en aprendiz de la cocinera de un rico abogado y político de origen Vasco que vivía a caballo entre Madrid y Bilbao. Mi recuerdo apareció de improviso como una liebre saliendo de su madriguera:

Era avainillado. Con olor a infancia y a hogar. A leche caliente y bizcocho.

Nuestra despedida fue tan dura como aquel día de enero en el que marché: La fría niebla, tan habitual en todo el valle Ebro en invierno, contrastaba con la calidez de las lágrimas resbalando por mis mejillas. Micaela, se resistía a dejarme. Su mano se estiró hasta llegar a la ventana del lujoso carruaje que habían enviado a recogerme. Saqué mi torso por la ventana hasta conseguir que sus dedos tocasen mi cara.

Por un instante mis pensamientos se distrajeron del recuerdo cuando alguien entró en el vagón para acomodarse a mi lado.

El carruaje comenzó a moverse y miré hacia atrás por la ventana. Madre, estaba sonriendo. Siempre había supuesto, quizá como autoconsuelo, que cuando tienes que sacar adelante a nueve hijos, no tener que preocuparte por otra boca era motivo de regocijo. Aunque los mayores ya estaban emancipados y podían apañárselas solos, todavía tenía que criar a Jacinta, Emérita y la pequeña Sabina, quién, por aquel entonces, solo era un bebé. Además de, por supuesto, colocar a Micaela. Ya fuera por eso, o porque la vida había curtido sus manos y su corazón por igual, ella permaneció impasible ante mi marcha.

Mi cuerpo, movido por el traqueteo, temblaba como una hoja. En parte por eso, en parte por el frío y el miedo. Estaba saliendo por primera vez de mi pequeño pueblo natal en el que había crecido. Las oscuras, huesudas y retorcidas viñas anunciaban ya el final de Moreda y lo único que reconfortaba su pensamiento era pensar que desde mi nueva morada podría ver el mar.

Aparté aquellos lejanos recuerdos de mi mente. Muchos años habían pasado desde entonces y muchos otros viajes habían visto mis pupilas acompañando al Marqués por toda la geografía española como su cocinera personal. Al volver a la realidad, el vagón del tren estaba casi al completo. Al final del trayecto encontraría a mi cuñado y mis... tres ¡no!. Mis cuatro sobrinos. Corregí recordando al pequeño recién llegado, Luis.

Por un breve instante, la tristeza se disolvió. Aproveché para secar mis lágrimas con el dorso, dejando un reguero de sal. Volver a abrazar a las niñas y conocer al pequeño recién nacido sería la única alegría que podría ofrecerme aquel viaje.

El trayecto prometía ser largo. Dejar mi mente a su libre albedrío no me parecía la mejor de las ideas: Saqué de mi bolso un grueso manojo de cartas. Todas ellas cuidadosamente organizadas y unidas por un lazo de raso y un único remitente, Micaela. Por mucho que intentara evadir la realidad, hay inevitabilidades de las que no podemos escapar. Por ejemplo, la desoladora certeza de que jamás volvería a recibir ninguna otra letra de ella. Me vi fugazmente tentada a releer la misiva en la que mi cuñado me informaba de su defunción y me pedía que acudiera a Santa Cruz para su funeral. Rápidamente, deseché esa posibilidad. Lo último que quería era volver a estallar en lágrimas. Mucho menos , ahora que el tren estaba abarrotado de gente. Me decanté por leer otra. Una mucho más alejada en el tiempo. Quizá la más juvenil y divertida. La que me conducía a la Micaela que quería recordar. Deshice el hatajo y la abrí. En su trazo se podían ver las manchas de tinta típicas al detener la escritura. Sus letras eran desiguales y torpes.

Sin embargo, es gris. (En edición)Where stories live. Discover now