✨5 AQUÍ Y AHORA: 5.IV La curiosidad mató al gato

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Benigna lleva días sin poder pegar ojo, por una vez, su insomnio no se debía únicamente a la tos. Después de una mañana de arduo trabajo su imagen no había sino mejorado. Sus horribles ojeras y su piel translúcida la convertían en una especie de muerto viviente

—¡Tengo un aspecto horrible! — Se lamentó al ver su imagen reflejada en el espejo de su habitación. Con un mohín se dispuso a adecentarse para la cita. Afortunadamente, Marciano había elegido una hora alejada de las comidas. Tras recoger el desayuno y dejar preparado todo para el almuerzo, podría escaparse y estar de vuelta para las tres, hora en la que siempre comían los señores los domingos.

Recordar la llegada de la nota, seguía alterando su ánimo:

El sabor dulce del desayuno aún estaba presente en sus papilas gustativas. Llegaba a primera hora de la mañana de la mano del lechero quién, se había ganado por derecho propio, su fama de cupido oficial. No en vano, y según la única leyenda urbana que parecía ser real, se había enamorado de la dama de compañía de la señora. En consecuencia, estuvieron intercambiando correspondencia hasta que finalmente se desposaron. Ella dejó el servicio para dedicarse al no menos noble menester de ser madre. Varios años y algunas hijas después, el "lechero" seguía apareciendo de cuando en cuando y siempre para entregar este tipo de cartas. Por esa razón la llegada del despacho causó un enorme revuelo en la mansión. Más aún al ver que la destinataria era la solitaria Benigna.

No sin cierto esfuerzo, consiguió serenarse y la tomó con firmeza recibiendo a su vez, el pedido de leche fresca. Pronto todo el mundo la había rodeado queriendo saber el origen de aquel recado. Su tez abandonó por un instante su palidez para tornarse escarlata. Afortunadamente, para ella la nota era especialmente escueta y discreta. Solo anunciaba la intención de darle algo.

—Es de mi cuñado—informó para todo el gallinero— lo más probable es que hayan llegado las niñas y madre—. Dijo ensalzando que se trataba del marido de su hermana.

Aquella mañana los nervios había cerrado por completo su estómago. Camino de la casa de Marciano, Benigna oyó la campana de la iglesia tocando a menos cuarto. Sentía que no debería acudir, pero ¡tenía tantas ganas de ver a las niñas! Su tos interrumpió su caminata y sus diatribas.

Jamás podré llegar a entender a estos humanos: ¿Qué diantres les sucede con esos sentimientos que les tornan medio locos? Acaso podía Benigna sentir ¿miedo? Durante el tiempo que tomó a Benigna acercarse a la casa me puse a divagar sobre su naturaleza y cómo puede adueñarse de uno mismo. Tomando nuestro control para preservar nuestra salud sacando a la luz nuestro más primitivo egoísmo.

Nada más llegar subió las escaleras hacia el primer piso de la casa encalada. Luego, llamó a la puerta con un rítmico y femenino tamborileo. A la espera de Marciano abra, se mesó el vestido con nerviosismo. Pronto la puerta cedió y fue invitada a entrar. Sin decir palabra Benigna miraba el entorno con curiosidad. Ambos se acomodaron en la cocina que ya vestía una mesa y algunas sillas que pudo reconocer de Santa Cruz.

—Gracias por venir Benigna—No sabía si aceptarías la invitación— dijo Marciano.

Mientras ella se acomodaba en una silla él hizo lo propio con la que estaba enfrente. La estancia no era grande. Si no fuera por la blancura de sus pequeños azulejos, que daban una mayor sensación de amplitud, probablemente le hubiera parecido pequeña. Sin embargo, estaba limpia y tenía un buen hogar, lo cual, prometía mantener la calidez necesaria durante el invierno. Le sorprendió ver a Marciano totalmente informal. No se había colocado la txapela y había dejado su pelo castaño alborotado por el camino. Tampoco llevaba chaleco y su camisa estaba desabotonada y arrugada en las mangas hasta el codo.

Sin embargo, es gris. (En edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora