✨Parte 9 MICELIOS ESCONDIDOS: 9.3 Aprendiendo a golpes

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La cita con la profesora de Mercedes era algo que había mantenido especialmente preocupado a Marciano. Entretanto, procuraba mantenerse lo más ocupado posible. La actividad siempre le ayudaba a controlar las fieras que, todavía hoy, sentía dormitando en su interior.

El barbero apuraba con tiento las curvas de la mejilla del oficial. Su rabia se extendía por su sistema nervioso tensando cada tendón de sus extremidades hasta transformar sus manos en garras. Consciente de que la rigidez hacía imposible mantener firme su pulso separó la hoja metálica. Con dificultad luchó por hacer lo mismo con esos pensamientos que le invitaban a rebanar a aquel bastardo.

Limpió bruscamente los restos de pelos y jabón de la cuchilla con el trapo que colgaba de su cintura mientras inhalaba profundamente. Viendo que era insuficiente, soltó todo el aire de sus pulmones. Esperaba que la respiración le ayudara a retomar, por lo menos, el control de su cuerpo poseído. Mientras su mente , todavía secuestrada, recitaba el ojo por ojo de la ancestral ley del Talión.

Una sonrisa en los labios de esa escoria puso a hervir sus vísceras. Entre aquellos muros todas las necesidades debían ser satisfechas con autosuficiencia, pero no había que ser muy listo, para darse cuenta de que aquella tarea no era más que otra maldita prueba. Pensó en la abrumadora fragilidad del ser humano mientras. el intenso olor a amoniaco de unos pantalones empapados por la orina, hacían regurgitar recuerdos a su cerebro. Los oscuros fotogramas revelándose en sus retinas se traspasaban luego a sus huesos. Demostrando que el miedo era capaz de hacer añicos a cualquier hombre hasta convertirlo en poco más que un títere endeble y obediente.

Sus sienes palpitaban con violencia amenazando con hacer explotar su cabeza al alzar la cuchilla. Con su mano libre ladeó la cabeza de aquel engendro dejando su carótida expuesta. Retomó el afeitado arañando su pescuezo decapitando cada minúsculo bello capaz de alzarse. Ni siquiera se dio cuenta de que se había convertido en verdugo hasta que notó cómo un a pegajoso y caliente líquido se adhería a sus manos. El hombre seguía escupiéndole a la cara aunque, esta vez, con su propia sangre. Retándole a que mantuviera sellados sus párpados y condenando mutuamente sus vidas. Retiró la sustancia ferruginosa para comprobar que , en su delirio, había malherido al militar. La incisión no parecía muy profunda, pero , aquella marea roja que empapaba ya todo su uniforme, y por lo tanto, era peligrosa. La raja se abría paralela a la línea del mentón. El barbero quedó inmóvil, extasiado ante el reloj de su pecho del moribundo. Empeñado en medir con exactitud sus últimos momentos con sus rítmicos esputos bermejos. Obligándole a aceptar que, incluso el monstruo más inhumano, era poseedor de un corazón. La cabeza del guardia había cedido y su cara mostraba ya una preocupante lividez. Más pronto que tarde, sería un cadáver.

El tacto de una mano en su hombro sobresaltó a Marciano que estaba mirando fijamente la puerta de salida como si pudiera ver a través de ella.

—Marciano ¿estás bien? —quiso saber Benigna. No había que ser ninguna lumbrera para ver que su estado de ánimo se encontraba tan encapotado como el día.

—¿Eso no debería preguntarlo yo? —preguntó girando el picaporte y permitiendo la entrada de un aire, tan preñado de humedad, que podía mojar —si no te sientes con fuerza puedo ir solo.

—No. Estoy bien. Pero caminemos despacio, por favor —Solicitó mientras acomodaba su minúsculo cuerpo dentro del chaquetón de fieltro que había tomado del perchero.

—Por supuesto, tú marcarás el paso —. Dijo mientras tomaba un paraguas negro lo suficientemente grande como para darles cobijo.

Benigna sintió un vacío. La ausencia de ese humor burbujeante que se movía siempre en el límite de la decencia. Al retirar el abrigo, vio el precioso sombrero que le regaló Marciano. Sin permitirse pensarlo demasiado, se lo colocó.

Sin embargo, es gris. (En edición)Where stories live. Discover now