✨ 5. AQUÍ Y AHORA: 5. V La proposición.

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La pregunta formulada por Benigna era tan simple como complicada ¡Por supuesto que había ocultado cosas a Micaela! Benigna parecía querer algo propio. Suyo. Que no compartiera con su hermana. Esa certeza pilló un poco a contrapié a Marciano.

—¿Sabías que estuve a punto de volver a la cárcel por segunda vez en mi vida ¿verdad?— preguntó Marciano intentando saber exactamente hasta dónde sabía ella.

—Sí—. Afirmó con rotundidad.

—Muy bien. Te lo contaré todo. Pero luego, espero la misma sinceridad por tu parte—sin esperar respuesta, Marciano se levantó a coger agua y algún refrigerio.

—¿Quieres agua, vino, algo de comer?— preguntó solícito como buen anfitrión.

—Solo agua— respondió ella con un gesto de agradecimiento.

—Probablemente, ya sepas que conseguí incautar el dinero que Micaela daba a Mercedes destinado al altar de nuestra "Buena y bendita Señora de Ibernalo ¿Verdad?— en sus palabras había un regusto ácido.

Benigna asintió varias veces con un movimiento repetitivo de cabeza.

— También estarás al tanto de que con ese dinero, y con el beneplácito y la ayuda de los médicos locales, compré instrumental que usaba para extraer muelas y tratar los males de la boca en la barbería ¿no es así?— Tanteó de nuevo Marciano.

— ¡Por supuesto! —aseguró Benigna. Estaba segura de ser conocedora de toda aquella historia que él pensaba secreta— y de la monumental discusión que tuvisteis tú y Micaela cuando te denunciaron— siguió añadiendo ella—. Por no olvidar al "diablo pagano que fuiste cuando te marchaste diciendo que no necesitabas la oración de ella ni la gracia de ningún Dios para salir de esa y que no consentirías que tirase así el dinero que tanto te costaba ganar en supersticiones de pueblerinos"

Recitó una Benigna reproduciendo las palabras exactas empleadas tiempo atrás por un enfurecido Marciano.

— ¿Todo eso dije? —preguntó sorprendido encogiéndose de hombros— Es probable. Me pega—. Aceptó sin darle mayor importancia.

—Solo tienes que leer la carta adecuada—. Ofreció Benigna haciendo un gesto divertido con la barbilla hacia la montaña de cartas sobre la mesa. —Realmente parece que necesitas tenerlas más que yo—rio.

—Pues bien, después de esa horrible pelotera, estuvimos un tiempo sin dirigirnos la palabra y el tema económico-religioso acabó por ser tabú entre nosotros. Por eso jamás le conté cómo me libré de la acusación—dijo mientras observaba con atención la cara de Benigna—. Mucho menos, cuáles pudieron llegar a ser las consecuencias de aquello si la pantomima no hubiera dado resultado— dijo mientras veía crecer la intriga en sus ojos. Todo en ella denotaba su interés.

— ¿Qué hiciste entonces? —Preguntó ansiosa. Era como si pudiera oír un capítulo atrasado de su folletín radiofónico favorito.

— Bueno— continuó Marciano haciéndose el interesante—. Tras recibir la denuncia, no quise inmiscuir a los médicos que tanto habían hecho por mí hasta ese momento. Me lo habían enseñado todo y ellos mismos me abastecían y sugirieron que, dada la falta de regulación en su uso, podría usarla para aligerar el dolor de aquellos que acudían para quitar muelas. —explicó.

—Son muy pocos los que pueden acudir a la ciudad y costearse un odontólogo—aceptó Benigna—. La mayor parte se la arrancan ellos mismos sin ningún tipo de asepsia o cuidado.

—Decidí presentarme en el colegio de Odontólogos con la barba de varios días, desharrapado y con esta bota de vino y olor a vino barato—dijo tomando el recipiente de piel al que había aludido—. Lo único que me apena es que tuve que romper y ensuciar la ropa hasta que estuvo hecha jirones. De esa guisa me planté delante de la puerta y llamé.

Sin embargo, es gris. (En edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora