✨7. LA MUERTE ES LA PUERTA A UN NUEVO CICLO: 7.I Como melocotones maduros

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Benigna adoraba ir al Mercado

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Benigna adoraba ir al Mercado. Allí podía ver la materia prima, tocarla y seleccionarla. Amaba esa fiesta de color y aroma. No tanto la voz de los tenderos, que a voz en grito, se desgañitaban como gallos con la primera luz, intentando atraer la atención de los compradores.

El marqués le había pedido una tarta de melocotón , sin duda, con intención de agasajar a uno de los ilustres invitados . Afortunadamente, se acercaba septiembre, todavía era un buen momento para los melocotones tardíos. Luego pensó que pronto tendría que hacer otra para celebrar el cumpleaños de Mercedes.

Tenía poca experiencia en las relaciones pero mucha en la cocina. Creía que el amor , como un buen postre, requería de su buen tiempo de horneado y mimo. Después de todo, el afecto no era muy diferente a la fruta madura y jugosa que ahora mismo tenía entre sus manos. Ella había tenido tiempo. Había dejado crecer y madurar sus sentimientos, hasta tal punto que se había enamorado de una imagen ficticia e irreal que cada día, se estaba haciendo más de carne y hueso.

Por experiencia sabía que el amor romántico no era amor de verdad. Era apenas un espejismo que se presentaba a las personas sedientas. Con la madurez de ver tantos soles había aprendido que lo sucedido entre ellos no iba mucho más allá de saciar esa necesidad. Él amaba a su hermana y por eso se dejaba influir por sus directrices aun estando muerta. Diez meses no eran suficientes para reparar un corazón. Hasta el tiempo tenía sus límites. Creía totalmente imposible que él pudiera sentir algo más que respeto, cierto cariño y compasión. En el mejor de los casos, aderezado con goloso y dulce deseo.

Por un breve instante, su mente le condujo de nuevo a la barbería. El olor y el tacto del cuero de los sillones. Las manos de Marciano en su pelo. Los besos húmedos en sus labios evocando los fantasmas de su pasado y encendiendo su fuego a partir de los rescoldos de un recuerdo.

La pasión, aunque importante en toda relación, no era suficiente. Al menos no para ella. Lo consideraba un mero instinto. Algo primitivo compartido por animales y humanos en la búsqueda de su propia satisfacción y hedonismo. El amor. Era otra cosa. Ni siquiera pensaba que todas las personas estuvieran bendecidas con la capacidad de amar a alguien que no fuera ellos mismos. Era patrimonio exclusivo de las personas más altruistas. Capaces de alegarse por el bien ajeno. Por ello , las personas capaces de amar eran a su vez las mismas capaces de sacrificarse. Por mucho que lo intentara era incapaz de entender el porqué de aquella proposición: ¿Remordimiento?, ¿pena?, ¿agradecimiento?, ¿honor?, ¿conveniencia?. Todas ellas, por desgracia, coincidían con las que Benigna menos quería escuchar.

Por mi parte, estaba cada vez más convencida de que en vez de ir al purgatorio había ido a parar al infierno. Había influido en él creyendo que estaba ayudando y , por el contrario, lo único que había logrado era empeorar las cosas. Mis capacidades sobrehumanas de poco o nada me servían.

Entretanto Benigna, por fin, encontró lo que estaba buscando. Unos estupendos melocotones de viña con tacto aterciopelado y olor a estío. Su hallazgo le ayudó a salir de su trance y a expulsar sus imperecederos pensamientos autocompasivos que le acompañaban.

Sin embargo, es gris. (En edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora