9 MICELIOS ESCONDIDOS: 9.V Duerme, cariño.

53 7 79
                                    


Benigna llevaba varias noches sin poder descansar bien. Desde la operación, sus pesadillas se habían multiplicado hasta tal punto que raramente era capaz de dormir del tirón. Esa noche no iba a ser una excepción. Aquel nuevo viaje al reino onírico estaba provocando que su corazón bombeara tan frenéticamente que hacía temer que sus arterias explotasen. Su pecho se expandía agitado, intentando llevar oxígeno a unos pulmones, trabajando por encima de sus posibilidades. Su cabeza se ladeaba incómoda a izquierda y derecha. Debatiéndose contra esas manifestaciones de su subconsciente. Su cuerpo, era poco más que un conjunto de huesos y músculos, a merced de alguna quimera monstruosa. Toda su anatomía se revolvía abruptamente entre las sábanas. Sus brazos y piernas luchaban histriónicamente contra algo que parecía retenerla cautiva.

De repente, como un resorte, la lucha cesó y Benigna se levantó de la cama. Sus ojos estaban abiertos de par en par, pero parecían estar fijos en un lugar muy lejano. Sin cubrirse, y con los pies descalzos, salió a tientas de su habitación. Su figura blanca en camisón cruzó la solemne oscuridad del pasillo. Sus pasos eran lentos como imperturbables. Parecía flotar sobre las baldosas del largo corredor. Aunque hacía frío, su piel parecía no acuciarlo. Como si fuera, un autómata llegó hasta la cocina. De la estancia , emanaba una tenue luz cálida. El fuego del hogar, que cada noche en invierno se alimentaba antes de ir a dormir, todavía crepitaba. Sus llamas, lejos de dejarse morir, parecían ocupadas, susurrando los secretos confiados durante las largas noches; Cobijándolos del viento hasta ser poco más que rescoldos con la llegada de las primeras del alba.

Benigna, todavía en ese extraño estado entre el sueño y la vigilia, se dirigió al armario blanco que hacía las veces de despensa. Abrió una puerta y tomó primero una taza. Luego, se puso de puntillas hasta alcanzar un tarro situado en la repisa de arriba. Con las manos ocupadas por ambas cosas, se dirigió a la mesa sin siquiera intentar cerrar la alacena. Contra todo pronóstico, depositó ambas cosas con precisión milimétrica sobre la mesa. Luego rellenó la taza con el agua de una jarra cercana sin derramar una sola gota. Sin mayor dilación, añadió al líquido un puñado del oloroso preparado del tarro. Las hierbas secas quedaron flotando lánguidamente sobre el agua. A continuación, la cocinera giró en redondo con la taza entre sus manos hasta el hogar encendido y colocó el recipiente sobre uno de los fogones.

Cuando la infusión comenzó a burbujear y el olor del preparado invadió la estancia, Benigna, asió por el asa la taza con su mano desnuda. El dolor era una de las emociones más intensas y profundas, pero ella, parecía no acuciar siquiera incomodidad. Aun cuando el ardor ya se manifestaba con la rojez que se extendía por su mano derecha. Haciendo uso de ese sorprendente estado de insensibilidad, Benigna engulló la infusión sin siquiera filtrarlo. Su faringe ardía, pero nada parecía perturbar aquel hieratismo. Ni siquiera aquella tisana casi a punto de ebullición. Nada Benigna, seguía sin manifestar la más mínima molestia. Con paso firme y calmado se dirigió hacia el fregadero. Dejó la taza sin limpiar en él y avanzó hasta tomar asiento, en una de las sillas de madera y mimbre.

El misterioso brebaje no tardó demasiado tiempo en ejercer su efecto. Benigna, que permanecía sentada cuál estatua románica, cerró sus párpados de golpe. Sus globos oculares empezaron a danzar inquietos bajo ellos. Tal cual ocurría habitualmente en las primeras fases de un sueño humano.

De repente, Eustaquia irrumpió en la estancia. Su enorme mata de pelo seco, tan negro como cano, caía sobre su cuerpo enjuto, que había llegado envuelto en una mantilla; A la luz del fuego, parecía más que nunca una bruja. Como si algo la hubiera advertido, se abalanzó sobre su hija con y comenzó a zarandearla con fuerza, esperando obtener una respuesta que no llegó.

Ver el recipiente con hierbas medio vacío, sobre la mesa la detuvo. Lo cogió y aspiró su aroma emitiendo un chasquido de disgusto. Era indudable que ese hallazgo le había desagradado sobremanera.

Sin embargo, es gris. (En edición)Nơi câu chuyện tồn tại. Hãy khám phá bây giờ