✨ 6 LA TINTA EN MIS VENAS: 6. IV La familia

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Ni Mercedes ni Mila hubieran imaginado nunca que en aquel lugar, además de una nueva vida, encontrarían una familia. Adentrarme en sus cabezas infantiles me parecía algo realmente fascinante. Solo los niños eran capaces de fabricar su realidad conjugando de formas únicas la fantasía y realidad. Hasta entonces, para las pequeñas hablar de sus tíos era como hacerlo sobre personas mágicas, casi mitológicas que vivían en tierras lejanas e inaccesibles. Por eso, creían que jamás llegarían a conocerlos sin atravesar antes por interminables océanos de aventuras. La ficción favorita de Mercedes consistía en una gesta que les enfrentaría a unos piratas a los que debían arrebatar un mapa. Solo entonces podrían encontrar su escondite.

Las pequeñas acababan de poner fin a esta utopía cuando su Abuela explicó que varios hermanos de su madre habían seguido los pasos de Benigna y, tras abandonar Moreda, se habían instalado por la zona.

—¿Se parecerá a Madre tanto como la tía?— Preguntó Mila a Mercedes recordando aquel día en el que casi le da un soponcio al ver a Benigna.

—Creo que no. Pero tampoco yo la he visto nunca antes ¿recuerdas? Quizá quieras preguntar a la abuela—. Dijo entre risitas conociendo de sobra lo que diría su hermana.

El pequeño caserío de Algorta en el que vivía Emérita ya se podía ver a lo lejos. En la puerta había dos niñas jugando que entraron para avisar a su madre al ver que se acercaban. Pronto había tres figuras para recibir a las otras tres.

— ¡Abuela la hemos echado de menos!—dijeron las niñas ante la mirada un tanto perpleja de sus primas.

—¿Así que... vosotras sois las pequeñas de Micaela verdad?— Preguntó Emérita con demasiada familiaridad mientras pellizcaba sus mejillas—He oído hablar mucho de vosotras. Ellas son vuestras primas Begoña y Manuela, aunque en casa la llamamos Manu—aclaró poniendo la mano sobre la cabeza de la menor de las niñas. Justo la que tenía más parecido con Mila.

—¿No ha traído a Luisito con usted?—preguntaron las niñas ansiosas a su abuela. Tenían ganas de ver al bebé.

—No—Respondió Eustaquia— tenía algo de temperatura. Los dientes, ya sabes...—indicó mirando a su hija como si la pregunta hubiera partido de ella—. Se quedó al cuidado de su padre, pero me viene bien porque tengo asuntos importantes que tratar contigo—. Añadió Eustaquia.

—¿Por qué no jugáis juntas en la calle un rato, niñas? Os llamaremos para la merienda— la orden fue formulada en forma de pregunta. Las cuatro niñas se alejaron y comenzaron a hablar mientras las mujeres entraban en la casa.

En el salón de la vivienda se encontraba, Martín. El marido de Emérita, era albañil y músico. Una combinación un tanto pintoresca. Dado que tocar el saxofón durante los festejos, y verbenas no era suficiente, desempeñaba otro tipo de trabajos. El hombre, que estaba leyendo la prensa, incorporó su cabeza plateada para dedicar un saludo de cortesía a su suegra antes de volver a sumergirse en su lectura.

Emérita condujo a su madre rápidamente a la cocina y le ofreció asiento. Sabía por experiencia que la paciencia no era una de las mayores virtudes de la anciana. Eustaquia no tardó en abordar el tema que, al parecer, le había traído hasta allí.

—La verdad es que necesitaba hablar contigo. Lamentablemente, tardaré aún en volver para echar una mano con los periódicos—se excusó la urraca.

—Pero Madre, Martín ya tiene trabajo y hace lo que puede ayudándome con el reparto del que usted se encargaba—protestó Emérita — ¡Pensé que esto iba a ser cosa de un par de semanas y se ha alargado meses con el traslado!

Por lo que pude deducir, tanto Emérita como Eustaquia solían ayudar a Sabina con el reparto y la venta de periódicos, ya que la más pequeña de las hermanas regentaba un Quiosco de prensa. Emérita en consecuencia se pasaba el día de acá para allá llevando los ejemplares encargados por los locales primero e intentando vender los excedentes a cualquiera que tuviese curiosidad y unos reales.

Sin embargo, es gris. (En edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora