✨LA MUERTE ES LA PUERTA A UN NUEVO CICLO: 7.5: Lamiendo las heridas.

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Benigna no entendía lo que había pasado. Ella debía morir. Estaba preparada para no volver a una vida sin futuro. Prefería pensar que estaba muerta, pero en cuando sus ojos se acostumbraron a la luz sabía que había sido expulsada de la caverna. Por un breve momento, volvió a cerrarlos solo para sumirse en la apacible oscuridad y perderse en las mieles de la ignorancia. Como en el mito platónico, se resistía a su liberación. Pero la experiencia ya le había enseñado que el autoengaño era ese oasis que aparecía en el desierto: Capaz de mantener viva tu esperanza, pero incapaz de calmar tu sed.

Durante meses había hilvanado todo para que cuadrase en su ausencia: Marciano establecido y con un negocio rentable en funcionamiento. Las niñas con un presente y un futuro. Madre obligada a través de su juramento. Por desgracia, ella había vuelto para descompensar su perfecto equilibrio rasgando así las frágiles puntadas. Demasiado cansada como para poder hacer algo más que tomar costosamente el aire a su alrededor era cada vez más consciente de que estaba despertando de su obligado letargo. El efecto de la analgesia disminuía y con ella se incrementaba su dolor. 

A medio camino entre la vigilia y el sueño, Benigna notaba cómo todo se desmoronaba a su alrededor.  Su mundo cedía bajo unos cimientos inciertos que iban cediendo bajo el peso de la realidad. En su cabeza aparecían flashes. Recuerdos que, a medida que aparecían,  iba atribuyendo a su imaginación y al efecto de los narcóticos. Imágenes que su cerebro era incapaz de reconocer o interpretar: Gárgolas sombrías intentando atraparla. Vapores de núcleos luminosos intentando retenerlos disolviendo la penumbra.  Pero sobre todo, yo.  Desde el espejo de su recuerdo pude verme reflejada.  Para ella era una misteriosa aura gris que la atraía.  De alguna manera se sentía llamada a fusionarse conmigo.  Ese espectro frío e inquietantemente familiar.  Al unirnos, por un instante, sentía cómo se disolvía en mi abrazo.  Justo cuando fue obligada a volver al mundo humano. Mientras como pequeña niña perdida, Benigna invocaba a su madre.  

De forma lógica me vi inevitablemente sentenciar a compararnos. La Benigna espiritual que recordaba era bastante distinta a la imagen que ella tenía de mí. Ella era un haz de luz luminoso, rodeada de sinuosos vapores que se asemejaban a figura antropomorfa. Recordé cómo, de pronto, la blanquecina niebla que formaba su silueta comenzó a agitarse y a oscurecerse.  Justo en el instante en que el humo negro comenzó a hacerse presente a su alrededor emergiendo de su oscuridad aquellas entidades oscuras. De forma casi inmediata un escudo cálido de luces nos rodearon.  Lo que habíamos presenciado no dejaba de ser tan intrigante como inquietante.  Desafortunadamente, cada cual era más descabellada. Tenía frente a mí todo un jardín de las delicias. Tan caótico como hermoso. Habría perdido memoria y cuerpo, pero mi creatividad y mi sentido del humor eran, sin duda, envidiables.

 Todo parecía indicar, que una vez acabada nuestra vida tal como la conocíamos. Comenzaba su opuesto. La "no vida".  Donde éramos poco más que un conjunto de distintos vapores en distintos grados de oscuridad y luz.  Probablemente, eran último resquicio que de nuestra vida material quedaba: Agua y energía. En este punto, de nuevo, todas mis teorías se desparramaban y se desordenaban en una explosión de posibilidades. La existencia parecía ser una especie de taijitu taoista. Un Yin y un yang que todos llevábamos en nuestro interior y que desde él se expandía a todo el universo. Una metafísica en el que el uno formaba parte de un todo y en el que las propias fuerzas opuestas buscaban su equilibrio. Como la luz solo tiene sentido con la oscuridad. La vida solo adquiera sentido con la muerte.  Ambos precisaban de su opuesto para poder tener sentido. La definición del propio ser desde el no ser. Un cosmos propio y ajeno en el que en la luz generaba la sombra a sus pies. Un círculo, eterno y perfecto. Un equilibrio de fuerzas que se contrarrestaban y complementan a la vez.

Inmersa, como me encontraba, en aquel nuevo enfoque no vi que Doña Eustaquia se acercaba acompañada de las niñas.

Lo primero que advirtió Benigna era que Marciano no las acompaña. Pensó que no podía reprochárselo.

Hola Benigna ¿cómo te encuentras? preguntó Eustaquia.

Benigna. Solo respondió con un movimiento afirmativo de cabeza. Ella era solo dolorAhora mismo  solo existía para concentrar sus esfuerzos en seguir respirando.  Se sentía totalmente incapaz de hablar. 

¡Tía! Nos tuviste tan preocupadosdijo Mercedes haciendo gala de un dramatismo propio de su madre.

Pero ahora te recuperarás y pronto vendrás a casa con todos nosotros hablaba ahora Milagros totalmente encantada de que Benigna fuera a instalarse en su casa. Por el entusiasmo de su voz más parecía una fiesta que una necesidad. Hemos preparado una habitación para ti ¿Sabes?

Apenas habían tenido tiempo de intercambiar un par de palabras cuando apareció la enfermera.

Vengo para revisar el drenaje y hacer la cura ¿Podrían esperar fuera de la habitación? solicitó la mujer a todas las visitas.

Todas se apresuraron a salir. De repente, Mercedes se paró. Volvió sobre sus pasos y se acercó rápidamente a su tía.

Padre nos pidió que te diéramos esto dijo Mercedes alargando una carta¡casi se me olvida!

El brazo de Benigna se resistía a obedecer. Hizo un gesto con la mano que la chiquilla interpretó como un gesto de afirmación. Así que la dejó entre sus dedos. Luego la niña se despidió y con pasos rápidos se dirigió nuevamente la salida.

En la habitación solo quedaban Benigna y la sanitaria. La oronda e inmaculada mujer de cofia blanca y mediana edad retiró la carta para poder realizar su cometido.  Fue entonces cuando Benigna se percató del tubo que asomaba desde uno sus costados para vaciar las secreciones de sus pulmones. Prefirió volver la vista y no pensar en ello. Se abandonó dispuesta a dejarse llevar por las aguas de su río mientras la mujer cumplía con su cometido.  Para distraer sus pensamientos, miró la carta que reposaba ahora lejos de su alcance. Pero no sintió nada. Ni curiosidad, ni emoción. Solo el más desgarrador agujero. Tampoco prestó atención a las amables palabras que le dedicaba la enfermera. Su voz sonaba distorsionada en la cabeza de la paciente.

Se recordó a sí misma leyendo la misiva postmortem de su hermana.  El dolor de su cuerpo estaba ahora parejo con el de su alma.  Fue, sin lugar a dudas, una de las lecturas más duras y reveladoras de toda su vida. Su adiós póstumo fue lo que le convenció sobre la necesidad de aceptar la propuesta de matrimonio a sabiendas de que todo sería una pantomima para confundir a Doña Eustaquia. A costa de destrozar su corazón ya quebrado. No en vano, aquella confabulación maquiavélica no podría acabar más que en la más clásica de las tragedias. Su decisión iba de la mano con su actual penitencia. Sin duda había mucho que sanar en Benigna. Demasiado. Pero haría lo que fuera preciso para ayudarle a lamer sus heridas. Por el momento, tenía que conseguir que ella abriera aquel sobre en blanco. 

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¿Hola almas inmortales? Sé que hace mucho que no escribo. Pero la historia sigue su proceso.

Ahora mismo Benigna se resiste a seguir viviendo. Está cansada de luchar ¿Qué crees que ocurrirá? ¿Qué piensas que tiene que decir Marciano? 

¿Te ha ayudado este capítulo? Te leo.


Sin embargo, es gris. (En edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora