✨6. LA TINTA EN LAS VENAS: 6. III. Al descubierto

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Pilar se encaminó a paso ligero hacia el agujero negro. Cuando se encontró frente a él no se permitió vacilar. Sin pensarlo se encaramó a él y reptó por su angosto interior. Sus pies todavía permanecían extramuros cuando sus ojos comenzaban a adaptarse a la oscuridad del interior. Sus pupilas se dilataron y pronto pudo ver a su derecha una cuna con su dosel y varias sillas. En la pared izquierda descansaba una pequeña cama. Al fondo una puerta abierta permitía acceder a un corredor embaldosado. Con la ayuda de manos y piernas luchó por salir del estrecho canal. De repente oyó el tañido de una campana a su lado. Alguno de sus movimientos había debido accionar, por accidente, un mecanismo. La función de aquel ingenio era alertar a las hermanas de la llegada de cualquier nuevo miembro a la comunidad de abandonados.

Comenzó a sentir nerviosismo. Su corazón se aceleró hasta que la fuerza del bombeo llegó en sus sienes. Se le acaba el tiempo. Se retorció con frenesí como un gusano de seda pretendiendo abandonar su crisálida. Le hubiera gustado poder salir de allí volando convertida en mariposa. Los pasos apresurados del pasillo llegaban cercanos y nítidos cuando consiguió liberarse y cayó al suelo con pesadez. Sin pensarlo dos veces y serpenteó hasta encontrar cobijo bajo la cama. En un instante había pasado de insecto a reptil. Apenas unos segundos después dos faldas oscuras llegaban a su lado. No se atrevió a mirar. Permaneció inmóvil y en silencio bajo la cama casi temiendo respirar. La verdad es que había pasado mucho tiempo planeando aquella incursión pero jamás había reparado en las posibles consecuencias de ser descubierta. Pilar se obligó a desechar aquellos pensamientos que no hacían sino empeorar su ansiedad.

Una voz de mujer se escuchó alta y contundente en el cubículo.

— ¡Vamos a ver qué alma nos está esperando aquí! ¡Pido a Dios que, sea lo que sea, se encuentre sano y saludable!— Pilar pudo ver una enagua blanca a escasos centímetros de su cara. Poco después oyó a la misma voz llamando a otra._ ¡Hermana Asunción aquí no hay nadie!— Anunció.

Su compañera dirigió sus pasos presurosos hacia la oquedad. Pilar, desde su posición a ras de suelo, solo podía imaginar la estampa que esta discurriendo a escasos metros de ella.

— ¡Qué extraño!— Exclamó la segunda monja de voz más grave y añeja—. El mecanismo del torno está en reparación, pero no pensé que el problema afectara también a la campana—. La duda y la confusión eran patentes en la tal Sor Asunción.

De repente, se hizo el silencio. Como si la religiosa fuera incapaz de reflexionar sin él. Pilar temía que comenzara a revisar la habitación.

— Habrá que avisar al señor director—la voz más experimentada volvió a sonar—. Lo más probable es que no sea problema de la campana, — podía sentir cómo el estómago de Pilar dio un vuelco su respiración se detuvo expectante— sino a ese horrible gato callejero. Pero parece que hemos encontrado la vía de escape de ese hijo de lucifer.

—¡Si por lo menos en vez de robar comida cazara ratones!— apuntó la hermana más joven.

Pilar suspiró tranquila, si bien, su estómago permanecía todavía encogido. Al parecer no sospechaban nada de su presencia allí. Su plan todavía podía seguir su curso.

—Sí. Lo haremos en cuanto regrese de su descanso ¡Definitivamente no podemos dejar que ese gato sarnoso se pasee por aquí a sus anchas!— Su queja sonaba distante y el susurro de sus faldas al caminar imperceptibles.

Aun así, Pilar todavía no se atrevía a salir de su escondrijo. El silencio se había adueñado del pasillo cuando consiguió reunir el valor necesario para asomar su nariz bajo la cama. Al no ver rastro de las monjas salió de la seguridad que le ofrecía el lecho. Sabía que si quería poder llegar a la oficina a tiempo no podía demorarse más. Con el sigilo del felino que las religiosas habían salido a buscar llegó al corredor rezando por no encontrar a nadie más en su camino hasta la oficina. Por fortuna, no pasó mucho tiempo hasta que vio la una gran puerta de madera de salida. Dentro del amplio portalón se dibujaba el contorno de otro vano menor. Indudablemente lo había conseguido. Justo a la izquierda de la entrada principal se encontraba la oficina de dirección. Solo unos pasos la separan de ella. Sin dar tiempo a que la duda se hiciera poderosa abrió y cerró la puerta tras ella. Tragar saliva le llevó más tiempo que traspasar el umbral de aquel deprimente estudio.

Sin embargo, es gris. (En edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora