✨4. Olor a mar: 4. III ¡Y a la porra el mundo!

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 Tras abandonar el hotel, Benigna sugirió tomar algún transporte hasta la ubicación del local que debían visitar, en la calle Rosales. Ella había dejado una señal a modo de reserva y ahora Marciano debía refrendar el acuerdo y firmar el contrato si todo estaba en orden. Precisamente, ese era el objetivo de su viaje.

—¿Qué te parece si cogemos ese coche de caballos? —señaló con un movimiento de cabeza.

—Si tenemos tiempo preferiría ir andando. No quiero malgastar dinero y prefiero estirar las piernas—propuso—hace tanto que no oigo ni huelo el mar—Sus ojos parecía perderse en un lugar lejano—aunque no me traiga buenos recuerdos debo reconocer que ejerce un efecto balsámico que no me vendrá mal.

Ella, no había sido sincera. Tenía miedo de caminar y que Marciano detectase su precario estado de salud. Su fatiga era continua y cualquier sobre esfuerzo impedía que sus maltrechos pulmones pudiesen desempeñar su cometido. Por ello, se vio tentada a mentir. En verdad, le hubiera gustado que el día estuviera más encapotado. En ese caso, habría tenido alguna posibilidad de persuadirle. Sin embargo, aquel parecía el único maldito día despejado de toda aquella lluviosa primavera. Incapaz de encontrar razones para oponer resistencia le guio por el paseo paralelo a la ría. Por lo menos, su precioso paisaje, la daría excusas para ir parando a cada rato. Especialmente con todo el trasiego de impresionantes caserones que había erigido la alta burguesía.

Después de toda la correspondencia intercambiada con Micaela creía conocer a Marciano como el lector de una novela conocía a su protagonista. Esperaba que mantener su cabeza ocupada con una interesante conversación le mantuviera suficientemente distraído.

Continuar con la conversación sobre el mar parecía lo idóneo. Esperaba que él relatara alguna historia sobre su estancia en Menorca, cuando estuvo preso en la isla. En aquel momento, Benigna sintió un ligero remordimiento. Como un tahúr jugaba una baza conociendo las cartas de su contrincante. Hacer uso de sus recuerdos dolorosos era algo que le parecía deleznable. Aun así, no podía permitirse el riesgo.

—¿Perdiste acaso algo en el mar Marciano?—Preguntó Benigna buscando su respuesta—Lo miras como si estuvieras buscando algo.

—Demasiado—su respuesta era tan franca como triste —mi ingenuidad, gran parte de mi juventud y a ratos la esperanza y las ganas de vivir—confesó. Sus ojos dorados volvían a perderse en el horizonte.

—El mar era lo único que podía ver desde la prisión. Aparte de a mis compañeros y carceleros, por supuesto—aclaró antes de continuar—Vidas arrebatadas por luchar por las de sus seres queridos o por defender sus ideas: Pensadores, escritores, artistas, filósofos, profesores. Eran en aquel lugar los más peligrosos de entre los delincuentes ¿Irónico, verdad?

Benigna asintió mientras casi imperceptiblemente ralentizaba su marcha. Marciano no tardó en reanudar su historia.

No hubiera sido tan terrible si no fuera porque los días se contaban con la creciente lista de compañeros y amigos perdidos—explicó. Una catarata de muerte cubrió sus ojos— Los años se escurrían entre los dedos como el agua al intentar atraparla con las manos. Durante mucho tiempo estuve convencido de que solo la muerte podría devolverme la libertad.

Su vista se había perdido junto con sus palabras. Parecía haber viajado mil kilómetros sin haber abandonado aquel paraje. Benigna se acercó y tocó su hombro solo para comprobar que se encontraba bien.

—Pero tu hermana, digamos que... me curó. Consiguió que volviera a encontrarme. Trajo de nuevo la paz y la alegría a mi corazón—Hay males que nunca sanan del todo, pero capaces mejoran con cuidado y amor.

Sin embargo, es gris. (En edición)Where stories live. Discover now