✨8. MÁS ALLÁ DE LA REALIDAD: 8.3. Confesiones

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Quién sabe cuánto tiempo más tarde, Pilar ya había puesto al corriente a su tía de todo lo que le había ocurrido durante los últimos meses. Incluido el largo trayecto en autobús junto a ese chico guapo de ojos azules y lo rarísimo que se encontraba su padre. Benigna escuchaba atentamente sin perder el más mínimo detalle. A medida que su sobrina iba relatando, en su cabeza se dibujaban imágenes de todo. Como si estuviera sentada en un salón de cine.

—Padre también me advirtió que usted no puede hablar mucho—explicó Pilar—. Es por eso por lo que prefiere escribir.

Benigna era incapaz de comprender a qué se refería su sobrina. En su cara se dibujó una mueca de absoluta incomprensión. Salvo esa primera y extraña carta no había vuelto a tener noticias de Marciano. De hecho, desde la operación, parecía haber desaparecido misteriosamente de su propia casa. Ella, a menudo se torturaba con esa omisión. Pensaba que, su sola presencia, le generaba tal repulsión que prefería dormir en la barbería. Sin embargo, si se paraba a pensarlo, había cosas que no cuadraban en aquella teoría. ¿Por qué pidió a Mercedes que le diera aquel calco? ¿Por qué había ido a buscar a Pilar?

—¿Cartas?—Preguntó Benigna guturalmente. Su garganta quemaba como si hubiera tomado tequila a palo seco.

—Sí—respondió Pilar—Me dijo que le escribía a diario. Que todas las mañanas, antes de entrar a trabajar, dejaba una en su mesilla.

La enferma no podía dar crédito. Aquello solo podía significar una cosa. El olor ácido de la traición comenzaba a escocer como un mordisco a un pomelo inmaduro. Imaginó entonces aquella habitación envuelta en penumbra. Eustaquia entraba y, como cada mañana antes de abrir la ventana para airear y comenzar el aseo, buscaba a tientas el sobre escondiéndolo en el bolsillo de su delantal. Aquel día, por primera vez desde la operación, Benigna comenzaba a salir de aquella anestesia en la que, hasta ahora, solo había despertado en parte. Una solitaria indiferencia que se le había pertrechado apartándose del bien y del mal. Hubiera querido maldecir y gritar. Dirigir improperios a Dioses y humanos. Ver todo cómo todo ardía a su paso. Por fin, algo se estaba removiendo en ella. El olor floral y melancólico de la tristeza, junto al duro y oxidado hedor de la furia corroída. La psique de Benigna se tambaleaba.

Los humanos tienen un dicho: Dicen que el tiempo todo lo cura. Yo creo que el tiempo todo lo destroza, reduciéndolo a cenizas y de ellas emerge una nueva realidad.

—¿Le ocurre algo malo, tía?—Preguntó confusa.

Ella vivía totalmente ajena al terremoto interno que estaba asolando a Benigna.

—¿Quiere algo?, ¿Un vaso de agua quizá?—preguntó solícita mientras se incorporaba de la esquina de la cama donde había tomado asiento.

Mientras la psique de Benigna pasaba por un seísmo, la de Pilar era un tornado. No sabía cómo abordar el tema que le había atormentado incluso antes de salir de Vitoria.

Pilar tomó el vaso de agua de la mesilla y se lo acercó a los agrietados labios de Benigna sujetándolo mientras ella calmaba su sed.

—Tía, quería preguntarle algo...—por fin se atrevió a decir— ¿Tiene todavía relación con alguien en la maternidad?—preguntó encendiendo todas las alarmas.

Un carraspeo interrumpió su interrogatorio. Por suerte para Pilar, Benigna había ya acabado de tragar el agua. De lo contrario en ese justo instante, alguna de las dos estaría regada. La muchacha aún sujetaba el vaso y el agua sobrante era delatora del temblor de sus manos. Las palabras levitaban. Como yo se encontraban en un limbo esperando ser rescatadas.

—Madre me comentó, antes de morir, que usted estuvo allí de voluntaria mucho tiempo—. También sé, de forma consciente evitó mencionar la procedencia de su información, que fui trasladada desde la maternidad de Bilbao—explicó con nerviosismo—. Ahora que soy mayor me gustaría conocer mi procedencia.

Sin embargo, es gris. (En edición)Where stories live. Discover now