✨3. NUEVOS HORIZONTES: 3.II Benigna y Micaela

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Era viernes y Marciano quería aprovechar para empaquetar algunas cosas. Aún no había recibido noticias de Benigna, pero confiaba en tenerlas pronto y poder comenzar una nueva vida lo antes posible. Su objetivo ese día era comenzar a deshacerse de todo lo que no fuera imprescindible y empezar a empaquetar las cosas más básicas de cara a la mudanza. Con todo el dolor de su corazón decidió empezar por la ropa de Micaela. Sabía que la Iglesia encontraría una nueva portadora.

¡Otra difícil tarea! ¿Es que este infierno no va a acabar jamás? se quejaba mientras llevaba una de sus prendas a su pecho. Aún estaba impregnada por su olor.

Un profundo pinchazo de pura angustia le atravesó al intentar deshacerse de la saya que tenía abrazada. Aun sabiendo que ella hubiera querido que sus prendas fueran a alguien necesitado, no estaba listo. Esas prendas jamás deberían llevar otra fragancia que no fuera la suya. La realidad nuevamente le golpeaba con la contundencia de un experimentado púgil. Dura brutal e inquebrantable. Con la escasa lucidez que le restaba intentó un segundo asalto. Cayendo una vez más a la lona. Abatido, maldijo su debilidad y se dio por vencido. Se dispuso a devolver la prenda a la caja de pandora de la que nunca debió haber salido. Fue en ese momento cuando en el fondo del baúl descubrió un manojo de Cartas.

Se agachó apartando el resto de las pertenencias de Micaela y las tomó entre sus manos con curiosidad. Pudo comprobar que en ellas había un único remitente, Benigna. Sabía que intercambiaban correspondencia desde siempre, sin embargo, jamás había leído nada de lo que se habían escrito la una a la otra.

Podía degustar su curiosidad y relamerme con cada pregunta. Me sentía salivando viendo un apetecible plato. La cabeza de Marciano estaba en ebullición. Y eso se traducía en sentimientos que podría manipular para conseguir mis fines. Estaba convencida de que aquellas cartas incluirían un montón de valiosa información sobre Benigna. Marciano, dejándose llevar por su instinto, tomó al azar una.

A punto estaba de comenzar cuando, el sonido de las campanas de la iglesia le interrumpió. El rítmico tañido le hizo salir de su trance. Con cierta vergüenza, se percató de que estaba a punto de leer correspondencia privada. Rápidamente, devolvió la carta al montón tirándolo descuidadamente sobre la cama. Del bolsillo de chaleco extrajo un minúsculo reloj. Con desgana comprobó que sus manecillas le ordenaban acudir al trabajo. A su barbería.

La nostalgia y la tristeza se hicieron palpables mientras abandonaba la habitación y tomaba, como buen autómata, el camino a la barbería. Un fragmento almizclado y dulzón se adueñó en su mente. De nuevo me vi inexorablemente arrastrada a un tiempo pretérito.

En esta ocasión Doña Raimunda aparecía frente a mí. Era fácilmente reconocible por su delantal de raso gris. La mujer gritaba enardecida:

—¡Pero si no tiene ni dónde caerse muerta!—Claramente se estaba refiriendo a Micaela.

—¡Ahora sí! ¡Entre mis brazos! —Respondió Marciano.

Sus palabras enfurecieron aún más a su madre. Me sorprendió lo premonitorio que sonaron.

—¡Por nuestra influencia entraste como barbero en el hospital militar y conseguimos alejarte de la primera línea de guerra! Por tu orgullo y tu falta de sentido común te apresaron. Nuestra intervención te ayudó a salir de la prisión de Mahón y ahora ¿Así nos lo pagas? —preguntaba la minúscula señora hinchada como un pavo real—¡No esperes nada más de nosotros Marciano!

—¡Claro que no madre! ¡Nunca pedí nada de eso! ¡Puede quedarse con todas sus influencias y todo su dinero!—rebatió Marciano también a voz en grito—Lo único que le he pedido es lo que nunca estará dispuesta a dar: Amor, comprensión y su apoyo a mi matrimonio con la mujer que amo.

Sin embargo, es gris. (En edición)Where stories live. Discover now