✨4. OLOR A MAR: 4. IV La nueva barbería

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―Como puede ver el local es amplio y con un pequeño lavado de cara, en apenas quince días, podría estar adecentado y listo para poder admitir a los clientes que acuden a veranear desde Bilbao. Sería clave aprovechar todo el verano, ya que esta zona es mucho más activa durante el periodo estival ¿sabe usted?

Las palabras procedían de un hombre tan alto como orondo apellidado Cagiga. Llevaba un buen rato deshaciéndose en alabanzas en cuanto a su excelente ubicación y posibilidades. Datos, que con anterioridad, ya había tenido Benigna en cuenta.

A decir verdad, el recinto era espacioso y luminoso, mucho más que el suyo en Santa Cruz. Marciano, pensaba que el rentista bien podría haberse ahorrado toda aquella saliva. También sabía que si la saliva costara dinero, sin duda lo hubiera hecho. El rentista, formalmente ataviado con traje y sombrero apenas si se dirigía a ella salvo para soltar algún esporádico y empalagoso halago.

― Su señora tuvo buen ojo al interesarse por el establecimiento y ponerse en contacto conmigo― sonrió jactancioso dando una calada a su cigarro― pero, por mucho que las queramos, a la hora de los números es preciso que tratemos de hombre a hombre. Usted ya me entiende ¿verdad?

Cagiga, envuelto en una nube de humo, dio a marciano con su codo un par de golpecitos en su costado buscando complicidad. Como si fuera un prestidigitador, sujetaba el cigarro con la comisura de sus labios mientras sacaba y alargaba el contrato. Marciano, que no tenía ganas de dar explicaciones, así que cogió la carpeta sin corregir su equivocación.

Benigna mentiría si dijera que no estaba acostumbrada a ese tratamiento paternalista y condescendiente. Aunque se encontraba molesta era demasiado educada para decir todo lo que pasa por su cabeza. Lo que más le fastidiaba en ese momento era el seco e invasivo olor a tabaco que se estampaba directamente a su cara y se atranca en sus ya deteriorados pulmones. Sin poder resistirse a desmentir algo comenzó a decir:

―No soy su...―fue incapaz de finalizar la frase.

Su pecho estalló en una tos oxidada que le impedía respirar. Rápidamente, tomó de su manga un pañuelo blanco y tapó su boca. Con preocupación, Marciano la arropó acompañándola la salida y devolviendo el contrato sin mirar.

Una vez en el exterior, Benigna seguía rota. Su tos seguía una melodía tan rítmica como preocupante. Los segundos transcurrían angustiosos y eternos hasta que la sangre roja se hizo presente en el pañuelo blanco ante la atenta mirada de Marciano.

Benigna se maldijo por no haberse alejado de Cagiga al verle dispuesto a encender su cigarrillo. Desvelar su precario estado de salud de aquella manera tan tonta había sido una estupidez. Era de sobra consciente de lo mucho que le afectaba el tabaco y que este rodeaba todo tipo de reuniones sociales y acuerdos de negocios.

Marciano, por su parte, se encontraba consternado. Con toques de preocupación y frustración. Él también era fumador habitual, pero, sabiendo que Benigna padecía del pulmón, jamás lo hacía en su presencia. Tras este episodio era muy consciente del agravamiento de su cuñada desde que la viera en Santa Cruz.

Cada pequeño detalle era un guante blanco que estampaba en su mejilla y le retaba a ser consciente de la realidad: El pañuelo tintado, la blancura de su piel más acentuada, el claro contraste con su rubor. Y ahora que estaba entre sus brazos, podía apreciar su claro estado febril. La rapidez con la que Benigna actuó era un claro indicativo de lo acostumbrada que está a lidiar con su dolencia. En ese instante Marciano sintió el deseo de estar instalado y lo más cerca posible de ella. Solo tras asegurarse de que Benigna se encontraba mejor, Marciano soltó su agarre para concentrarse de nuevo en el acuerdo pendiente.

Sin embargo, es gris. (En edición)Where stories live. Discover now