✨ AQUÍ Y AHORA: 5.III El tiempo

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¿Qué es el tiempo para alguien inmortal? Los años, los meses y los días no transcurrían para mí como una sucesión ordenada de hechos. Eran los sentimientos, las emociones, los recuerdos ajenos los que conformaban mi realidad. Transportándome de allá para acá atrayéndome a un tiempo y un lugar indeterminado. Construyendo así mi mundo como si de una red formada de nudos se tratara.

Cuando era convocada me sentía como un oso que, liberado de su hibernación, salía de su letargo en primavera. Varios días, o incluso meses humanos podían transcurrir en un pestañeo por lo que tenía que obligarme a conectar esos pasajes como si de fotogramas pegados y cortados de una película se tratara. Porque cada vivencia de la que era testigo era un ahora para mí.

Pero centrémonos en este ahora. Este presente tenía a Benigna como protagonista. Por un lado, su piel casi albina. Una tez que, en vano, intentaba colorear. Por mucho que lo intentara, hacía mucho tiempo que apenas si era capaz de mirarse al espejo. La luna le devolvía el reflejo de una extraña escuálida y demacrada. Una figura en la que no se reconocía.

No era capaz de entender como aquella falta de salud podía ser exaltada como ideal de belleza. Después de mucho leer, algo que también tenía que agradecer tanto al marqués como a su enorme y bien provista biblioteca, Benigna culpaba a la literatura romántica. De instrumentalizar e idealizar el amor imposible. Más aún cuando veía a chicas jóvenes y sanas, en cuanto a salud física se refiere, llegar pálidas y con exceso de colorete a las fiestas. Dispuestas a sumergirse en una pantomima de languidez y fingiendo delicados desmayos a conveniencia

Sí. Cada vez que se atrevía a mirarse maldecía a Alejandro Dumas y a Gustavo Adolfo Bécquer. Los grandes maestros capaces de convertir nubes negras en algodón de azúcar. Masoquistas que con su arte transforman al monstruo en un dios que adorar. Malditos todos. Más aún sí por sus venas corría el talento.

Me resultaba realmente curiosa la transformación de Benigna. Ahora, quería exprimir cada instante. Me parecía interesante observar cómo podía valorar más su tiempo ahora que lo sentía como escaso. Ni sus estados febriles, ni sus escalofríos y su tos la alejaban del sueño de valorar cada minuto como un valioso regalo. Más aún, desde que Marciano había llegado para ocuparse de la supervisión de los últimos detalles de la obra. Ha vivido demasiado tiempo en un invierno y su cuerpo pide primavera, aun sabiendo, que sería muy corta. Hoy, por fin, había quedado en el local. Marciano quería enseñárselo antes de la inauguración y Benigna se encontraba en un estado entre la emoción y la ansiedad. Tanto que olvidó su abrigo en casa. Al pisar la calle no quiso volver, puesto que no sentía el frío y no quería retrasarse. Por algún motivo, su corazón tamborileaba y su estómago bailaba a su ritmo. Manos heladas y Mejillas ardientes completaban el cuadro cuando Benigna traspasó el umbral.

En el interior esperaba ya Marciano. Estaba aprovechando para limpiar. Al oír el quejido de la puerta se volvió mientras pensaba que añadir un poco de aceite a los goznes no estaría del todo mal. A contraluz apareció la silueta de Benigna. Su sombra parecía volar al entrar.

— Bueno, ¿qué te parece?—preguntó ansioso por conocer el parecer de su bienhechora tras los saludos de cortesía iniciales.

—¡Es incluso mejor de lo que he imaginado! —dijo al ver dos grandes sillones de barbero de color escarlata y plata reluciendo frente a sendos espejos.

Benigna comenzó a dar vueltas alrededor de las butacas inspirando su olor a cuero. Incluso el que había traído de Santa Cruz había sido reparado y renovado para que pudiera ir a juego con las nuevas adquisiciones.

—¡Ha quedado impresionante!—exclamó complacida.

—¡Quiero ser tu primera clienta!—solicitó con brillante sonrisa.

Sin embargo, es gris. (En edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora