✨7. LA MUERTE ES LA PUERTA A UN NUEVO CICLO: 7.2 Temores y tratos

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Benigna acudió a casa de Marciano. Sabía que la prueba sería dura y esperaba poder encontrar el valor que ahora mismo le faltaba. Como también, que postergarlo en nada podría ayudar. Era muy consciente de que el tiempo no corre a su favor. El día de la operación se acercaba y veía la necesidad de ir cerrando capítulos. Aunque evitaba pensar en ello, no quiere dejar fantasmas flotando libres por sus pensamientos.

Si ella supiera... — Reí para mí.

Era plenamente consciente de la ambivalencia: La dicotomía entre el tener y el querer. Le gustaría poder decirle tantas cosas: Que no necesitarían de Eustaquia. Que ella misma cuidaría de todos, empezando por él. Que no necesitaban promesas ante ningún Dios cruel solo de tiempo y comprensión para dejar que el río de la vida fluyera. Pero la realidad no era compasiva ni dulce. Sabía que si ella sobrevivía, su dependencia será absoluta. Y con ella, imprescindible la presencia de su madre. Sentía cómo su alargada sombra se cernía en cada recoveco de su camino.

En un primer momento, se sintió aliviada cuando descubrió que en la morada solo estaba la fúnebre figura de su madre cuidando del pequeño Luis. El niño, nada más verla, dejó de gatear y se sentó en el suelo alzando sus dos brazos. Las niñas, que acaban de comenzar el colegio, se encontraban allí. Marciano, había salido a hacer unos recados que luego llevaría a la barbería. En ella había dejado a su nuevo ayudante. Un joven aprendiz que acaba de contratar gracias al crecimiento del negocio.

Eustaquia le ofreció un refrigerio. Cetrinos cuervos parecían revolotear en torno a la anciana prometiendo oscuros augurios. Una mirada bastaba para que Benigna pudiera interpretar el rictus nervioso de la anciana. Al fin y al cabo, la conoce como si fuera su hija...

Benigna, tengo que hablar contigo—. Anunció sin dilación. Tratándose de ella, la sutileza siempre brillaba por su ausencia.

Sé lo que va usted a pedirme, Madre—. Se adelantó Benigna.

La sonrisa tensa de Eustaquia, pasó a demostrar sorpresa. Me era difícil interpretar todos esos sutiles cambios en los gestos humanos. Desde que era un ser inter dimensional me había malacostumbrado. Conocer los pensamientos y preocupaciones de las personas a mi alrededor era tan sencillo que no tenía sentido fijarme en su lenguaje corporal. Ahora maldecía esa falta de entrenamiento. Ese don perdido de poder leer entre líneas.

Quiere que me confiese y que me den la extrema unción antes de la operaciónlas palabras de Benigna sonaron apaciblemente relajadas. Si es importante para usted, no tengo inconveniente alguno afirmó con indiferenciapero no puedo cambiar lo que creo como tampoco puedo cambiar el color de mis ojos.

¿Acaso no temes por la salvación de tu alma?preguntó inquisitiva la anciana¿No te produce temor saber que probablemente pases la eternidad entre los fuegos del infierno? La duda se mantuvo flotando como una pluma mecida por el viento.

A veces me gustaría ser creyente, MadreAfirmó. Sobre todo, en momentos en los que pienso que mis ojos no verán un nuevo díasiguió explicando, sería un consuelo pensar que existe un mundo más allá donde todos pudiésemos vivir en el "felices para siempre" con el que se pone fin a los cuentos. Pero la esperanza no es creenciasu gesto se cubrió de triste. Para creer hay que hacerlo ciegamente. Sin condiciones ni reservas. Dejando aún lado todo resquicio de razón o duda.

Las palabras de Benigna parecían haber mellado el férreo caparazón de la anciana que pasó a un ataque sin contemplaciones.

¡Perdóname por intentar que tengas una vida en el paraíso en lugar de en el infierno como tu hermana! replicó voz en grito¡conoces la maldición!—su voz siguió elevándose¡Sabes lo que significó para todas!su voz atronadora llegaba hasta Zeus. Sonaba fría e impersonal. Metálica y cortante como el filo de un cuchillo.

Sin embargo, es gris. (En edición)Where stories live. Discover now