✨2. DESPEDIDAS: 2.III. Un ángel me envía otro ángel

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En torno a las dos de la madrugada, alguien llamó a la puerta de Marciano. No le importó demasiado dado que seguía sin poder conciliar el sueño. Rápidamente, supuso que al abrir la puerta encontraría a alguna de las niñas nerviosas, por causa de una "sombra aterradora" o "ruido sospechoso". Su sorpresa fue mayúscula cuando vio en el umbral a su cuñada.

—Perdona las horas, pero... tenía que hablar contigo—se excusó la mujer.

La cara de marciano al abrir era digna de ser fotografiada. Estaba tan perplejo como confundido. Nada que pudiera ocurrírsele podía explicar la presencia de su cuñada en camisón delante de la puerta de su habitación. La vela que ella portaba hacía transparentar la blanca tela, dejando adivinar la posición de sus pechos erectos. Marciano carraspeó tragando saliva mientras intentaba desviar su atención de la figura frente a él. Por desgracia, era demasiado tarde. Su cabeza era incapaz de borrar aquella imagen. Gruñó para sus adentros, reprochándose su lascivia y pensando que, de ser creyente, hubiera acabado con su alma en el averno.

—¿Puedo pasar?—preguntó Benigna, mientras a intervalos miraba a su espalda. Temía que alguien pudiera encontrarles en esa situación tan poco apropiada.

Entretanto, Marciano permanecía confuso. Que ella entrara en su habitación resultaba totalmente inapropiado. Los segundos pasaban mientras se intentaba convencer de que aquella inesperada visita en nada debía estar relacionado con lo que él tenía en mente. Finalmente, Marciano tomó la decisión de hacerse a un lado e ir en busca de una chaqueta para ofrecérsela. Se la alargó manteniendo la vista baja pegada al suelo.

—Por favor, tápate. Por lo que veo, la impetuosidad es otro de los muchos rasgos en común que tienes...—carraspeó—que tenías con tu hermana—su autocorrección era un gruñido molesto.

Un intenso rubor cubrió a Benigna. Su color rosado era perceptible incluso a la frágil danza de la vela. Cogió rápidamente la chaqueta y se la echó sobre los hombros sujetándola con su mano libre.

—Lo siento. Pe... perdón no quería incomodarte—su voz sonaba entrecortada y titubeante— no podía dormir y se me ocurrió una idea sobre ya sabes... — su faz todavía no había abandonado el color de la vergüenza. Un inoportuno amago de tos le impidió continuar.

Mientras tanto, la hiperactiva cabeza de Marciano no paraba de imaginarse cosas, a cada cual más inverosímiles. Lo único en lo que podía pensar era justo en lo que no debería.

¿A qué diablos había venido?—se preguntaba—¿a hacerme la vida aún más imposible?—Sus palabras jamás llegaron a sus labios, pero se movía como animal salvaje enjaulado.

Conocía sus limitaciones: Una, de ellas era adivinar lo que Benigna se encontraba urdiendo. Sabía que , por mucho que le diera vueltas, no acertaría jamás. Confiaba en que comenzase a hablar pronto y que, fuera lo que había venido a decirle , le ayudase a quitar de su cabeza aquellos pensamientos que de haber sido creyente, le hubieran llevado directo al infierno.

—Creo que jamás podría deducirlo—un movimiento negativo de su cabeza acompañó sus palabras—. Por favor, siéntete libre de decirme lo que necesites—pidió Marciano.

Ahora, ya consciente de que su primera hipótesis había sido infundada, comenzaba a mostrarse algo más tranquilo su trasiego nervioso parecía ir reduciéndose.

—¿Sabes cortar el pelo como lo llevo yo?—asaltó Benigna de repente.

—¿De pelo?—se extrañó Marciano sin llegar a decir lo que pensaba en voz alta—¿En serio iba a hablarle de cortes de pelo a esas horas de madrugada? Una media sonrisa paternalista apareció en la comisura de su boca.

Sin embargo, es gris. (En edición)Where stories live. Discover now