Marciano miraba las escaleras. Inspiró aire con profundidad antes de comenzar a subir la fortaleza más inexpugnable. La iglesia de la Asunción. Si normalmente ya era reticente a acudir a cualquier tipo de oficio, permanecer en el velatorio o seguir al cortejo fúnebre hasta el camposanto de su propia esposa era demasiado para él. Su ascensión realmente era un calvario. Ahora podía entender a su padre cuando ocupaba el lugar de Jesús durante la procesión de Semana Santa.
Quisiera o no, tenía que hacerlo. Dejarse arrastrar por sus reticencias no era una opción. Decidió que debía enfocarse en los dos objetivos que le han conducido hasta allí:
Su vista permanecía fija en el apuntado pórtico. Esperaba, encontrar a su padre. D. Pablo solía ayudar a D. Gregorio con la preparación de los oficios y Marciano había delegado en el joven párroco todos los preparativos de las exequias. Con bastante seguridad su padre estaría ayudándole. A pesar de las desavenencias familiares, D. Pablo, se había negado a perder todo el trato con sus nietos, a los que él considera inocentes. Por eso, en ocasiones y , siempre a escondidas de su esposa, iba a visitar a las niñas. Tras los recientes acontecimientos, Marciano confiaba contar con cierta ayuda por su parte.
Haciendo un último esfuerzo, Marciano traspasó el umbral indemne. Al fin y al cabo, no era ningún demonio incapaz de pisar suelo consagrado.
Tal y como había imaginado, la iglesia parroquial, donde se estaba llevando a cabo el velatorio, se encontraba en un silencio que la hacía sentir vacía. Destacaba en su frente el retablo dorado dedicado a la Virgen con sus columnas salomónicas ensortijadas entre zarcillos. Marciano se sentía oprimido. Su corazón se retorcía como aquellas columnas que observaban. El aliento le faltaba y toda fuerza parecía haberle abandonado con el ascenso.
Dado que ni D. Gregorio ni D. Pablo estaban a la vista, se apresuró a acercarse al féretro. Avanzó por la nave central, boina en mano, hasta el ábside donde se encontraba el cuerpo de su esposa sin vida. Tan en paz y tan nívea. Seguía llevando el hábito púrpura con el que había salido de casa. La liviana tela marcaba todavía la redondez de su vientre. El pelo largo, suelto a los lados de su cara. Las pupilas de Marciano se tiñen de emoción. No había venido a aguantar sus lágrimas, sino a dejarlas salir. Comenzó así su monólogo de despedida:
—Te perdono Micaela— dijo entre sollozos con voz rota. Su tráquea se había encogido impidiendo que hasta el aire saliera. Como si temiera perderlo para siempre.
Se aclaró la garganta, se recompuso y continuó con su elegía.
— Sé que solo querías salvar a nuestro hijo. Como madre hiciste todo lo que haría la mejor madre. Darlo todo por ellos, incluso a ti misma. Por eso siempre te quise. Por tu capacidad para luchar, por lo que creías justo aun cuando esa equidad fuera en tu perjuicio—se detuvo. La nuez de su cuello bajó dejando pasar su saliva antes de proseguir—. La misma razón que también me llevó a odiarte. Te desprecié por dejarme solo. Te maldije por no quedarte conmigo. Te aborrecí porque hubiera querido que fueras egoísta como yo lo estaba siendo, pero también por hacerme consciente de mi propio egoísmo.
Se detuvo un instante para secar las lágrimas que vadeaban sus prominentes pómulos
—Estoy cansado de rencor, Micaela. Porque el odio me devuelve una imagen de mí que pensé que había dejado atrás para siempre. Necesito perdonarte porque solo así podré perdonarme yo. Porque, como me dijiste hace mucho tiempo: "Para tener el corazón en paz no solo es necesario el perdón de Dios. Es preciso nuestro propio perdón"
La cabeza de Marciano huye al cobijo de un recuerdo otoñal. Con sonido a hojas secas, tonos marrones y olor a tierra mojada.
— Necesito fuerza, Micaela. ¡Ayúdame, para que pueda cumplir con las promesas que te hice!—invocó—. Conseguiré a alguien que cuide de Pilar hasta que estemos instalados cerca de tu familia y pueda volver a mi lado¡Te lo prometí y lo cumpliré! —volvió a jurar Marciano, esta vez frente a su tumba.
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Sin embargo, es gris. (En edición)
Historical FictionMicaela, esposa y madre de familia, decide dar a luz a su hijo aun a costa de su propia vida. Deja al cuidado de su esposo, además de al recién nacido, a otras tres hijas pequeñas. En su lecho de muerte, Micaela manifiesta su deseo de seguir junto a...