✨10. EL RETORNO DE LAS BRUJAS: 10.1 Sangre de brujas

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1 Sangre de brujas Moreda, Álava: abril 1929


Benigna, demasiado entumecida como para pensar, tiritaba envuelta entre mantas. Tan Blanca y etérea como un suspiro, y con Luisito dormido en sus brazos, cualquiera podría confundirla con una virgen escapada de la iglesia. Ni todas las colchas, que Josemari llevó en el carro para hacer el trayecto de Logroño de Moreda más cálido y confortable, lograron mantenerlas a una temperatura saludable.

—Por lo menos este temporal de Semana Santa no ha traído nieve y he podido traerlas. —las palabras de Josemi se diluyeron en vaho —En casa entrarán en calor "La Matilde" se ha encargado de encender la lumbre. También dejé una vaca en la cuadra. Os dará leche para el pequeño de "la Micaela".

—Ya lo estamos haciendo gracias a esta cuesta—bromeó Benigna teniendo que detenerse justo después de hablar.

—¿Y mis plantas?—preguntó Eustaquia también jadeante. Luego tomó a Luisito de brazos de su hija para facilitar su ascenso—. En cuanto nos instalemos haré una infusión y entrarás en calor—. Dijo a Benigna antes de proseguir.

—Las protegí de las heladas—aclaró Chemi mirando atrás y alzando la voz para que su madre le oyera—. También recogí las que me indicó y las puse a secar en la cocina—añadió, con un marcado deje riojano al llegar a su destino.

Pronto las mujeres alcanzaron la cumbre de la vía empedrada. Para entonces, Chemi ya se encontraba abriendo la puerta de dos hojas con un golpe seco. El aire salió cálido y con un profundo hedor a boñiga. Benigna no pudo evitar arrugar su nariz en un gesto de desagrado.

—¿Demasiado para "la marquesita"?—preguntó Josemari con sorna descubriendo su cabeza. Aunque sobrepasaba la cincuentena, se seguía comportando como el molesto hermano mayor que nunca dejó de ser.

—Por lo que veo "la matilde" hace que se te caiga el pelo—bromeó Benigna al descubrir la calva en su coronilla canosa.

—Las mujeres de esta casa siempre tuvieron fama de peligrosas. Haría bien en no olvidarlo—bromeó sonriendo jovial a pesar de sus curtidas arrugas.

El zafio pueblerino, lejos de permitir primero el paso a las mujeres, subió por las escaleras erosionadas, dejando cuadra, hedor, vaca y familia en el piso inferior. Arriba les esperaba una enorme mesa alargada con bancos corridos que antaño servía para acomodar a todos los miembros de la gran familia que eran. Al fondo una chimenea iluminaba y transmitía el calor hacia las estancias dispuestas a su alrededor.

Eustaquia dejó al pequeño, todavía dormido, en brazos de Benigna y desapareció tras un marco sin puerta, que conducía a la cocina. Dentro se apresuró a abrir las sólidas contraventanas de madera para intentar aprovechar las escasas horas de luz que quedaban. La nueva iluminación mostró todos los colores de las plantas colgadas del techo.

Mientras Eustaquia se apoderaba de la cocina, Chemi desapareció tras las penumbras de la alcoba más cercana para dejar las maletas. Benigna se sentó intentando en vano recordar a aquel muchacho, desgarbado y tosco, tan dado a las bromas, pero solo acudieron imágenes de Padre del que ahora era su viva imagen. La perenne camisa a cuadros, tan extendida entre los hombres de campo, tampoco ayudaba a marcar diferencias.

—Abajo hay barricas de agua. Una es para la vaca la otra para vosotras. Están junto a la leñera—, indicó Chemi casi a voz en grito desde la habitación—. Además, he dejado algunos huevos en la fresquera y una hogaza de pan para que puedan cenar.

Entretanto, Eustaquia se asomó al rellano-comedor con un hervidor lleno de agua y una prominente asa que colgó de un gancho de la chimenea. La casa parecía un avispero con Chemi y Eustaquia de allá para acá. El hombre, tras coger varios troncos, echó algunos al fuego y con los restantes se dirigió a la cocina. Allí su madre seleccionaba plantas para la infusión.

Sin embargo, es gris. (En edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora