Benigna se despertó en la habitación de las niñas y lo primero que vio fue dos caras masculinas sobre ella: La de Marciano y la de un desconocido. La primera estaba llena de preocupación. La otra era una máscara aséptica, que permanecía concentrada en su pulso.
Mercedes, se encontraba también en la habitación, pero permanecía cerca de la otra cama. De vez en cuando, llevaba sus ojos oscuros hacia la puerta. Su cara parecía a punto de ebullición. Con gusto hubiera pasado a estado gaseoso si con ello hubiera logrado evaporarse.
—¿Qué ha ocurrido?—quiso saber el hombre repeinado y de espeso bigote que acompañaba a Marciano.
Todas las cabezas giraron en redondo hacia ella. Exprimiéndola con ojos ávidos. Intentando extraer hasta la última gota de información.
—Doctor, tía Benigna estaba sentada sobre la cama de la abuela. Estábamos hablando sobre algunas cosas del colegio, y de repente, dejó de hablar. Entonces vi que se había desmayado
La niña, incapaz de enfrentar toda aquella atención, miraba al suelo con intermitencia.
—¿Eso es todo? Insistió, Marciano. Quería todos los detalles.
—Bueno, la verdad es que no vi el momento exacto en que perdió la conciencia—alegó con incomodidad mientras se mordía la mejilla desde dentro—solo cuando noté que no contestaba pude ver que se había desmayado. Entonces, salí corriendo hacia la barbería con Luisito a buscarle. El resto ya lo conocen—. Añadió Mercedes.
—Su pulso parece haberse normalizado. Con su permiso, seguiré haciendo algunas pruebas—dijo el aparente galeno a Benigna.
Los distintos pensamientos danzaban por encima de sus cabezas. Representándose como el espejismo al sediento. Todo un banquete de sabores, colores y olores se perfilaba ante mis instintos famélicos. Los de Mercedes, estaban constituidos por manzana y madera. A su alrededor se arremolinaban infantiles risas. Pronto, estábamos en otro lugar y otro momento: La escuela.
La niña miraba con odio a otra sentada a su siniestra. Ahora mismo, Mercedes podía ver en el rostro de su antagonista la misma sonrisa que lucía el día que rompió su pizarrín. Las dos sabían, que por mucho que así lo hubiera asegurado ante la profesora, no había sido ningún accidente.
—Eres una estúpida. Hasta un niño de parvulario lee mejor que tú.
Mercedes, hacía lo que podía por no atender a sus provocaciones. Para ello fijó su atención en el enorme lazo que llevaba prendido en su cabeza y que parecía sobrepasar su tamaño.
—Podrías pedir a tu hermana pequeña que te enseñe—Continuó dejando escapar una risita.
—¡Cállate! Exclamó Mercedes en el peor momento. Había interrumpido la explicación de Doña Teresa quien se volvió hacia los alumnos chistando a voz en grito
— Quieres que me calle ¿eh?—inquirió la maestra— Bien. En ese caso deberás ser tú quien explique este problema. Sal al encerado e instrúyenos a todos.
Obediente, pero a regañadientes, Mercedes se levantó mientras miraba con odio a aquel pequeño y maligno ser susurrante. La nueva, e inevitable, humillación pública a la que, sin duda, Doña Teresa la sometería iba a pasar directamente a su lista de agravios. Mercedes esperaba que aquella mujer de cara redonda y actitud tensa con un mentón repleto de puntiagudos pelos se convirtiera de un momento a otro en cactus.
La maestra le ofreció la tiza. Sabía que debía resolver el problema que estaba planteado en la pizarra. Comenzó a leerlo para sus adentros mientras un frío helado discurría por toda su columna. Como si hubiera engullido de un trago uno de los sorbetes de la tía, sentía que su cerebro se había congelado. Tampoco hoy, podría librarse del escarnio de Doña Teresa.
ESTÁS LEYENDO
Sin embargo, es gris. (En edición)
Historical FictionMicaela, esposa y madre de familia, decide dar a luz a su hijo aun a costa de su propia vida. Deja al cuidado de su esposo, además de al recién nacido, a otras tres hijas pequeñas. En su lecho de muerte, Micaela manifiesta su deseo de seguir junto a...