Capítulo 5

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Fernando Camacho

Javier piensa que la mejor manera de despedirse de un lugar es yendo de fiesta, me sé de un magnate que podría confirmar eso...

España tiene esa magia, ¿no? Aunque el sur y el norte no tienen comparación, se notaba en el clima... ¡Y en la gente! Si, sin duda, la gente es lo que más cambia.

—Entonces, ¿estás listo?

—¿Tengo pinta de no estarlo? —inquiero, levantando una ceja en su dirección.

—No lo sé, señor.—Liam se encoge de hombros, como si no quisiera profundizar en la conversación.

Estaba listo, claro que si, me había duchado al menos una hora antes y ya estaba vestido para la ocasión; es decir, para ir a la dichosa fiesta. A ver... Tenía que pensar en positivo. Iba a ser una noche brutal, me iba a emborrachar con alcohol del caro y saldría de allí con una chica guapa que me traería a la habitación del hotel más tarde. Si, había que generar algún buen recuerdo.

Llegamos pronto a Tarasca, un pequeño pub del que no muchos sabían su existencia, yo incluido. Sin embargo, Liam había insistido en que era el mejor local. ¿El mejor local para quien? Ese no era mi estilo, lo de emborracharme quizá lo conseguía, lo de tirarme a alguien ya lo veía más complicado.

Alguna gente me reconoció, pocos se molestaron en disimularlo, sonreí cara a ellos pero por dentro estaba resoplando. Vale, se cancelaba también lo primero. Ya no podría emborracharme porque toda esa gente me vería y hablarían mal de mi, no podía permitirme venir aquí a manchar mi imagen... Suficiente tenía con mancharme las camisas.

—Ponme algo fuerte, quiero quemarme la garganta —pedí, apoyando mis codos en la barra. No me pasó desapercibida la mirada que Liam me mandó, pero la ignoré por completo.

Había dos camareras, ambas muy guapas, que vestían similar: un pantalón corto de color negro y un top blanco, claro que se diferenciaban los diseños y aquellos pequeños detalles, pero básicamente eran lo mismo. También llevaban tacones, no logro entender porque para trabajar los usaban cuando era claro que no eran cómodos, le preguntaba lo mismo a mi madre que era una aficionada de vestir espléndida, pero su respuesta era siempre la misma: "para lucir hay que sufrir". Y vaya que debía de tener razón.

Al servirme el trago le sonreí y me di la vuelta con el vaso de cristal en la mano, lo acerqué a mis labios mientras observaba a las personas bailar aquella canción que no conocía pero que apostaba que era de la época en la que mis padres salían.

Casi me atraganto cuando entre toda esa gente divisé a la compostelana que tuve entre mis brazos. Estaba ahí. Con un vestido en el cuerpo, que aunque me gustaba como le sentaban los pantalones porque le apretaban muy bien el trasero, tenía que admitir que ese vestido le quedaba de fábula.

Me quedé mirándola más rato del necesario, por un momento ni siquiera escuché la música, ni tampoco vi a nadie más que no fuera ella. Solo existía Lara en ese jodido pub, era lo princípialo y todo lo demás pasó a un plano secundario.

Iba acompañada de una amiga, pero esta se descuidó con el que parecía su novio, bailaron al ritmo de la canción muy cómplices, mirándose con ojos de enamorados mientras sus cuerpos se rozaban, regalándose sonrisas y finalmente besándose. Pero besándose como los protagonistas de una película en primer plano.

Así que hice lo que cualquier hombre sensato haría. Me acerqué a ella y aproveché el momento.

—¿Quieres que lo pongamos también en práctica? —pregunté, tomándola por sorpresa.

Estaba de espaldas pero reconoció mi voz, sé que lo hizo por la forma en que se giró y clavó sus ojos en mi.

Maldición, sus ojos. Solo quería que me mirase un poquito más... y más...

—¿Qué haces tú aquí? —inquirió, mirándome con las cejas ligeramente alzadas—. Este no es lugar para ti.

—¿Y cuál es lugar para mi? —pasé mi lengua por mis labios.

Si me dice que en su cama no dudaré ni un jodido segundo en hacerle caso.

Pero no cae ante mis encantos, simplemente me sonríe mientras niega con la cabeza, como si no supiera que responder. Como si no quisiera responder.

Quiero insistir, quiero hablar con ella de lo que sea, me da igual si no me sigue el coqueteo, me conformaba con tener una conversación sobre cualquier otro tema. Solo quería seguir escuchando su voz.

No tuve esa suerte.

—¡Tú! —gritó entonces su magia al darse cuenta de con quien estaba—. No me lo puedo creer, Lariña, ten algo de dignidad y aléjate de ese hombre, suficiente tuvo con joderte el futuro.

Lara se tensa al escucharla y yo también porque no estaba entendiendo nada de lo que ella decía.

—Iria, creo que has bebido de más, lo mejor será que te calles —advirtió.

—No me calles —la señaló con su dedo índice y después se acercó a mi peligrosamente—. ¡Por tu culpa la han expulsado! Ahora no podrá hacer las prácticas en Ibiza ni conocer a un hombre rico que pueda mantenernos a las dos. Iago, no te ofendas, pero tú no eres el hombre que nos mantendrá —ahora se dirigía a su novio, creo, que parpadeaba perplejo—. No sabes lo importante que era para ella, ¿qué vas a saber?

Intento procesar toda la información que acababa de soltarme.

La han expulsado.

Ya no podrá hacer las prácticas...

Ni conocer a un hombre rico que la mantenga.

Bah, lo último ya lo había hecho, solo que no quería darse cuenta.

—No fue mi culpa —murmuré, mirando a la borracha que me observaba de mala manera, se le reflejaban en el rostro sus intenciones, quería matarme. Menos mal que en su mano tenía un vaso y no un cuchillo.

—Hazte el buenito ahora... Es por ser un tipo importante, si se hubiera caído encima de otro cualquiera solo habría sido un descuido, pero el jefe piensa que los vas a denunciar y...

—Claro que los voy a denunciar —la interrumpí—. Pero no porque Lara se resbalara y accidentalmente se le cayera la crema encima de mi ropa. Lo haré por el mal trato que tuvieron con ella, si quieren saber lo que es el abuso de poder entonces lo sabrán, porque para su mala suerte tengo mucho más poder que ellos.

Ninguno allí se esperaba esa respuesta, incluso parece que fue suficiente para calmar a Iria, su novio aprovechó para acercarse y pasarle el brazo por los hombros antes de inclinarse  y susurrarle algo al oído.

—Van a lamentarse, Lara —prometí—. Así que no te preocupes, harás tus prácticas donde te venga en gana y tendrás un futuro brillante, que esos gilipollas no te opaquen.

Dueño de mi vida Donde viven las historias. Descúbrelo ahora