Capítulo 27

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Fernando Camacho

Había dicho que si.

Yo estaba feliz por esa respuesta, desde luego. No quería presionarla pero me moría de ganas por tenerla allí conmigo día a día, disfrutando al máximo todo lo que se pudiera... Porque ella no estaría allí siempre, me lo había dejado claro en varias ocasiones, parecía firme con su respuesta. Yo tampoco podía lloriquear, tenía que aceptar su decisión.

Aunque eso implicara irse y no volver aquí nunca mas, volver a mi.

Tenía que pensar en positivo, ella había dicho que si, no podía ponerme a pensar en el futuro cuando el presente era brillante.

Liam había escogido muy bien la ropa, tendría que agradecérselo cuando lo viera, pues dejó la bolsa junto a la puerta para no molestar (o algo así). El blanco nunca me había gustado demasiado, solo para las camisas, pero ver a Lara de ese color fue fascinante.

Se veía tan guapa, tan lúcida, tan elegante...

—Odio el blanco —murmuró ella, mirándose al espejo cuando terminó de vestirse.

—Yo desde hoy creo que es mi color favorito —chasqueé mi lengua, mirándola sin disimulo.

—El blanco se mancha muy fácil, voy a terminar el día con la ropa perdida —arrugó su nariz, un gesto enternecedor—. Y tiene pinta de ser ropa cara, que ya me jode más todavía.

—Despreocúpate por eso —pedí—. Lo importante es que te ves bellísima.

Me sonrió como respuesta y se acercó a besarme los labios como si ya fuéramos una pareja normal y corriente.

Podría acostumbrarme fácilmente a eso.

Quería acostumbrarme a ella porque no había necedad de seguir cayendo, yo ya estaba en el suelo desde hacía rato.

Salimos tomados de la mano como la anterior noche, pequeño detalle que me hacía entremeter sólo de recordarlo, un gesto que no decía más que "no me sueltes, conozco de sobra el camino, pero quiero hacerlo contigo", un roce de pieles que hacían un perfecto constataste por la temperatura, una siempre fría, la otra siempre cálida.

Se estaba haciendo una bonita manía.

—¿Quieres conducir tú? —le pregunté, ella miró el coche con esa mirada ensoñadora que tenía yo cada vez que la veía a ella. Estaba seguro de que era la misma—. No respondas, conduces tú.

Saqué las llaves del bolsillo para dejarlas en su mano y le guiñé un ojo para ser yo el primero en entrar al coche, se me quedó mirando con una sonrisa en los labios, negó con la cabeza rodeaba el vehículo para así entrar ella también.

Me gustaría saber qué piensa, al igual que me gustaría que pensara en mi.

En la radio sonaba una canción de Taylor Swift, no es que yo la conociera, es que Lara fue rápida en hacerme saber de quien se trataba. Le gustaba así que le subí el volumen para que la disfrutara.

Ojalá todas las mañanas fueran así, con canciones en inglés de fondo y con ella al lado.

Se mordió el labio inferior para estacionar y lo hizo de maravilla, no sabía yo que ese truquito realmente ayudaba a concentrarse.

—Llegamos sanos y salvos —dijo, saliendo ella de primera.

—No me esperaba menos —admití, imitándola.

—Es que tú me tienes mucha fe —murmuró burlona mientras caminábamos hacia la cafetería. Varias personas nos miran y yo pido al cielo que no saquen sus teléfonos para hacer fotos, y si las hacen que no las suban al instante porque la prensa es rápida y en menos de nada habría aquí veinte cámaras más.

No lo hicieron, al menos tendríamos tranquilidad.

La tranquilidad había que aprovecharla porque siempre se acababa rápido.

Nos sentamos en una de las mesas que estaba vacía, como es lógico, no íbamos a sentarnos donde hubiera alguien; el camarero que estaba de turno fue rápido en acercarse para tomar nuestras órdenes.

—El desayuno es la comida más importante del día, no puedes tomarte un café solo —me regañó.

—No me gusta empezar el día con el estómago lleno, se siente raro —me defendí.

—Sin embargo, te gusta irte a la cama después de una buena cena, lo cual es mucho más pesado —señaló.

Dios, no necesitaba ahora una charla sobre alimentación, sabía que mis hábitos saludables no eran los mejores pero para ser sincero no tenía intenciones de cambiarlos.

—No necesito que actúes como mi madre ahora, te agradezco la preocupación pero llevo haciendo lo mismo toda la vida y aún sigo vivo —respondí, intentando mantener el tono divertido—. No tengo problemas alimenticios.

Ella alzó sus manos en señal de rendición, sabía que le sobraba ganas de seguir discutiendo el tema, pero no lo hizo.

El camarero fue rápido en venir a servirnos, ambos agradecimos a un mismo tiempo, riéndonos después. Al fondo de la cafetería un grupo de jóvenes empezó a cantar el cumpleaños feliz mientras aplaudían, uno de ellos se tapaba la cara avergonzado al ver que lo estaban grabando para subir a las historias de Instagram. Entonces me surgió una duda importante.

—¿Cuándo es tu cumpleaños? —pregunté, curioso.

Mentiría si dijera que no tenía en mente un regalo para su cumpleaños.

—El veintiocho de julio —murmuró al tiempo que vaciaba el pequeño sobre de azúcar en su taza.

—Madre mía, queda muy poco para eso —susurré al darme cuenta de que en pocos días empezaría julio—. ¿No tenías pensado decírmelo?

—¿Por qué habría de hacerlo? —soltó una risa, negando con la cabeza—. No entiendo el afán de la gente en celebrar los cumpleaños, es un día como cualquier otro.

—Es un día donde te hacen regalos, eso lo hace especial —señalé—. Y yo quiero regalarte algo.

—Nando...

—No está en discusión.

Soltó un suspiro, rendida. Después clavó sus ojos marrones en mi.

—¿Cuándo cumples tú?

—Yo ya estuve el catorce de junio.

Y este año había sido una locura, mis amigos me hicieron una fiesta en Zallian inolvidable, estuvimos hasta la mañana del día siguiente, no sé ni cómo nos mantuvimos de pie... Cada uno estaba más borracho que el anterior, los vídeos que Demian había grabado lo demostraban.

—Eso fue hace poco —se quejó ella.

—Estás a tiempo de darme tu regalo —murmuré burlón.

No lo necesitaba, desde luego.

El regalo de cumpleaños me había llegado días después cuando viajé a Santiago de Compostela y la vi. El mejor regalo que el mundo pudo haberme hecho.

Dueño de mi vida Where stories live. Discover now