Capítulo 23

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Fernando Camacho

Ver su cara de ilusión es todo lo que necesito para saber que habíamos empezado con buen pie, esperaba que continuase así porque no quería que nada saliese mal.

—¿Cómo se te ocurrió esto? —preguntó, mirando sin ningún disimulo hacia abajo—. Es una pasada mirarlo todo desde arriba.

—No te creas, a veces solo basta con mirar hacia el frente para darte cuenta de que las mejores vistas están ahí —murmuré sin poder quitarle los ojos de encima.

Se veía especialmente bonita esa noche, sólo de pensar que quizá había pensado en mi mientras se preparaba me ponía feliz, más de lo que ya estaba.

—Eres de todo menos disimulado, ¿eh?

—Eso te encanta, no lo niegues —sonreí de manera socarrona, como también tanto le gustaba.

—Te lo tienes muy creído —resopló fingiendo molestia mientras cruzaba sus piernas.

Ya.

Eso lo sabía, no era la primera que me lo decía. Pero era la primera a la que no parecía molestarle.

—Tú y yo podríamos ser almas gemelas —señalé—, pero tu orgullo no te permite aceptarlo.

—¿Mi orgullo?

Asentí con la cabeza, listo para tener esa dichosa conversación.

—En realidad la gente de clase media tienen muchos más prejuicios que los de clase alta, es algo de lo que me he dado cuenta a lo largo de mi vida. Yo jamás traté a nadie mejor o peor por cuestión de dinero, vosotros sí que lo hacéis, muchas veces sin daros de cuenta —señalé, sabiendo que me estaba metiendo en terreno pantanoso—. No lo niegues, dijiste en varias ocasiones no ser de "mi mundo", ¿de que mundo hablas? Si mi mundo es el mismo que el tuyo.

—No pensé que fuéramos a hablar de esto en la primera cita.

Veo por el rabillo del ojo que uno de los camareros se acerca para tomar nuestros pedidos, le hago un disimulado gesto con la mano para que se detenga en ese maldito instante y no interrumpa la conversación. Parece entenderlo porque no da ni un solo paso más.

—Para mi es importante, Lara, no quiero que me veas como alguien con dinero, alguien a respetar por tener el apellido que tengo... Por favor, si vamos a darnos una oportunidad hagámoslo de verdad.

—Nando, para ti es fácil decirlo, pero yo no soy como tú. Yo no tengo dinero, mi piso es pequeño y lo comparto con una amiga, por lo que el espacio es todavía más reducido, la ropa de mi armario tiene al menos tres temporadas otoñales, no tengo un coche porque aún no he ganado el suficiente dinero para comprarme uno. Quizá para ti son pequeñas diferencias, pero para mi marcan la distancia suficiente para recordarme que alguien como yo no pinta nada con alguien como tú.

Mierda.

Sus palabras hieren más de lo que creía. No podía darle el placer de hacerme daño con solo hablar, pero lo estaba haciendo. Ella tenía el control pero no sabía controlar.

—No pintamos nada juntos según tú, pero aún así estás aquí, aún así has aceptado salir conmigo y aún así no te resistes cada vez que mis labios hacen contacto con los tuyos —insistí—. ¿Es la atracción más fuerte que los prejuicios?

Sus ojos parecen quedarse pegados a los míos durante largos segundos, meditando la pregunta y quizá también la respuesta.

—Creo que cuando se trata de ti todo es más fuerte que los prejuicios, no sé cómo, pero has logrado destruir esa barrera que yo misma había construido en mi mente.

Mis hombros se relajan de una postura que no yo mismo sabía que estaba teniendo y mis pulmones expulsan ese aire que estaba ardiendo dentro de ellos.

—Quizá solo soy la excepción —tomé su mano por encima de la mesa para acariciarla—, y ya sabes lo que dicen de las excepciones.

—¿Qué dicen?

No lo sé, pero espero que solo cosas bonitas.

Evitando la respuesta, giro la cabeza hacia el camarero que todavía estaba allí y asentí en su dirección para hacerle saber que ahora era el momento.

—Tú eres la que sabe, enamórame el estómago con tus recomendaciones —pedí, dejando que echara un vistazo al amplio menú que el restaurante ofrecía.

Sus ojos parecerían brillar, no exagero nada, incluso sus cejas se levantaron cuando empezó a leerlo. Estaba satisfecha. Empezó a hablar, explicándome alguna de las recetas, mostrándome la faceta de chef que tanto me gustaba ver en ella.

Que bonita cuando hablas de lo que te apasiona, mi vida.

Y yo como un bobo la escuché sin interrumpirla, con especio atención en cada palabra que salía de sus dulces labios rosados.

Finalmente pidió para los dos y yo le agradecí, confiaba en sus buenos gustos. Solo había que mirarme a mi, la chica tenía buen ojo y también buen paladar.

—Por la mejor cita de nuestras vidas —propuse, alzando mi copa.

Ella también tomó la suya y la acercó a la mía.

—Por la mejor ci... Espera, ¿cita?

—Es una cita, Lara —advertí.

—¿Que diferencia hay entre una cena casual a una cita? ¿El sexo?

—Que conste que lo has mencionado tú y no yo —reí en bajo.

—Hay quien piensa que el sexo complica las citas —me dijo, pero estaba claro que ella no era una de esas personas—. Está canceladísimo en la primera.

—Vaya, me acabas de deprimir la noche —me mofé, ganándome una patada de su parte por debajo de la mesa.

Me reí, seria imposible no hacerlo con esa espontaneidad.

¿Qué iba a saber yo de citas si nunca había tenido una? No sentí nunca la necesidad de sentarme a cenar con alguien y conversar de amor, de futuro, de planes y de la vida. Pero llegó Lara para hacerme replantear todo.

Entonces supe que no iba a ser la última cita, quería tener más y que todas fueran con ella.

Pero para llegar a la segunda había que sobrevivir a la primera y he de admitir que no me estaba yendo nada mal, de hecho estaba llevando la situación mejor de lo que esperaba.

Dueño de mi vida Donde viven las historias. Descúbrelo ahora