Capítulo 20

174 24 3
                                    



Lara Gutiérrez

Había llegado a la conclusión de que dejarse llevar siempre era la mejor opción, sobre todo cuando se trataba de Fernando Camacho. Es que por el amor de Dios, ¿quién en su sano juicio no se dejaría llevar con él?

Sus palabras habían conseguido más de lo que creía, se notaba que había heredado de sus padres el arte de hablar y convencer. Lo creía, no dudé ni un segundo en sus palabras, no tenía motivo para desconfiar. Si algo salía mal pues... Solo serían tres meses aquí, luego volvería a mi país para hacer borrón y cuenta nueva, buscaría trabajo en algún restaurante de por ahí y a vivir la vida.

Un corazón roto se cura con el estómago lleno.

Que la gente se olvide del tópico del alcohol, eso solo servía para perder la razón, hacer gilipolleces y arrepentirse más tarde.

Me pasé con los besos, él se pasó con las manos, estábamos empatados. La diferencia es que él era prácticamente el jefe de la empresa y yo estaba de visita.

—Esta noche —susurró sobre mis labios, dándome un beso más.

—Eso es demasiado pronto.

—No me gusta perder el tiempo —atrapó mi labio inferior con sus dientes y lo deslizó por estes.

Joder.

Si hacía eso me iba a temblar las piernas, era algo que no podía controlar. El hijo de puta sabía a la perfección el efecto que causaba en cuerpos ajenos, sobre todo en el mío. Es como si apenas necesitase contacto para encontrar las debilidades del contrario, eso era peligroso pero también digno de admirar.

—Cenemos juntos, puedes escoger el lugar...

—Tú vives aquí, yo no —señalé con obviedad—. Si lo elijo yo podemos arriesgarnos a terminar comiendo un bocadillo a las tantas de la madrugada. No es la mejor idea.

La diversión se vio reflejada en sus ojos cuando sonrió con burla.

—Eso no pasará, me haré responsable —prometió—. Solo quiero que te sientas cómoda en todo momento.

—Nando, voy a sentirme cómoda de cualquiera manera si estoy contigo, así que no te preocupes.

—¿Quién es la romántica ahora, sh?

—Al igual que tú, solo estaba siendo sincera —fue mi turno de guiñarle un ojo.

Me levanté como pude, si seguíamos con ese tonteo no terminaríamos hasta la misma noche. Y como él había dicho, no le gustaba perder el tiempo, así que basta ya de entretenerlo, él tenía trabajo.

—Nos vemos esta noche, paso por ti.

—¿Sabes donde estoy quedando?

—Claro que si, tú misma me lo dijiste.

—No pensé que fueras a prestar atención —admití, pues era un detalle un poco irrelevante.

—Siempre presto atención cuando se trata de ti, que no te quepa duda.

Hasta aquí hemos llegado.

Le robo un último beso antes de despedirme fugazmente y salir de su despacho, no podía volver a caer en sus palabras bonitas y hacer un charco con mis babas en el suelo.

Sin embargo, no era mi momento de abandonar la empresa todavía, pues Sibylle Stone había esperado únicamente y exclusivamente para conocerme mejor. Cuando bajé las escaleras, ella estaba allí, con su impoluta elegancia.

—Mi hijo no nos ha presentado como debía, perdónalo —sonrió, acercándose para dar un beso en cada una de mis mejillas—. Sibylle Stone, llámame solo por mi nombre, aunque aquí estén acostumbrados a llamar por los apellidos yo lo encuentro demasiado formal.

—Lara Gutiérrez —le sonreí de vuelta, un poco nerviosa—. Igual, llámame solo Lara, ni siquiera me gusta el apellido de mi padre.

—Entiendo lo que es eso, créeme, tener que cargar con un apellido de por vida que no pega para nada contigo —suspiró, negando con su cabeza. A su vez se movía su cabello, largo y sedoso, brillante bajo la dichosa luz. Lucía como una verdadera diosa—. Cuéntame, linda, ¿cómo llevas Estados Unidos? Se nota el acento gallego en tu voz y tengo que admitir que es fascinante.

Mis mejillas enrojecen. Tengo un serio problema con eso y debía de solucionarlo cuanto antes, me delataba con gran rapidez.

—Estoy haciendo mis prácticas aquí —le hice saber—, en el restaurante de Zaid.

—Un buen lugar, sin duda —asintió, estando de acuerdo—. ¿Por qué Estados Unidos si Europa tiene de todo y probablemente mejor?

Me encogí de hombros para no decirle que era por su hijo. Aunque ella lo interpretó rápido, estaba segura, esa miradita con una ceja elevada ya decía mucho de sí. Sin embargo, estaba desviándose un poco. No estaba ahí porque me había enamorado perdidamente de Nando, estaba ahí porque Nando quería que estuviera ahí.

—Aunque te parezca surrealista, yo he estado en tu lugar años atrás —comentó con nostalgia—. Yo venía unos meses de prácticas, segurísima de que jamas volvería aquí, mi tierra me gustaba y siempre me gustará, pero aquí encontré a alguien que me gusta mucho más.

—Antepusiste tu relación a tu trabajo.

—No, la cosa fue más bien al revés y después me arrepentí —admitió, riéndose—. Pero tenía claro que no quería depender de ningún hombre, yo quería tener mi título y mis méritos. Así que eso hice. Regresé a España para finalizar una epata y volví más tarde a Estados Unidos para empezar otra.

—Te salió bien la jugada, pero yo no soy una persona con suerte.

—La suerte no existe, Lara, al menos yo no creo en ella. Aquí cada persona consigue las cosas por su propia voluntad, no por soplos de aire divino —chasqueó su lengua—. No vivimos una comedia, por eso te voy a aconsejar que vivas tu vida antes que la de los demás, que te importe poco lo que tus compañeros piensen de ti, lo que hablen mientras toman cafés, lo que critiquen a tus espaldas... Eres joven, céntrate en tu trabajo y después sigue tus latidos.

Entendí rápidamente a lo que se estaba refiriendo y llevé una mano a mi pecho pensando en él inevitablemente, porque a día de hoy era quien me aceleraba los latidos.

Tenía que hacerlo.

Tenía que pensar primero en mi y luego en mis latidos, Nando lo entendería.

Dueño de mi vida Opowieści tętniące życiem. Odkryj je teraz