Capítulo 33

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Fernando Camacho

¿Cómo voy a arreglar algo cuándo no sé cuál es exactamente el error?

Me había pasado la noche en la habitación, ni siquiera salí para cenar, sentía que si algo entraba en mi estómago pronto lo rechazaría.

Iba a perderla por haber sido un idiota y no hablar las cosas.

El dichoso hilo se había enganchado y alguien más había tirado de él para empezar a descoser. Y yo, pobre de mi, nunca había tenido una aguja entre los dedos.

Vuelvo a mirar el reloj, quizá por quinta vez desde que ella se fue; o por sexta; o sabe Dios, ni siquiera llevaba la cuenta. Ahora pasaba de medianoche, yo seguía vestido con la misma ropa que me había puesto esa mañana. Me sentía solo, vacío. No tenía a nadie para hablarle de cómo me sentía, mis amigos me matarían y mis padres también, ella ya se había ido, ¿qué más faltaba?

Creía que nada, pero justo en ese instante sonó el teléfono y su nombre apareció en la pantalla. Mi corazón latió esperanzado.

—¿Lara? —respondí, pero no era Lara, para mi mala suerte alguien más tenía su teléfono.

—Eh... No, lamento la decepción —murmuró esa persona al otro lado—. Lara en estos momentos está un poco... ida, si. Soy Belinda, somos compañeras de trabajo además de amiga.

—¿Ida? —cuestioné, la vena de preocupación pálpito del nuevo—. Por favor, Belinda, aclárame eso...¿Está bien? ¿Le ha pasado algo?

—Hombre, bien del todo no está porque tiene una melodía como un piano.

Ay, no.

Había recurrido al alcohol.

No iba a decir nada al respecto porque yo era el menos indicado para opinar, yo mismo casi me emborracho cuando se tardó en venir a Zallian aquella noche. Casi. La diferencia es que ella lo había hecho.

—Bien, nada que no se pueda solucionar —suspiré, en cierto modo aliviado—. ¿Podrías pasarme la ubicación para ir a buscarla?

—No te tenía como un novio controlador, eh.

—No soy controlador —ni tampoco su novio, aclaro—. Mañana tiene trabajo, al igual que tú, no es conveniente que durmáis cinco horas.

—Vale, vale... Te estás preocupando, lo entiendo —aclaró su garganta, quedándose en silencio, aunque de fondo se escuchaban las voces de alguien más. Intenté afinar el oído para ver si distinguía la de Lara—. ¡Eh! ¡Dejad eso en su sitio! Maldición, ¿qué hacen? ¿Qué hacen?

La desesperación en su voz vino seguida de una carrera, la intensidad de sus pasos lo confirmó.

—Perdón, Fernando, te paso la ubicación en un minuto, ahora tengo que colgar.

Abrí la boca para, por lo menos, agradecer. Sin embargo, ella fue fiel a sus palabras y colgó antes de que yo pudiera hablar.

Los borrachos hacían tonterías, no me extrañaría nada que Lara estuviera haciéndolas en ese momento. No era capaz de imaginármela así, pero todo en esta vida era posible, no habría de ser ella la excepción.

Tomé las llaves de mi coche y salí de casa, mi teléfono vibró en señal de que acababa de recibir un mensaje, la ubicación de Lara. Al mirarla casi suspiro de alivio, no quedaba lejos, podría llegar allí en diez minutos (quizá menos si me lo proponía).

Al entrar en el coche y encenderlo, empezó a sonar esa música que me recuerda a ella. No le bajé el volumen, me agradaba escucharla, tenerla también presente incluso cuando no estaba. Conduje hasta el lugar que me había enviado Belinda, las calles estaban desiertas a esas horas así que tardé menos  de lo esperado. Aparqué mal, no mentiré al decir lo contrario, y salí apurado.

La chica que desconocía, pero que suponía que era Belinda, ya estaba en la puerta.

—Gracias por venir, es muy bonito de tu parte que te preocupes así por ella, dice mucho de ti —me sonrió, que agradable sujeto.

—Es lo mínimo que podía hacer —le devuelvo el gesto mientras me deja entrar en casa.

No me hace falta preguntar dónde está, ella se deja ver. Al principio parece que ha visto un fantasma, tuve que ignorar el vacío en mi pecho al ver su expresión, después simplemente negó con la cabeza.

—Ay, no... Creo que estoy soñando —balbuceó.

—Vas a soñar, si, pero en casa —chasqueé mi lengua acercándome a ella—. Es imprudente lo que has hecho hoy.

No quería regañarla, solo hacérselo saber.

—Tú no eres el más indicado para hablar —resopló, volviendo a negar con la cabeza.

—Lo sé, ya tendremos esta discusión cuando no haya alcohol en tus venas —señalé, poniendo una mano en su espalda para guiarla. Ella, sorprendentemente, no puso resistencia y se dejó guiar—. Belinda, gracias por avisar y también por cuidarla, espero que tengas una buena noche.

—Oh, de buena tendré poco, Ari está bastante peor que Lara y eso que no es ella la del mal de amores.

Mal de amores.

No me digas eso que lloro.

Lara ni se inmuta hasta que llegamos al coche.

—Ah, no... Yo no voy a ir ahí delante contigo, no quiero tenerte tan cerca —se giró con indignación y fue rápida en pasarse a los asientos traseros.

Bien, si no  quedaba más remedio...

—Ponte el cinturón de seguridad —indiqué, subiéndome también al coche.

—Tú no eres nadie para decirme qué hacer.

—Si te comportas como una niña pequeña voy a tratarte como tal —aseguré.

—¿Ah, si? —soltó una risita tonta—. ¿Y cómo tratas a las niñas pequeñas, eh?

Por Dios y por todos los Santos, ¿cómo podría ser serio cuando estaba tirando de una conversación sin sentido?

La ignoré, muy a mi pesar, pero cada dos segundos tenía que mirarla por el dichoso espejo retrovisor. Apenas la veía, la oscuridad era un asco, y si encendía las luces sería muy obvio. Aunque ya lo estaba siendo igual.

—El espejo retrovisor está para mirar los coches que te vienen detrás —me hizo saber.

Vaya, me había pillado.

—El espejo retrovisor está para lo que el conductor quiera y yo ahora quiero mirarte.

—Pero...

—¿Quién en su sano juicio querría mirar los putos coches teniéndote a ti en los asientos traseros?

Más directo y no naces, Nando.

Al menos sirvió para dejarla callada por un rato. O eso pensaba, porque cuando volví a mirar ya se encontraba dormida. ¿En qué momento...?

Dueño de mi vida Where stories live. Discover now