Capítulo 25

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Fernando Camacho

Lara no se deja convencer fácilmente, pero yo tampoco soy de los que se rinden a la primera derrota.

Nunca había tenido nada claro, ni siquiera cuando opté por la carrera de finanzas en la universidad. Según yo eso era lo que se esperaba de mi, estudiar la obtención y administración del dinero y capital, tomando en cuenta todos los riesgos que ello implica.

Si, sabía cómo convertirme en millonario... El problema (dicho de alguna manera) es que yo ya era millonario gracias a mis padres, con eso perdía la gracia, otros se hacían ilustres por llegar a lo alto con sus propios méritos, los que nacimos ya allí no. Una vez arriba solo se trataba de equilibrio, de buscar la balanza perfecta para no arruinar lo que mi familia había construido.

Sin embargo, sabía negociar. En todas las reuniones en las que estuve aprendí a escuchar, observar y dar una buena respuesta, así que era momento de ponerlo en práctica fuera de una sala de reuniones.

—¿Por qué estás en contra? —cuestioné.

Si quería refutar, primero debía de saber los argumentos que ella tenía en mi contra, o en este caso en contra de la oferta que le había hecho.

—Tú vives aquí.

—Eso solo son ventajas, Lariña —murmuré divertido—. Puedo quedarme en casa de mis padres, lo hago a veces, más de las que me gustaría admitir en voz alta.

Presumía de tener piso propio, de ser independiente y no depender de ellos.

Pero de vez en cuando, sobre todo las veces que cenábamos juntos en su casa, solía quedarme allí a dormir.

—Por supuesto que no —negó con la cabeza—. No voy a privarte de eso.

—Entonces tampoco me prives de tenerte aquí.

—Es que no quiero depender de ti, ¿entiendes? No quiero deberte nada.

Auch.

Mi corazón acababa de agrietarse con esas palabras. Sé que no las había dicho con esa intención, solo quería mostrarse tal y como yo era: independiente.

Algo nuevo en común, raro de encontrar.

—No sé con qué tipo de gente has tratado antes, pero yo si hago algo es porque quiero, no porque espero que tú me des algo a cambio. Así que no me debes nada... ¿Te parece que tu presencia es poco? —negué con la cabeza una vez más—. No voy a insistir porque la última palabra la tendrás siempre tú, pero a mi me gustaría que aceptaras.

Ahora es ella quien se queda callada analizando lo que yo había dicho, mirándome a los ojos, queriendo ver más a través de ellos. ¿Quería verdades al desnudo? Las tenía, siempre las había tenido, yo no me atrevería a mentirle con mala intención. Sería pecado hacerlo, y no exactamente el tipo de pecado que me gustaría cometer con ella.

—Hoy me quedo a dormir contigo, ya veremos que pasa después —rompió el silencio, caminando hasta mi habitación.

¿O debería de ir empezando a llamarle nuestra habitación?

No sé si me gustaba más como sonaba eso o que ya se supiera el camino de memoria habiendo estado aquí una sola vez.

—Con la condición de que estés todavía en cama cuando me despierte —señalé, siguiéndola de cerca.

—Tú siempre pides mucho y yo tengo obligaciones que no puedo pasar por alto, tú eres el jefe, no tienes eses problemas.

—Y también conozco a tu jefe, así que tampoco tendrías problemas.

—Quizá no con el jefe, pero mis compañeros me odiarían por eso... —se sentó en la cama para quitarse los zapatos, yo fui rápido en acercarme y arrodillarme frente a ella para ayudarle. Debía de estar cansada después de pasar horas en tacones, me recordaba a mamá cada vez que llegaba a casa y soltaba un suspiro de alivio al quitárselos.

Así que hice lo mismo que papá, tras quitarle los zapatos masajeé sus pies, evitando las cosquillas, centrándome solo en lo esencial y necesario.

Lara no se lo esperaba, su cara ya lo decía todo.

—¿Nunca te han hecho un masaje en los pies?

—Nunca —admitió, sonriéndome.

—Entonces tendré que encargarme de hacerte uno cada día, tus pies me lo agradecerán —dejé un beso en cada uno de ellos al terminar y me levanté.

Quise proponerle ayuda para quitarle la ropa, pero me había dejado muy claro que el sexo en la primera cita estaba prohibido y si insinuaba algo al respecto igual me mandaba a dormir al sofá. Era capaz...

Por lo tanto me enderecé y comencé a quitarme la camisa frente a ella, que no separó los ojos de mis movimientos en ningún momento. Le gustaban las vistas y en lugar de crecer mi ego, estaba creciendo algo en mi pecho que era digno de mencionar.

Me dio la seguridad suficiente para seguir quitándome la ropa hasta que solo quedó mi bóxer. Ahí sí que levantó la mirada, con las mejillas incendiadas. Vaya, vaya.

—¿Algo que te guste? —la molesté, acomodándome en mi lado de la cama.

—Eh... Tus tatuajes, si.

No recordaba que mis tatuajes estuvieran tan abajo.

—Tendré que hacerme alguno por esa zona entonces.

—Ni se te ocurra —dijo, levantándose ahora ella para imitar la acción que yo ya había terminado de hacer.

—¿Eso ha sonado a amenaza? —alcé mis cejas.

—Tómalo como quieras, como una sugerencia, un consejo si así lo prefieres...

—Me gusta más la palabra amenaza —me burlé—. ¿Con que se supone que vas a amenazar, eh?

—No voy a amenazar, pero puedo recordarte lo mucho que me gusta tu piel así ahí.

Fueron las palabras justas para que la habitación se incendiara.

Ah, eso y que gateara en ropa interior por la cama hasta trepar encima de mi cuerpo.

Con ella encima se me olvidó todo, no fui capaz de darle una respuesta coherente, simplemente llevé una de mis manos a su cintura para pegarla a mi cuerpo y guiarla. Ella se dejó llevar, se dejó arder.

Así que ardimos los dos entre las sábanas, entre besos mojados y jadeos entrecortados. Puedo asegurar que alrededor de las llamas los orgasmos son mejores.

Dueño de mi vida Donde viven las historias. Descúbrelo ahora