Capítulo 18

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Lara Gutiérrez

—Así que Fernando Camacho, ¿eh? —Ariadna pinchó mi brazo con su dedo índice, llevaba haciéndolo un buen rato, estaba tentada a desviar el cuchillo de la tabla de cortar solo para quitárselo—. Que guardadito te lo tenías, chica, así si que se vive bien. ¿No tendrá algún amigo soltero? Porque podría presentármelo.

—Tú eres lesbiana, Ari —murmuró Belinda, rodeando los ojos.

—La mayoría del tiempo lo soy —admitió—. Pero hay hombres que son la excepción, por eso mi bisexualidad. Aunque si, me gustan más las mujeres, son menos complicadas... Y gran parte de los hombres dan asco, así que prefiero evitar eso.

Ojalá todo fuera tan fácil, mi heterosexualidad no me permitía decir lo mismo.

—Pero no me hagas cambiar de tema —reprochó—. Nos debes detalles, está claro que te has acostado con ese bombón.

—¿Y qué si lo hice? Solo somos dos adultos que se encontraron en una fiesta, bebieron de más y terminaron en la cama. No ha tenido la más mínima importancia, ha sido un polvo más para ambos —aclaré, limpiándome las manos en el delantal. Mala manía. Acto seguido eché todo en la olla, necesitaría unos minutos allí.

—No puedes decir que no ha tenido importancia cuando literalmente ha venido hasta aquí para verte —alzó sus cejas.

—Tendría miedo de que dijese algo públicamente y se jodiera su imagen, yo qué sé —resoplé—. Ya ha pasado, no voy a darle más vueltas, agradecería que vosotras tampoco.

—Así será —prometió Belinda, advirtiendo a su amiga con la mirada, aunque esta se moría de ganas por seguir haciendo preguntas—. Esto se queda aquí, tranquila. Las cosas de la cocina se quedan en la cocina.

—Gracias —susurré, sintiendo que era un peso menos con el que cargar.

Me centré en lo que debía hacer: cocinar. Ya habría tiempo para pensar en Nando, en la noche que tuvimos y en las consecuencias. Porque está claro que habrá consecuencias, nunca nada se queda así. Pero como bien había dicho era adulta, sabía lo que hacía, no tenía que arrepentirme ni avergonzarme, no había motivos para hacerlo.

Estuve pendiente de la comida, mis compañeras también, después se habló relativamente poco y en cierto modo lo prefería así. Me daba absolutamente igual que la gente hablase o no de mi, pero Nando no podía permitirse el mismo lujo, a él si le influían las críticas sobre su persona. Tenía una empresa más que estable, si su nombre se ensuciaba iría cayendo poco a poco hasta quedar en el olvido, le convenía la buena publicidad.

—Lara, acaban de traer esto para ti. —Yago entra con un par de bolsas, de esas que traen la cara marca impresa en ellas, con solo leerla me llevé una mano a la cabeza.

—Yo no...

—Ni una palabra, te lleva dos minutos ir a cambiarte —señaló con la cabeza la puerta—. No contradigas a tu jefe.

Lo que me faltaba...

Vestir ropa cara en el trabajo era casi un suicidio. Entiendo que los que trabajan en oficina no tienen problema, pero yo voy a terminar manchándome si o si, estaba más que claro. Y quizá las manchas no le saldrían nunca. Sería ropa desperdiciada, me dolía en los bolsillos aunque no la hubiera pagado yo.

Eso no había sido necesario y aún así no pude reclamarle, si tuviera su número lo mandaría a la mierda.

Estuve tentada a hacerme una foto en el espejo del baño cuando me vestí, pero no era lo correcto, así que me limité a guardar mi ropa y salir como si nada.

—¿Dónde está la empresa del magnate Camacho? —pregunté, uno de mis compañeros me miró como si estuviera loca. Claro, ¿cómo no iba a saber semejante dato tan importante?

—Te lo perdono porque no eres de aquí —murmuró—. Todo el mundo sabe dónde está, al igual que las demás empresas, pues están en todos lados, mires por donde mires vas a ver la marca de alguna de esas. Este mismo restaurante es de los Vélez, no hay que sorprenderse.

—Ya, pero yo no quiero cualquiera, quiero saber dónde está el edificio principal, donde tiene el jefe el despacho y tal —insistí, él elevó una ceja—. Por curiosidad.

—Ya —asintió con la cabeza y sacó su teléfono para mostrarme en este ma ubicación, también me dio indicaciones de cómo llegar si salía del restaurante—. Pero no te molestes en ir, sería raro... Solo va gente que trabaja allí, empresarios, contactos, no gente como nosotros. Además, no te atenderían, son muy estrictos con eso.

—¿Ya lo has intentado?

—No —soltó una carcajada, nuevamente mirándome como si estuviera loca—. Yo ahí no pinto nada, ese no es mi mundo.

Tampoco el mío.

Pero me siento atraída en exceso por ir allí, me da igual si me echan a patadas, algo en mí me decía que debía de hacerlo.

No volví a mencionar su nombre ni su apellido, de lo contrario ya sería un chiste. Las horas se pasan rápido cuando se hace lo que a una le gusta, así que cuando me quise dar cuenta ya era hora de irme. Había comido alguna que otra cosa por allí, de mi plato, del de Ari y del chico cuyo nombre desconozco, al igual que hacían todos allí dentro, se suponía que era para que todos aprobásemos la comida antes de servirla, pero en realidad era porque nos gustaba comer.

Saqué mi teléfono en cuanto puse un pie fuera del restaurante y buqué el mapa para ubicarme. Iba a ir. Joder, realmente lo iba a hacer.

Tomé una profunda respiración antes de encaminarme hacia allí, podría tomarme un taxi pero me apetecía comer el resto del mes y no podía gastarme el dinero en algo así, Dios me había dado piernas para usar. Llegué cansada pero llegué, me detuve justo en la entrada, observando las grandes puertas que impresionaban a cualquiera.

—¿Vas a entrar? —la voz, cargada de acento español, de una mujer que se me hacía conocida me hizo voltearme.

Madre mía del amor hermoso.

Dueño de mi vida Where stories live. Discover now