Capítulo 19

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Fernando Camacho

Mamá está aquí.

Lara está aquí.

Ellas están aquí... juntas.

¿Acaso me he metido en problemas? ¿Cuál era la gravedad del asunto?

—¿Qué hacéis vosotras dos aquí? —cuestioné, intentando no ponerme nervioso.

—Yo venía a... Espera, ¿te has puesto pálido? —Mamá se carcajeó, mirándome con una de sus perfectas cejas alzadas—. ¿Es de fiar la señorita?

—Si —asentí sin dudarlo ni un segundo—. Solo fue la impresión de veros.

Fue rápida en encajar las piezas y pronto tuvo una idea clara en su cabeza de lo que estaba pasando. Admiraba su inteligencia y astucia, le habían ayudado a llevar a dónde estaba y lo aprovechaba cada dos por tres.

Me miró, esta vez sonriéndome.

—Entiendo, os dejaré solos —me guiñó un ojo y miró sin ningún disimulo hacia las cámaras de seguridad.

Vale, mamá, lo he pillado.

Sin embargo, papá me había enseñado cómo desactivar las grabaciones desde el ordenador, así que no tenía problema.

Lata no entendía nada, yo tampoco entendía que hacía ella aquí. Pensaba que mi visita al restaurante no le había gustado, ¿venía entonces a echármelo en cara?

—Siéntate, no tienes que estar ahí de pie —indiqué en cuando mamá cerró la puerta.

Al menos era un alivio ver que no se conocían entre ellas y que no me había metido en problemas... todavía.

La observé tomando asiento y después me acerqué para sentarme a su lado, estar detrás del escritorio era un rollo y me daba ciertos aires de superioridad que no pegaban conmigo.

—Sibylle es guapísima —mencionó—. Es algo que ya sabía, pero verla en persona es impresionante.

—Espero entonces haber heredado algo de ella —mordí mi labio inferior por acto reflejo.

Siempre me había gustado eso de gustarle a los demás.

Ahora sentía la necesidad de gustarle a ella. Que me dijera que tenía buenos genes, que me sentaban bien las camisas caras, que me brillaban los ojos o que era impresionante. ¡Lo que fuera! Pero que me dijera algo, por favor.

—Tienes espejos en casa —señaló en su lugar.

No quiero verme en los espejos, quiero verme en tus ojos y que lo que vea sea todavía mejor.

—¿Puedo preguntar a que viene la visita o prefieres seguir con el misterio?

—El misterio vende libros —señaló, con los labios curvándose en una sonrisa.

—Y jode relaciones —agregué.

—Que suerte que no tenemos una relación entonces —se mofó.

Y quizá en ese momento soñé con tenerla.

En las posibilidades de despertar con ella a mi lado, verla despeinada y somnolienta, sentir su aliento mañanero chocando con el mío...

En no tener ni necesitar excusas para besarla. Sin fiestas de por medio, sin alcohol en las venas. Solo porque si.

—¿Y si la tuviéramos? —propuse.

—Nos hemos acostado y ya me hablas de relación, pensaba que las mujeres caíamos primero.

Ella me convirtió entonces en la excepción.

—Lariña, caí desde que tú lo hiciste en mis brazos —susurré—. Antes incluso, te juro que te vi y se me movió el mundo. No voy a decir que era amor, estaría loco si lo hiciera, no hay que ser superficial... Pero me gustaste y sabía que lo que no veía me iba a gustar más. No eras la más guapa allí y aún así mis ojos no podían despegarse de ti. Necesitaba una excusa para conocerte, no sabes cuanto agradecí internamente que te resbalaras, fue una señal del destino.

—No te veía como un tío romántico.

—No lo soy, esto solo es sinceridad —esbocé una sonrisa que no tardó en devolverme.

Verla sonreír era un vicio al que no estaba dispuesto a renunciar.

—Conozcámonos —propuse—. Tengamos una cita... O no, si prefieres algo de amigos, sin presiones, lo que sea. Pero no me hagas vivir con la indiferencia cuando se trata de ti porque mi mundo ardería por completo.

No se esperaba para nada mis palabras, incluso yo estoy sorprendido. No entiendo a la gente que se traba cuando está con la persona que le gusta, yo tengo el efecto contrario, hablo con más fluidez, mejor que en una reunión de magnates.

—No sé que hago aquí, Nando —me dijo, cruzando sus piernas—. Busqué una única excusa para darte, como darte las gracias por la ropa que llevo puesta o por el contrario, venir a echarte la bronca de que no la necesitaba. Pensé en... No sé, hablar de lo sucedido, gritarte por haberte presentado en mi trabajado, cualquiera cosa habría sido válida.

—Pero ninguna sería verdad.

—No —admitió—. Si estoy aquí es porque me gustas, me atraes más de lo que quisiera admitir en voz alta, fue una decisión repentina de la que podía arrepentirme poco después.

—No te vas a arrepentir cuando se trata de mi —le hice saber—. Quiero que dejes la desconfianza en la puerta porque no l vas a necesitar.

Sus hombros parecieron relajarse. Me moría de ganas de atraerla hacia mi y besarla.

Así que lo hice.

De sus labios se escapó un jadeo de sorpresa, pero no protestó, de hecho siguió el beso con más intensidad. Sus manos buscaron mi cuerpo para aferrarse a él, ansiando el contacto corporal tanto como yo.

El ordenador estaba tan lejos que pasó a un segundo plano.

—Nando... ¿No vamos a seguir hablando?

—Lariña, tú no has venido a buscarme para hablar conmigo —reí sobre su boca.

Sus mejillas enrojecieron e inevitablemente pasé mis manos por ellas, sintiendo su dulce calor en mi tacto.

—Solos muy diferentes, esto no va a funcionar —susurró, queriendo excusarse una vez más.

—No si sigues con esa actitud —chasqueé mi lengua y me separé unos centímetros—. Hagamos que funcione, que me jodan a las diferencias.

Dudó, lo hizo, se le notó en la mirada y en la manera de torcer los labios en desacuerdo. Pero no dijo nada para no hacer la conversación más larga.

Teníamos esa conversación pendiente, no podía empezar dejando dudas en el aire porque de lo contrario terminaría mal.

Aunque supongo que en esos momentos lo olvidamos, o al menos lo dejamos a un lado.

Dueño de mi vida Where stories live. Discover now