Capítulo 28

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Lara Gutiérrez

Tras el desayuno me dejó llevar el coche hasta mi trabajo, dijo que una vez allí lo tomaría él para ir hasta su empresa, así me dejaba a mi disfrutar un poco más en la carretera.

—¿Qué pensarán los que nos vean llegar?

—Que te la sude lo que puedan pensar —me indicó—. No se puede vivir si se está pendiente de lo que dicen los demás. Que te importe solo lo que pienses tú.

Tenía razón, como de costumbre, pero yo tampoco quería que los demás pensaran cosas que no eran.

¿Cosas que no eran?

¿Cómo por ejemplo que estábamos juntos? Porque eso sí que era.

Dios, que difícil es esto, si él no fuera quien es quizá las cosas serían más fáciles. No tendría que tener cuidado de la prensa, ni del qué dirán.

Él pareció darse cuenta de mi inseguridad porque fue rápido en llevar su mano sobre la mía, entrelazarla y acercarla a sus labios para dejar un beso en ella. No me merecía un hombre así, por Dios, era demasiado y yo no había hecho nada bueno con el mundo para tenerlo. ¿Acaso había hecho un pacto con el diablo sin siquiera darme cuenta y este era el pago a cambio de mi alma? Porque de ser así volvería a firmar sin ningún problema, eso estaba más que claro.

—Todo estará bien, somos tú y yo contra el mundo, que le jodan a lo demás.

Había leído eso tantas veces que me resultaba irónico escucharlo ahora sabiendo que me lo decían a mi.

Pero era verdad, él era real, esto que estaba pasando no era tampoco ningún sueño, así que tenía que empezar a creérmelo.

Aparqué el coche cuando llegamos al restaurante y sentí los nervios en el estómago, ¿debía de despedirme con un beso? ¿O simplemente con palabras?

Él se bajó primero, quizá porque en poco tiempo ya me conocía y sabía que estaba actuando por equis razón. Lo imité, cerrando la puerta con cuidado porque si la rompía era consciente de que costaba más de lo que yo ganaría en todo el año.

—Nos vemos más tarde, ¿no? —llevó sus dedos a mi mentón para sujetarme el rostro y hacer que le sostuviera la mirada.

—¿Más tarde?

—Tienes que traer tus cosas al piso —me recordó, sonriendo divertido.

—Oh.

¿Oh? ¿Es en serio? Lara, por favor, no seas ridícula. Ya sabemos que el tío es guapo y tenerlo a tan pocos centímetros era tentador, pero que no seas capaz de articular palabras te hace patética del todo.

—Exacto, oh —repitió, acortando la distancia entre los dos.

Sus labios sabían a azúcar, o tal vez los míos tenían azúcar y al juntarse con los suyos lo estaba probando. No lo sé. El caso es que fue dulce, literalmente, y me dejó con la boca entreabierta cuando se separó.

—Te enviaré un mensaje cuando salga de la empresa, ¿vale?

Asentí con la cabeza, nuevamente incapaz de decir algo coherente. Él sonrió, volvió a besar mis labios de manera casta y se encaminó al coche.

Entonces recordé un pequeño gran detalle.

—¿Sabes mi número?

—Yo lo sé todo, Lariña, nunca dudes lo contrario —lo escuché reírse mientras se metía en el coche y cerraba la puerta.

Claro, era el magnate Camacho, ¿cómo no iba a saberlo? Ya su padre tenía la misma fama, no tenía siquiera que sorprenderme.

Meneé la cabeza, restándole importancia, y me dirigí a la entrada del restaurante, justo cuando de allí salían dos jóvenes. Los dos iban hablando, pero no dejaron de mirarme en ningún momento.

—Disculpa, el del coche era Nando, ¿verdad? —preguntó uno de ellos en mi dirección.

Me quedé callada sin saber que decir.

Si, claro que lo era, pero yo no iba por ahí diciéndole a desconocidos que me bajaba del coche de Fernando Camacho.

—Eres un maleducado —bufó su amigo—. Primero tienes que presentarte, ¿no ves que así la asustas y no te dirá nada?

—Tú cállate, no veo que estés haciendo nada.

—Tienes razón, lo siento —hice una mueca, mirándome—. Yo soy Diego de Jesús, igual te sueno de algo, este desgraciado de aquí es Demian Colón, tiene tendencia a ser un impresentable y, como acabas de ver, un adicto al chisme.

Mierda. ¿Cómo no pude reconocerlos antes? Sabía de sobra quiénes eran ellos dos, al igual que sabía que eran amigos de Nando de toda la vida, seguro que entre ellos no había secretos.

—Si, el del coche era Nando —respondí entonces, asintiendo ligeramente.

—Si, pero como he dicho antes es de mala educación no presentarse primero —murmuró burlón—. ¿Cómo te llamas? ¿Y donde es ese acento?

—Soy Lara, el acento es gallego, aunque no lo tenga muy marcado.

—¡De España! —exclamó el pelinegro, chasqueando sus dedos en el aire—. Nando estuvo ahí hace poco, voy a suponer que vuestra historia empezó en ese viaje... ¡Ah, espera! ¿Trabajas aquí?

Demian habla mucho y hace muchas preguntas, que vaya más despacio, por favor.

—Si, de hecho estoy haciendo las prácticas aquí.

Sus ojos vuelan hacia su amigo y alza más cejas con una expresión que no logro descifrar.

—No estoy entendiendo nada...

—Diego, ella es la chica que le tiró la crema, ¿te acuerdas? Nando nos habló de ella, tienes que acordarte —insistió.

Nando había hablado de mi... Y por lo visto no se había olvidado de la peculiar forma que tuvimos de conocernos.

—¡Anda, si! —exclamó, como su cabeza hiciera un clic y de pronto recordara todo—. Nos ha hablado muy bien de ti, que ganas teníamos de conocerte.

Entonces se acerca para darme dos besos en las mejillas, su amigo repite la acción tras él.

—Lo mismo digo, supongo.

—Que desgraciado, de nosotros no ha hablado —se quejó, haciendo un puchero—. Iremos ahora a hablar con él, al parecer hay nuevos capítulos en esta historia y no queremos dejarla a medias.

—Y te dejamos a ti entrar al trabajo, perdona por interrumpir y atrasarte —sonrió con los labios pegados.

—No pasa nada, nunca suelo ser puntual —admito, sonriendo también.

Que agradables sujetos, la verdad es que Nando no me había hablado demasiado de ellos pero tampoco es que tuviera ocasión de hacerlo. Ya habría tiempo más adelante, siempre lo había y nosotros no seríamos la excepción.

Dueño de mi vida Donde viven las historias. Descúbrelo ahora