Capítulo 31

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Fernando Camacho

Mis pulmones empezaban a respirar con dificultad pero intenté disimularlo, no era el momento para tener un ataque de asma, quedaría bastante mal no saber enfrentarme a las cosas.

La situación era un poco comprometida.

Bueno, ¿a quién quiero engañar? La situación era muy comprometida, tanto para ellas como para mi.

Calíope estaba pálida, de eso no había duda, y mordía su labio inferior con nerviosismo. ¿Qué había pasado? Sus ojos me miraron a mi y después a la maleta que llevaba, que pertenecía a la chica que estaba a mi lado, a quien no fue capaz siquiera de mirarla.

¿Debería de presentarlas?

No, por cómo estaba Calíope era obvio que no. Ya le hablaría después a Lara de ella, no quería dejar hilos pendientes en la tela para que después al tirar de ellos se descosiera todo, no me lo iba a permitir.

—Lara se muda conmigo —aclaré.

—Yo... —aclaró su garganta cuando la voz le salió débil—. Necesitaba hablar contigo de algo importante, pero puedo venir en otro momento, no quiero interrumpir nada.

—Tranquila, no lo haces, no nos vamos a ninguna parte más que aquí —señalé con la mirada la puerta—. Entra y hablamos.

No dice nada, así que tomo la llave para abrir la puerta y dejarles pasar. Admito que me iban a temblar las piernas, pero pude aguantar. Dejé la maleta junto a esta cuando cerré, pero Lara fue rápida en tomarla.

—Puedes estar presente en la conversación, sabes que yo no te pediría que te fueras —aclaré al ver sus intenciones.

—Lo sé, pero esa conversación no me toca a mi, es algo privado en donde no debo de meterme —dijo, sonriendo de lado, pero esa sonrisa no expresaba nada.

Mierda, Lara, tú no.

Se volteó, llevándose con ella la maleta, para así dirigirse al cuarto y cerrar la puerta de este, dejándonos solos y con privacidad.

No quería darle vueltas pero para mi ese gesto había significado algo más.

—Lo siento por eso —murmuró Calíope, soltando un suspiro—. No quería causar problemas, yo ya sabía que tenías a alguien, lo que no me esperaba era que ya estuviera viviendo contigo.

—Supongo que cuando encuentras a la persona correcta lo sabes desde el primer momento, así que no hay necesidad de perder el tiempo.

Asiente con la cabeza, dándome la razón. Poco a poco parecía que su tez volvía a su color habitual, eso me tranquilizaba un poco, no me habría gustado que se desmayara ni nada. Yo a esa niña solo le deseaba cosas buenas.

—Bueno, supongo que todo esto aclarado puedes decirme qué pasa —dije—. Toma asiento, si quieres...

—No será necesario, no es tema largo —negó con la cabeza.

—Tú me dirás entonces.

Estaba indecisa, se le notaba en los ojos, esos ojos que tantas veces me habían mirado. Su mirada se perdía, no sabía a dónde mirar. Mis ojos trataban de seguir los suyos, pero se me estaba dificultando y eso empezaba a ponerme nervioso.

—Estoy embarazada —soltó, tras unos segundos de doloroso silencio.

Abrí la boca, incapaz de decir algo y negué.

—Eh... Fe-Felicidades —me las apañé para decir.

Calíope alza sus cejas y me mira incrédula.

—¿En serio? —cuestiona antes de soltar una risa sarcástica—. Tú no eres más tonto porque no entrenas, Fer.

—¿Y qué quieres que te diga?

—Nada —admite—. Solo quería que lo supieras porque el hijo es tuyo.

Jodida mierda.

¿Qué acababa de decir?

¿Por qué no me había guardado la polla en los pantalones cuando tenía que hacerlo?

Estaba jodido, había embarazado a la hermana de Diego, iba a matarme con sus propias manos.

—No quiero que te hagas responsable, solo que me sentiría mal si no te lo hubiera dicho, tienes derecho a saberlo —sonríe de lado—. Estoy viéndome con alguien, se ve que tú también. Lo que pasó, pasó. No voy a abortar, me agrada la idea de ser madre, puedo hacerlo sola.

—Calíope, yo...

—Tú nada, no te estoy reprochando, solo te estoy haciendo ver las cosas —mete sus manos en sus bolsillos y ladea la cabeza al mirarme—. Si se parece a ti tendremos mala suerte porque la gente no tardará en hablar.

—Puedo ser su padre —insistí, ella no tenía que hacer eso sola, yo también había sido el causante.

—No quiero que lo seas —señala—. No te calientes la cabeza por esto, te aseguro que no es un problema y que no voy a echártelo nunca en cara. Sigue con tu vida como hasta ahora, tienes que ser el chico que ella se merece que seas.

Dejo escapar un suspiro y me acerco a ella para abrazarla, no tarda en corresponderme a la acción. Calíope era de esas personas llenas de bondad que le quedaban al mundo, tal cual como lo era su madre, siempre honrada y humilde, sin esperarse nunca nada a cambio.

Se necesitaban más personas así.

—Eres la mejor persona que he conocido en mi vida —me sincero—, espero que solo te pasen cosas buenas, Cal.

—Gracias —sonríe, dejando que se formen eses tan tiernos hoyuelos en sus mejillas—. Te deseo lo mismo para ti, porque por mucho que se diga, tú te mereces ser feliz.

Quiero llorar, de verdad que quiero hacerlo, la presión en el pecho es cada vez más fuerte y los ojos me arden, pero me obligo a ser fuerte.

Cuando ella se va, la sensación sigue ahí, mientras que mi mirada vuela hacia la puerta cerrada de mi habitación.

¿Qué se suponía que debía de hacer ahora?

No quería asustarla y que se echara a correr en cuanto yo terminase de hablar, me odiaría toda la vida por eso, pero desde luego tampoco iba a callarme porque sería lo más egoísta que podría hacer.

¿Qué era lo más sensato?

Me gustaría llamar a papá y preguntárselo, como cada vez que tenía una duda con algo relacionado a la empresa. Pero la verdad es que mi padre no había embarazado a nadie antes de salir con mi madre (ni después tampoco, Dios lo libre), así que no iba a conseguir mucho.

Era adulto, era dueño de mi vida, era el responsable de mis acciones, así que tenía que asumir las cosas que ya había hecho.

Me dirigí a la habitación tomando una profunda respiración.

Dueño de mi vida Where stories live. Discover now