Capítulo 37

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Fernando Camacho

Lara era tan especial que se me hacía difícil incluso describirla. Nunca aprecié ese potencial en las mujeres hasta que llegó ella, la verdad sea dicha, Diego no permitiría que nadie la hablase así ni de broma, pero con ella se calló y le dio la razón.

Era luz, fuerza y poderío.

Tenía garras y también dientes, sabía quedarse callada pero, sobre todo, sabía defender y atacar de la mejor manera.

Era simplemente maravillosa.

—Esa chica tiene carácter —opinó Diego, limpiándose las comisuras de los labios con una servilleta—. Se nota que le importas, no solo que le gustas.

También me había dado cuenta de ese pequeño detalle. Si solo le gustara no estaría haciendo tanto por mi, no le contestaría así a Diego y no me traería hielo para la hinchazón. Quizá no es que le importara sino que me quería.

Querer es un verbo fuerte. Es un sentimiento también de la misma intensidad. Quiero que lo sienta conmigo, quiero que me quiera a mi.

—Esa chica es el amor de mi vida, no la puedes culpar —murmuré, sintiéndome orgulloso de lo que acababa de decir.

—Una razón más para invitarla a la cena, ¿No crees? —alzó sus cejas, tratando de volver al tema una vez más—. Harías felices a tus padres, ya lo sabes... Y a todos los allí presentes.

—Lo sé, ¿pero no es muy arriesgado que la lleve a la cena sin antes tener una a solas con mis padres? —cuestioné—. Quiero decir, para que primero la conozcan.

Se encogió de hombros, dejándome con la duda. O queriendo decir que tanto daba una cosa que la otra.

—Esa ya es tu decisión, pero para la cena no queda mucho e igual es demasiada presión conocer a tus padres y luego a los demás, de este modo mataría dos pájaros de un tiro.

—Tienes razón —chasqueé mi lengua.

—Yo siempre la tengo, otra cosa es que no quieran dármela.

Bueno, eso es cuestionable, pero si el niño es feliz creyéndolo no voy a decirle lo contrario. Dando ese tema por zanjado, fue rápido en empezar una nueva conversación a base de quejas y críticas a la reunión que tenía después. Una reunión a la que yo no podía ir, tal y como estaba.

—Tengo que llamar a mi padre —pellizqué el puente de mi nariz, sintiendo que solo sabía dar problemas.

Mis padres me iban a desheredar, estaba seguro.

—¿Y decirle que te he partido la cara? —soltó una risa nerviosa—. Creo que no es una buena idea.

—Puedo saltarme esa parte —admití mientras sacaba el teléfono de mi bolsillo—. Al menos avisarle de que no puedo asistir, si se entera por otros será peor.

Busco su número en los contactos bajo la atenta mirada de Diego, pulso su nombre y escucho los pitidos a la espera de que responda.

—¿Fer? —pronunció mi nombre con tintes de confusión—. ¿Qué haces llamándome ya desde temprano? ¿Ha pasado algo?

—Buenos días, papá —murmuré sarcástico—. Se llama educación.

—Buenos días, hijo —respondió con un resoplido—. Ahora dime, ¿cuál es el motivo de esta llamada?

—No podré asistir a la reunión de hoy —aclaré mi garganta.

—¿Hay alguna causa de fuerza mayor que te lo impida o simplemente lo haces por hacer?

—Papá, me espero que me estés jodiendo —gruñí. No podía ser que mi padre pensara tan mal de mi, ¿no?—. He tenido algún que otro problema y quiero solucionarlo, ¿de acuerdo?

Me iba a seguir preguntando, claro que si, pero estaba listo para usar a su nuera como la excusa perfecta.

—¿Problemas con Lara? —inquirió.

Mierda, pues si que me conoce bien, ni que fuera mi padre.

Ah, no, es que es mi padre.

—Si —murmuré por lo bajo—. Ayer no fue nuestro mejor día, ni nuestra mejor conversación, ni nada... No quiero perderla, no me lo puedo permitir.

Sé que está sonriendo al otro lado de la línea telefónica, lo que es un alivio.

No había mentido del todo, si es cierto que Lara y yo habíamos pasado por eso ayer y también que teníamos una conversación pendiente que cuanto antes se diera, mejor.

—Las primeras discusiones siempre son una mierda, ¿eh? —habló, como si estuviera recordando la suya con mamá. Papá, pasa chisme que yo también quiero saber—. No te preocupes, la reconciliación suele ser mejor.

—¡Papá! —exclamé, llevándome una mano a la frente. Diego parpadeó confuso, menos mal que no estaba escuchando lo que este decía.

—¿Qué? No he dicho nada fuera de lugar, fuiste tú el que pensó en algo más.

—Nos conocemos...

—Del tal palo tal astilla —murmuró burlón—. Si quieres te doy algunos truquitos que...

—No —lo interrumpí—, definitivamente no.

Su risa no es suave cuando llega a mis oídos y tengo que alejar un poco el teléfono de mi oreja.

—Bien, que conste que tú no has querido, yo te los daba con buenas intenciones —se burló—. No te preocupes por la reunión, en serio, arregla las cosas con Lara que es más importante, pero no te acostumbres.

—Eres el mejor, papá.

—Ya lo sé, no hace falta que me lo digas.

Me quedo con la palabra en la boca porque después de eso me cuelga. Un poco egocéntrico... Bueno, no, muy egocéntrico.

—¿Y bien? —preguntó Diego en cuanto me vio guardar el teléfono.

—Me ha colgado, el muy cabrón.

Diego se carcajea, al parecer todo el mundo se quería reír de mi, no hay nada en el mundo mejor que eso. Esperaba que Lara no estuviera igual, porque no me apetecía seguir con los vaciles, por hoy ya habían sido suficientes.

—Veo que no tienes prisa, he de suponer que te ha dado el día libre, yo no tengo la misma suerte y por ende me toca ir a la reunión —estiró sus brazos mientras se quejaba de nuevo—. Ya hablaremos por la noche, suerte con tu chica.

—Suerte a ti también con los chicos —murmuré divertido.

La iba a necesitar.

Las reuniones solían ser pesadas, menos mal que Demian también iría, de lo contrario estaría llorando.

Yo también iba a necesitar suerte, lo supe desde que la vi caminando en mi dirección.

Dueño de mi vida Where stories live. Discover now