Capítulo 8

198 22 1
                                    


Lara Gutiérrez

Pensaba que no había nada peor que una resaca, pero como de costumbre estaba equivocada, siempre llegaría algo peor a lo anterior...

Y eso fue la llamada del jefe de cocina exigiendo mi presencia en el centro superior de hostelería cuanto antes.

No iba a negar que tuviera miedo porque estaría mintiendo. ¡Claro que lo tenía! El mismo hombre que no tuvo ningún problema en expulsarme estaba ahora llamándome como si nada. ¿Qué mosca le había picado?

Intenté no darle muchas vueltas, ya suficiente me solía la cabeza por el alcohol ingerido la noche anterior, no podía calentarme con pensamientos acerca de ese idiota. Él me había echado, pues que se joda, no seré yo quien le ruegue por volver. Había más sitios en donde terminar mis estudios, no importaba.

—Lara, que bueno verte aquí —Antón, que siempre salía de cocina para echar una ojeada a quien entraba, no tardó en acercarse a mi—. Pensé que no volverías después de lo ocurrido, ya sabes.

—¿Has visto mis nudillos, yogurtero? —inquirí, levantando mi mano con el puño ya formado para mostrárselo—. ¿Quieres también ver cómo se sienten en tu bonita cara?

—¿Crees que tengo una cara bonita, Lariña? —alzó sus cejas, divertido—. Creo que podría aceptar un golpe de tu parte si vuelves a repetir eso.

—Vete a la mierda —le enseñé el dedo de en medio, él soltó una carcajada que no tardó en contagiarme a mi.

Era un pesado, pero era de los pocos que me caían bien y que también me soportaba. No echaría a la basura esta casi amistad, a decir verdad ser sociable tampoco era mi punto fuerte y todo lo que fueran personas cercanas eran bienvenidas.

—No estoy aquí para venir a llorar, ya lo sabes.

—Ya lo sé —asintió—, solo quería meterme contigo para molestarte... ¡Y lo conseguí! ¿Ves? Los hombres siempre consiguen lo que quieren.

—Menos cuando se trata de mujeres —me burlé—. ¿O tengo que recordarte lo que pasó con Raquel?

—¡Cállate! —gritó, sonrojándose por completo y llamando la atención de los allí presentes.

Yo me reí con ganas porque amor sin bullying no es amor.

Raquel era una chica estudiaba aquí el año pasado, mayor que nosotros dos, y que tenía embobado a todo aquel que la mirase. Mi compañero no era la excepción. Cuando se le ocurrió la brillante idea de invitarla a salir, en plan cita, ella fue rápida en aclararle que no le gustaban los hombres. Desde ese día no quiso tener nada con ninguna, ni siquiera cuando salía los fines de semana, debía de tenerle miedo al rechazo de nuevo.

Dicen que los primeros amores nunca se olvidan, ¿pero que hay de los primeros desamores? ¿De esos primeros casi algo? ¿O de esos primeros rechazos?

Nadie habla de eso en los libros ni tampoco en las películas. Si, quizá se menciona un trágico pasado amarlos, pero nunca como en la vida real.

Yo estuve pillada del mismo tipo desde los trece años hasta casi cumplir los dieciocho. Un tío que ni me saludaba cuando me veía por los pasillos. Un tío que con suerte se acordaba de mi nombre. Un tío que no valía la pena y que para mí era mucho más de lo que mostraba a simple vista.

Pero no lo era.

Al final todos tenían razón, eso no era amor. Él y yo nunca seríamos nada. No valía la pena tener solo ojos para un chico que no me los había mirado nunca.

—Lara, que bien que ya estés aquí, eres rápida para lo que quieres —su voz siempre me había desagradado, pero ahora le tenía más rabia que nunca.

—¿Podemos hablar cuanto antes? La verdad es que quiero irme.

Maldición, había sonado como una niñata irritable, hasta yo me daría cringe a mí misma.

—Tienes que irte, de hecho —asintió con la cabeza, confundiéndome—. He firmado tus prácticas.

—¿Cómo? —cuestioné—. Si esto es algún tipo de broma os podéis reír ya, pero a mi no me hace ninguna gracia.

—No soy un hombre de bromas cuando se trata de trabajo, ya deberías de saberlo —elevó una ceja, como de costumbre—. Te irás a Estados Unidos, demuestra que tan buena eres con la lengua por allí, pero sobre todo demuestra para lo que están hechas esas manos —señaló, casi juzgándome con la mirada—. Tienes una última oportunidad, un examen final... De ti depende si quieres dedicarte a esto o no. Demuestra su vales para esto.

Entonces, como si la vida fuera tan sencilla como encajar piezas de legos como cuando era una niña, las ideas en mi cabeza también se conectaron y la imagen final fue... Fernando.

Claro que si, ahora todo tenía sentido, él había dicho literalmente "van a lamentarse", pero había fallado en lo de "harás tus prácticas donde te venga en gana", ahí prefirió decidir él el lugar. ¿Por qué Estado Unidos? ¿Por qué él vivía allí o por qué tenía más posibilidades de triunfar?"

Esperaba que la segunda. Bueno, esperaba que la primera, pero me inclinaba a que sería por la segunda. Fernando no posaría sus ojos en mi de esa manera. No era una mujer fea, tampoco se trata de mentir para convivir, solo era una más, una con facciones comunes, cabello como la mayoría de población, ojos ídem... No tenía nada que resaltara sobre las demás, así que nadie se fijaría en mí de primeras, solo si se tomaban el tiempo de verme mejor.

Él había tenido ese tiempo.

Él había insinuado muchas cosas... Como besarnos, que le atraía, como la forma tan sensual que tenía de decir mi nombre. O quizá esas frases de ligoteo que había tirado y que le habían funcionado, porque aquí estaba reflexionando sobre ello cuando en realidad lo que quería era pasar del tema.

Al final termino teniendo razón, como siempre.

Yo solo atraigo problemas y Fernando de Camacho era él problemas más grave que tendría a partir de ahora en mi vida.

Había pruebas y cero dudas, aquí solo terminábamos el capítulo de Santiago de Compostela, no quería ni saber cómo empezaría el de Estados Unidos.

Dueño de mi vida Donde viven las historias. Descúbrelo ahora