Epílogo

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Lara no pudo asistir a la cena de ese año, no porque no quisiera sino porque coincidió con el día que debía volver a España, cuando ya había terminado las clases. Tenía que resolver todo sobre sus estudios antes de centrarse en su futuro, que tenía muy claro que lo quería con Nando, dónde fuera, pero con él.

Su ida lo dejó bastante triste, a él más que a nadie le ilusionaba la idea de tenerla allí esa noche, pero no pudo ser.

Sin embargo, si que pudo asistir a la del próximo año y a la del siguiente, y a cada una que le siguió.

Porque Lara no tardó en volver a Estados Unidos para establecerse de manera definitiva allí. Tan solo un año y medio más tarde ya estaban comprando una casa para vivir más cómodamente los dos, pues el piso estaba bien pero siempre se podía aspirar a algo mejor. Tampoco era una casa muy grande, suficiente para ellos dos y quizá para alguien más. No tenía vistas a la ciudad sino al mar, que era lo que le faltaba a Lara en Santiago de Compostela, quedaba una poco más lejos del trabajo, pero eso era lo de menos.

Nando continuó en la empresa y no solo eso, sino que la fama de esta solo fue in crescendo. Él, que tantas dudas había tenido sobre su trabajo, aprendió que tiene que confiar en sus ideas porque casi siempre son buenas y tirar para delante.

Lara montó su propio restaurante, Bocados de morriña. Morriña, en su lengua materna, tenía un significado muy bonito: sentimiento de tristeza, melancolía que se siente cuando se está lejos de la tierra en la que se nace.
Ella estaba lejos de su tierra, pero igual que ella había muchas otras personas, por eso decidió que en el restaurante trabajasen personas de diferentes nacionalidades y culturas, así podrían devolverle el sabor de su tierra en cada bocado a las personas que lo echaran en falta.

Ari trabajaba con ella, mientras que Belinda se había quedado en el restaurante de Zaid tras ser aceptada por Yago. También le había ofrecido a Antón un lugar en su cocina, pero él fue rápido en poner una excusa y rechazarlo.

Poco a poco las cosas y también las personas iban tomando forma y lugar.

Orfeo ya iba a la escuela. Su madre compartía nombre con la musa Calíope y decidió copiarle el nombre al hijo de esta. Un nombre casi irónico que no tardó en llamar la atención.

Él también asistiría a la cena que se celebraría esa noche.

—Amor, no creo que les importe si tardamos unos minutos más —murmuró Nando, apoyándose en el marco de la puerta mientras veía como Lara terminaba de arreglarse.

—¿Cómo la última vez? —cuestionó burlona.

La última vez habían dicho exactamente lo mismo y enredaron minutos de más solo para deleitarse con sus cuerpos.

—No me puedes culpar, ese vestido te queda de fábula —mordió su labio inferior y negó con la cabeza—. Bien, vamos a tiempo, pero volvemos antes, ¿verdad?

Lara no pudo evitar reírse, pero bastó con girarse y ver lo guapo que estaba su novio para saber que ella también quería volver antes.

—Que no se haga costumbre, sino empezarán a sospechar.

—¿Sospechar de que tenemos vida sexual? —se mofó, enderezándose para entrar en la habitación—. Lariña, creo que eso es algo normal en las parejas.

—Dicen que con los años se reduce, ¿no? —alzó sus cejas, queriendo molestarlo una vez más.

—Siempre hay excepciones, nosotros siempre hemos sido una, no podemos no serla ahora —señaló él.

Al quedar frente a frente se miraron, quizá terminando esa conversación que no terminaran en voz alta.

—Vámonos antes de que me ardan las manos y te incendie el cuerpo —susurró, robándole un beso.

A ella se le formó una sonrisa tonta en los labios, no importaban los años, Nando seguiría diciendo las mismas cosas que le gustaban desde el principio. La magia perduraba porque las personas también lo hacían, eso era lo más especial.

Salieron de casa, esa noche la tocaba conducir a Nando porque Lara llevaba tacones y se le hacía más incómodo. Él no tenía ningún problema en hacerlo, por supuesto. En la radio sonaban las canciones de Taylor Swift, como de costumbre, las mismas que los transportaban a tiempos pasados y les hacían tener buenos recuerdos.

—Si sientes frío dímelo y te dejo mi chaqueta, ¿si? —le indicó en cuanto salieron del coche.

—Dentro estará la calefacción puesta, no creo que la necesite —hizo un gesto con su mano para restarle importancia—, pero gracias.

—Es lo mínimo, no quiero que te enfermes —murmuró con obviedad, posando su mano en su espalda baja para guiarla.

No eran los últimos en llegar, Nando había aprendido a restarle cinco minutos al reloj para así llegar antes a todos los sitios, al principio se le hizo súper pesado pero con el tiempo entendió que era mucho mejor así.

—¡Mami, mira quien ha llegado! —sonrió Orfeo, en su sonrisa ya faltaba algún diente de leche, probablemente le habían caído a lo largo de esos días. Se levantó con rapidez para correr hacia ellos.

Nando fue rápido en cargarlo en sus brazos, aunque el niño tenía los brazos extendidos hacia Lara.

—Lara, ¿verdad que estoy guapo? —preguntó, tomando un mechón de cabello de ella para jugar con él entre sus pequeños dedos.

—Muy guapo, me atrevo a decir que el más guapo de la noche —asintió ella con la cabeza.

El niño sonrió, soltando una risa, mientras giraba su rostro hacia su tío Diego.

—¿Ves? —le echó la lengua.

—Lo dice porque es buena persona, no porque realmente lo piense, feo —imitó su acción, comportándose como el más adulto de la mesa.

Nando dejó un beso en su cabeza y lo dejó en el suelo para que corriera junto a su tío para seguir con aquella pequeña discusión.

—Ven, Lara, siéntate aquí conmigo —indicó Sibylle, dando palmadas a su lado—. Cuéntame cómo va todo por el restaurante.

Lara esbozó una sonrisa y se acercó para tomar asiento donde la había indicado, Nando fue rápido en seguirla para sentarse a su lado y prestarle atención a las palabras de ella.

Cuando hablaba de lo que le gustaba tenía un peculiar brillo en los ojos que no se quería perder por nada del mundo.

Ella también había hecho sus sacrificios para llegar a donde estaba, le había costado sudor y lágrimas, muchas quemaduras de dedos, mucho aceite saltando en el aire, muchas recetas mal hechas, muchas hornos llenos de humo negro...

Pero con paciencia, amor y dedicación todo se consigue.

Nadie más que uno mismo puede tomar las riendas de su vida.

Solo ella podía decidir qué hacer para llegar a donde estaba, qué decisiones tomar. Porque el sueño era de ella y de nadie más.

Aunque siempre es bonito encontrarse a alguien sueñe contigo, aunque esa persona no piense en lo mismo que tú antes de dormir.

Y ellos, por suerte, ya habían encontrado a ese alguien y habían cumplido sus sueños.

|| F I N A L ||

Dedicatoria:

A todas las personas que son dueñas de sus vidas.

A quienes luchan por sus sueños, en soledad o con alguien más.

A las que brillan aquí, pero también allí y en cualquier otro lado.

Y a Gaby, que sueña con ser Lara y con encontrarse a su Nando.

Disfruta mucho de hostelería, ten cuidado con la torpeza (aunque a veces puede traer buenos resultados) y sigue brillando como hasta ahora.

✨.

Dueño de mi vida On viuen les histories. Descobreix ara