Capítulo 26

150 21 3
                                    


Lara Gutiérrez

Hola, soy yo tachando mis promesas en una lista invisible de mi cabeza una vez más.

Él hacía que todo lo que yo dijera no tuviera sentido una vez que me tocara. Así que eso de no tener sexo en la primera cita quedó más que tirado cuando sus dedos se ciñeron a mis caderas.

Supongo que esa noche volé un poco, como también hice a la mañana siguiente cuando por arte de magia madrugué. Podía dormirme otro rato, quizá en otra ocasión lo habría hecho, pero preferí acomodarme en los cálidos brazos de Nando y levantar la mirada para ver su cara de dormido. Tenía las facciones relajadas y los labios entreabiertos.

Al menos no babeaba.

Ni tampoco roncaba.

Ni dormía con los ojos medio abiertos.

Era normal... Casi perfecto.

No pude evitar llevar mi mano a su rostro para acariciarle una mejilla, pensé que involuntariamente frunciría el ceño y se apartaría, pero movió su cara contra mi mano en busca de más. Eso sería propio de un gato cuando le pasas la mano por las orejas.

Su respiración dejó de ser pausada y supe que se estaba despertando por mi culpa, así que hice un ademán de retirar mi mano.

—Ni se te ocurra —demandó, con una ronca voz que me puso la piel de gallina. No me la esperaba para nada pero no me había desagradado; al parecer las películas americanas no mentían en todo.

—No quise despertarte —susurré.

—Me alegra que lo hayas hecho —sonrió, todavía sin abrir los ojos—. ¿Hay mucha claridad?

—No, la verdad es que todavía parece de noche —admití—. Es muy temprano, hasta las siete y media no tengo que irme.

Sus labios presionan mi frente y después se separa despacio mientras abre los ojos.

—Maldición, creo que eres un sueño —susurró, peinando mi alborotado cabello con una de sus manos.

—No puedes estar diciendo eso en este momento —me mofé.

Si, lógico ser un sueño. Estaba despeinada, com aliento mañanero, los labios secos, los ojos a medio abrir... Oh, no, ¿y si tengo legañas?

—Un sueño, si —asintió con la cabeza—. Hay personas que sueñan con viajar por el mundo, otros lo hacen con ser millonarios, vivir en una mansión y tener cabras de mascota.

Una carcajada trepó por mi garganta interrumpiendo sus palabras.

No ha dicho eso.

Menudo personaje.

—Y yo... Bueno, yo soñaba con tenerte así —siguió hablando, con sinceridad, como si no acaba de soltar semejante estupidez segundos atrás—. ¿De qué te ríes, eh?

—Nando, nadie sueña con vivir en una mansión y tener cabras de mascota, es lo más random que escuché en mi vida —mordí mi labio para evitar reírme de nuevo—. Quizá por separado si sea el sueño de alguien, pero todo en conjunto es raro.

—Lariña, la gente es rara —defendió—. Te sorprenderías.

Tenía un punto de razón, no podía negarlo, pero solo con pensar en algún millonario con cabras me hacía gracia. Igual era lo más normal del mundo, ¿quién soy yo para decir lo contrario?

—Tú también eres raro, eso o te conformas con poco.

—Si crees que eres poco entonces la rara eres tú —señaló, poniendo su dedo índice sobre la punta de mi nariz, incitándome a mirarlo, haciendo que mis ojos se pusieran bizcos para así reírse de mi.

Desgraciado.

Golpeé su brazo para después apartarme de su cuerpo y caer en la cuenta de que seguía desnuda. Él, entre risas, también lo hizo.

—Nos vendría bien una ducha, después te invito a desayunar en alguna cafetería de por ahí para empezar bien el día.

—Nando, de nuevo no tengo ropa para ponerme más que la de anoche.

—Lara, de nuevo puedo encargarme de eso con una sola llamada —me guiñó un ojo y se giró para tomar de la mesita de noche su teléfono, una vez desbloqueado me lo tendió—. Escríbele un mensaje a Liam describiéndole lo que quieres, te aseguro que ese hombre tiene buen ojo para la ropa. Yo iré preparando la ducha.

Dejó un beso en mi mejilla, se levantó tal y como Dios lo trajo al mundo y caminó hacia al baño. Yo me quedé mirando su espalda mientras caminaba, con el teléfono en mano, como una tonta.

Virgen santísima, que hombre.

Busqué el contacto de Liam, sus últimos mensajes habían sido de un tal viaje así que supuse que sería ese el hombre al que se refería, en el mensaje no entré en detalles, simplemente le pedí que me trajera ropa. Creo que le puse dos veces "por favor", pero fueron los nervios.

Después volví a dejar el teléfono en su sitio, ignorando las demás notificaciones, y me encaminé al baño. Nando me tendió una mano para entrar juntos a la ducha, donde ya había regulado el agua a una buena temperatura. Así daba gusto.

—Me parece injusto —solté, haciendo que bajara la mirada para prestarme atención—. Ese hombre ha de tener más cosas que hacer que estar pendiente de ti.

—Literalmente ese hombre trabaja para mi —respondió, con cierto tinte de burla—. Lleva haciéndolo años, es uno de los de confianza, mi padre lo adora. No se lo pediría a cualquiera, créeme.

—¡Ese no es el punto! Yo me refiero a que son muchas comodidades, no me cuenta nada ponerme la ropa de ayer, o ya puestos ir al hotel a vestirme antes de trabajar.

—Sería mucho más fácil que ya tuvieras tu ropa aquí, ¿ves? Otro punto a favor para que te mudes —me guiñó un ojo.

Seguía con el tema, claro que si. No tenía ninguna intención de olvidarlo, él iba a persistir hasta que yo dijera que si me mudaría allí los tres meses de prácticas. ¿Y a quien quería engañar? Me moría de ganas por hacerlo, pero mi orgullo me decía que no era lo correcto.

Había leído por ahí, quizá en algún libro de romance sano, que el orgullo no debería de existir cuando había amor de por medio. Si amabas a alguien, tenías que dejar el orgullo a un lado. Y yo a Nando quería amarlo.

Dueño de mi vida Where stories live. Discover now