Capítulo 35

138 16 5
                                    


Fernando Camacho

Si mi padre se enteraba de que no había dormido nada, me mataría. No había dudas, era algo que me llevaba echado en cara desde la adolescencia y que cada vez le hacía menos caso.

Bien es cierto que nunca me pasé la noche en vela por nadie, pero sí que me quedaba hasta las tantas jugando con mis amigos a la play. En esta ocasión creo que hasta podría perdonármelo, de eso también estaba seguro, aunque tampoco quería ponerlo a prueba.

—Buenos días, señor —saludó Nathalia, una de las secretarias de la empresa—. El señor de Jesús ha venido hace unos minutos, lo espera en su despacho.

Cielos... Diego estaba aquí.

Ya me podía ir preparando para lo que se venía, mi instinto me decía que no había venido para invitarme a tomar unas copas... Y mi instinto nunca fallaba.

—Muchas gracias —le sonreí, ocultando los nervios.

—Si hay algo que pueda hacer por usted no dude en decírmelo.

—Descuida, no hay nada extraoficial. Disfruta de la mañana y si tienes algo que consultarme, ya sabes —le guiñé un ojo antes de subir las escaleras.

Necesitaba unos segundos de paz antes de la catástrofe. Sea lo que sea que tenga Diego para decirme, me lo merezco.

Ya se empezaba a derrumbar todo, se notaba que la estabilidad no era algo propio de mi, el castillo de naipes se derribaba al primer soplo. El mío podría derrumbarse hasta con una mirada por lo frágil que estaba. Yo nunca había sido un buen constructor, no habría de ser esta la excepción.

Tomo una respiración profunda al llegar arriba y abro las puertas del despacho para entrar.

—¡Eres un cabrón! —el grito es fuerte, creo que hasta los de abajo han podido escucharlo, aunque no me da tiempo a pensar demasiado en eso porque en menos de dos segundos tengo a Diego encima, con su puño chocando contra mi rostro.

Lo único que se escapa de mis labios es un gemido dolorido a causa del golpe.

—¿Tú te crees que yo soy tonto o que me chupo el dedo? —inquirió, agarrándome de la camisa—. No he nacido ayer, sabía de lo tuyo con mi hermana pero lo dejé pasar porque te creía más inteligente. Pensaba que... ¡Maldición! Pensaba que actuarías con sensatez y has hecho todo lo contrario.

—Lo siento —susurro—, sé que con eso no arreglo nada, pero de veras que lo siento.

—Lo sientes —repitió, soltando una risa irónica—. ¿Qué es exactamente lo que sientes, Fernando?

—Todo —admití, aunque de poco me serviría—. Calíope nunca se mereció estar conmigo.

—Estamos de acuerdo en algo —siseó, aflojando su agarre en mi ropa—. Te ha defendido a capa y espada, al igual que ha rogado que no se supiera nada... Mi hermana pequeña está esperando un hijo de uno de mis mejores amigos, ¿qué se supone que hago yo ahí? —me soltó del todo y retrocedió, echándose una mano a la cabeza—. No sabes cuantas ganas tengo de matarte, capullo.

Me lo merecía, me lo merecería, me lo merecía.

—Nada, no puedo hacer nada —suspiró, con el labio inferior temblando—. Porque ella es adulta y ha tomado una decisión en la que yo no puedo intervenir.

—Ella quiere hacerlo sola...

—Lo sé, me lo ha dejado muy claro. Supongo que siempre ha sido un poco así, independiente —se encogió de hombros—. Eso no cambia que esté cabreado contigo. Eres una mierda, ¿cómo se te pasó por la cabeza?

—No quería romperle el corazón y rechazarla, siempre me ha costado decirle que no a Calíope —tragué saliva—. Además, es preciosa.

Él asintió con la cabeza, aceptando mi excusa, que era más verdad que excusa.

—¿Tu novia lo sabe?

Lara no es mi novia.

—Si, está al tanto.

—¿Y cómo se lo ha tomado? —mordió su labio inferior, nervioso.

—Bueno... Se ha emborrachado, así que no muy bien —chasqueé mi lengua contra mi paladar—. Tenemos una conversación pendiente.

—¿Por qué no lo habéis hablado por la mañana?

—Porque la quiero y respeto su espacio.

Me salió tan natural que no fui consciente de mis palabras hasta que Diego me miró con ambas cejas alzadas.

—Claro, que pregunta más tonta la mía —sonrió de lado, bajando la mirada hacia el suelo—. Es muy bonito de tu parte, pero no lo pospongas más... El tiempo no siempre cura, a veces distancia más. No es algo que tú puedas evitar, Nando, son cosas que simplemente pasan.

—Gracias por el consejo, supongo.

—Es lo mínimo después de haberte partido la cara, ¿no? —soltó una risa—. Por desgracia sigues siendo mi amigo, intenta hacer las cosas bien de ahora en adelante porque te lo mereces y ella también, ya basta de ir tropezando en todas las piedras.

—Todos los caminos tienen piedras, Diego —suspiré—. O son cuesta arriba, hay curvas, baches, desviaciones... Nada es perfecto.

—No he dicho que no tuvieran piedras —señaló—. He dicho que basta ya de tropezar en ellas. Aprende a andar de una puñetera vez, de lo contrario lo vas a tener muy jodido de ahora en adelante. Eres dueño de tu vida, caminante de tu camino, los demás no pueden dictar tus decisiones ni tampoco tus pasos. El único que tiene el poder de hacerlo eres tú.

—Creo que eso era todo lo que necesitaba oír —admití, soltando un largo suspiro del aire que no sabía que estaba reteniendo—. Ah, por cierto, no te corregí antes pero Lara no es mi novia todavía.

—Estás tardando una eternidad en pedírselo, más te vale ser listo y hacerlo antes de que te pese el tiempo.

—Quiero hacerlo el día de su cumpleaños, pero no sé qué tan bien puede salir eso...

—¡Pero si ese va a ser el mejor regalo! Anda, no se te ocurra dudar.

—Ah, no —negué con la cabeza—. El regalo va a ser otro, ya lo tengo en mente.

—Podrías irme contando la idea mientras vamos a por algo de comer, me voy a morir de vergüenza si en la reunión me rugen las tripas.

Mierda, la reunión.

Yo me iba a morir de vergüenza si me veían la cara hinchada por el golpe de Diego.

A situaciones desesperadas...

Dueño de mi vida Where stories live. Discover now