Capítulo 22

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Lara Gutiérrez

Sacudí mi cabello una vez más antes de dejarlo caer sobre mis hombros. Me estaba preocupando demasiado por mi físico sabiendo que él ya me había visto de peores maneras y no había dejado de gustarle en ningún momento.

¿Por qué entonces me importaba tanto?
Solo iba a ser una cena, una cita.

Era surrealista. Si hace unos meses me dijeran toda esta historia no me la creería ni estando borracha, porque no tenía sentido. ¿Qué posibilidades hay de que un día venga un magnate al lugar donde estudias, se fije en ti y te lleve a su país a hacer las prácticas? Pocas, escasas. ¿Y qué posibilidades hay de que te invite a salir, te diga palabras bonitas y admita que le gustas? Menos todavía.

Por eso cuando escuché la puerta pensé que sería producto de mi imaginación.

Pero no lo era.

—¡Un momento! —grité para que me escuchara del otro lado.

Volví a mirarme una vez más al espejo para comprobar que todo estaba en orden, solté el aire que mis pulmones retenían y tomé mi bolso, el pobre iba medio vacío porque solo llevaba la cartera y el teléfono, pero era necesario.

Recuerdo que mi madre siempre metía cosas de relleno para que le pesara más. Una vez llegué a encontrarme un cepillo de dientes y un frasco de colonia, fue lo más random que vi en mi vida.

Caminé hasta la puerta relajando esos nervios que no sabía porque estaban ahí presentes, al abrirla se disiparon todos de inmediato, ver a Nando era justo lo que necesitaba.

—Vaya —carraspeó su garganta, mirándome de arriba a abajo—, estás... Guau.

—Miau —me burlé, dejando un beso en su mejilla—. Y eso que no me has visto de espaldas.

Sabía de la ligera fijación de Nando por mi culo así que tenía que sacarle partido a eso.

—No sé a que te refieres.

—Ya lo verás —le guiñé un ojo y volteé para cerrar la puerta de la habitación con llave.

Llevaba la espalda al descubierto, con un pronunciado escote que terminaba justo donde empezaba mi trasero, de ahí para abajo el vestido se apretada para definirse a mi cuerpo.

—Ave María purísima —lo escuché pronunciar a mis espaldas.

Contuve la risa, no sería ético reírse de la fascinación de un hombre.

—¿Vamos, Camacho?

—Llámame Nando, de lo contrario creeré que hablas con mi padre y no es divertido —sacudió ligeramente la cabeza e hizo un ademán de ponerme la mano en la espalda para guiarme—. Disculpa, ¿puedo?

Dios, ¿acaso era mucho pedir que todos los hombres fueran así de respetuosos como él?

—Puedes, no necesitas preguntar.

—No quiero incomodar —señaló, esta vez si, dejando su mano sobre mi espalda baja. El simple contacto me hizo temblar, pero no permití que se diera cuenta.

—No lo haces, me gusta que me toques.

Eso, Lara, sin miedo al éxito.

Su sonrisa me hizo saber que ese comentario le había gustado.

Salimos del hotel como lo haría cualquiera pareja de película americana, los huéspedes no sospecharon en ningún momento de que solo éramos dos jóvenes camino a nuestra primera cita, como tampoco reconocieron a Nando (o, si lo hicieron, lo ignoraron).

Se me dibujó una sonrisa en los labios al ver el coche que había traído, sabía que no era el único porque días atrás estuve investigando un poquito sobre él, pero Nando sabía que me gustaba y no había dudado en volver a traerlo.

Se fijaba en los detalles.

—Me imagino que con eses tacones no querrás conducir —señaló, abriéndome la puerta de copiloto—. Sin embargo, puedo asegurar que soy un buen conductor, disfrutarás del viaje.

—Lo sé, no dudé en ningún momento.

Cuando entré en el coche me cerró la puerta con cuidado, olía tan bien como la última vez y los recuerdos no tardaron en llegar a mi cabeza. Joder, era el olor de que cosas buenas iban a pasar esa noche.

Cuando se sentó en su asiento me miró para recordarme que debía de ponerme el cinturón de seguridad, más que nada por eso, seguridad.

—¿Quieres poner música?

—El coche es tuyo, tú decides.

—Te estoy preguntando, Lariña, en este caso la decisión la tienes tú.

Como me gusta este hombre.

¿No podía ser gilipollas como el resto? Así sabría frenar muy rápido.

Pero no. Tenía que ser justo como  me gustaban los hombres, tenía que tener todo lo que quería en una persona. Eso no ayudaba, en tres meses estaría más que enamorada de él y me volvería a España tirando por los mocos.

Sentí una punzada en el estómago sólo de pensarlo, estiré mi brazo para encender la radio y poner algún canal que tuviera música decente (que a día de hoy no hay muchos).

Nando me comentó sobre cómo era el lugar al que íbamos, pude confirmar que todo lo que me decía era verdad cuando llegamos, no exageró ni un poquito. Si el establecimiento era así no podía esperar a conocer la comida.

¡Qué hambre tenía!

Lara, tú vives teniendo hambre...

Si, es verdad, no es algo que pueda controlar.

Conducía bien, no puedo negar lo innegable, y aparcaba todavía mejor, como si solo diera clases de aparcamiento para dejar el coche a la perfección. Yo en eso tenía algún que otro problema, pero esperaba que con el tiempo se solucionase.

No esperé a que me abriera la puerta, yo misma lo hice por impaciente. Quiso reprocharme pero solo le salió una mirada burlona que me hizo avergonzarme.

—Lo siento, no me acostumbro a estas formalidades.

—No tiene que hacerlo —tomó mi mano de una manera tan natural que no me pareció raro–. Me gustas cuando eres tú, no espero que seas alguien que no eres al estar a mi lado.

—Eso ha sonado muy bonito —le hice saber en un débil susurro, no más alto porque se acercaron dos camareros para indicarnos donde debíamos de sentarnos.

Me sorprendí cuando me llevó escaleras arriba a la segunda planta del restaurante, desde allí podía verse absolutamente todo. Ahora la que decía guau era yo.

Dueño de mi vida Where stories live. Discover now