Capítulo 40 (Final)

197 16 6
                                    


Lara Gutiérrez

Debía de ser verdad eso que decía la gente sobre el amor y la amistad. Tenían razón todas esas frases de Pinterest que en algún momento me llegaron a parecer cutres. Incluso las canciones sonaban mejor ahora.

La realidad es que las cosas siempre han estado ahí, solo que yo me negaba a verlas. La realidad es que el amor existe desde siempre y no lo he inventado yo. La realidad es que existe gente buena, pero yo siempre preferí la opción de alejarme de ella hasta ahora. La realidad es que ahora me sentía bien, completa y feliz.

No se trataba de los regalos, de todas las bolsas decoradas sobre aquella mesa, ni tampoco del coche de Nando. Se trataba de cada una de las personas que estaba allí por mi. Iria, que odiaba la multitud, había viajado desde otro país para asistir a mi cumpleaños. Iago, que se mareaba incluso en el coche, había viajado en avión hasta aquí. Antón, que no conocía a nadie en aquel lugar, se había atrevido a emprender el viaje solo por mi. Según tengo entendido Zaid y Killian estaban también de paso, se habían tomado unos días para viajar. Demian, que no dejaba de hacer fotos a diestro y siniestro. Julienne, que había resultado ser encantadora. Diego, a quien odiaba y aún así estaba allí. Ayker, que según tengo entendido ayudó con la organización de todo. Ari, que había venido solo por la tarta (y también por Belinda, claro. Belinda, la compinche de Nando.

Una familia renovada y mejorada, porque era de mi elección, porque todo lo que hacían era porque lo sentían y no por compromiso de tener vínculos de sangre.

La música cambió, la melodía que empezó a sonar ya la conocía de sobra porque era una de mis favoritas, Lover de Taylor Swift.

Las luces bajaron, otra vez. No quería otro susto como el que me dieron al entrar, por favor, ya había tenido suficiente... Y más sabiendo que Demian lo había grabado. Que vergüenza.

¿Qué estaba pasando?

Algunos graciosos sacaron de sus bolsillos el mechero para levantar su mano en el aire y moverlos al ritmo de la música.

—Lara Gutiérrez Pazo —pronunció mi nombre de una manera tan suave y hermosa como nunca nadie había hecho, saboreando cada letra—. He esperado mucho este momento y ahora no quiero alargarlo demasiado. Nunca me ha gustado hablar en público y mírame, dispuesto a ser romántico frente a todos nuestros amigos por ti.

No estaba haciendo eso.

Dime por favor que no estaba haciendo eso.

—Nando... —murmuré su nombre, sintiendo como mis manos empezaban a temblar.

A mi no me gustaba la atención, como tampoco me gustaba tener la mirada de todos encima de mí mientras él me hablabas bonito. Siempre había sido defensora de que no se puede comer pan frente a los pobres, era de mal gusto.

—Amor, se dice que cuando se ama a alguien lo sabes desde el primer momento y puedo confirmarlo porque yo sabía que te quería a mi lado el resto de mi vida desde que mis ojos se posaron en los tuyos. No es nada que no te hubiera dicho antes pero nunca está de más volver a recordarlo —me guiñó un ojo—. Este tiempo a tu lado me hizo darme cuenta de que eres más de lo que podría desear, siempre he soñado en grande y tú eres más que un sueño. Por eso... —se arrodilló al tiempo que sacaba de su bolsillo una pequeña cajita, al abrirla dejó a la vista un precioso anillo que me hizo llevar una mano a mis labios—. ¿Me concederías el honor de ser mi novia?

Incapaz de decir palabra, asentí con la cabeza. Por dentro estaba que chillaba de la alegría.

En otra ocasión habría dicho que me gustaban las cosas informales, saber que estábamos saliendo por el simple hecho de hacerlo, pero Nando era un chico de tradiciones y en ese momento estaba amando que así lo fuera. Porque eso había sido una de las cosas más bonitas de mi vida, un momento que dejaría huella en mi de alguna forma u otra.

Sus labios se estiraron en una sonrisa mientras sacaba el anillo de la caja y lo colocaba en mi dedo, después de levantó para abrazarme con fuerza, elevando mi cuerpo del suelo como en cualquier película romántica. Pero eso estaba sucediendo de verdad.

—Te amo —susurré—. Maldición, Nando, te amo.

—Lo sé, me basta con ver esos ojitos para darme cuenta de que es recíproco —dijo, rozándome la nariz—. Te amo muchísimo más, no dudes lo contrario.

¿Y quién era yo para negarlo?

Nos besamos un par de veces más, hasta que las luces volvieron a la normalidad y los mecheros se apagaron.

—¡Esto hay que celebrarlo! —gritó Diego, levantando una botella de champán que no tardó en vaciarse.

—Después se ofende si le llaman borracho, pero míralo...

—¡Te he escuchado, cabrón!

—Era la idea —se mofó.

La diversión estaba asegurada, eso sin duda.

Mis ojos recorrieron una vez más el lugar, mirando a todas las personas que formaban parte de mi felicidad, se detuvieron en Antón porque él también me estaba mirando. No tardé en entender esa mirada, unos ojos tristes y a la vez felices. Un te quiero, te voy a extrañar, pero es mejor así. Comprendí lo que me quería decir, quizá era la primera vez que podía leerle la mirada, si lo hubiera hecho antes no se encontraría aquí. No sé qué interpretó él de la mía, no sé si quería saberlo.

Nadie más me miraba, nadie a excepción de él, mi novio. Su mirada era mucho más intensa y abarcaba muchas más cosas, pero sobre todo amor, comprensión y compañía. Eses eran los ojos de alguien que no me dejaría jamás y que me prometían quererme de verdad, de manera sincera, con un amor bonito.

Probablemente yo lo mirara a él igual, porque lo amaba de la misma manera, porque me había regalado literalmente un futuro y también un amor...

Él sería siempre el mejor regalo.

Dueño de mi vida Where stories live. Discover now