Capítulo 14

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Lara Gutiérrez

Ya está.

Ya había pasado.

No sé si reír o llorar por ser una afortunada o una patética.

Había besado a Nando. Sus labios y los míos habían estado en contacto, tengo que admitir que fue el mejor beso de mi vida, pero yo tampoco di demasiados besos así que el pobre no tiene mucho con quien competir.

¿Me arrepentía? En absoluto.

¿Estaba haciendo lo correcto? Por supuesto que no, pero la vida es una, carpe diem que tempus fugit.

Si no aprovecho ahora el momento el tiempo volará y no habré hecho nada que pueda llevar de recuerdo a España. Tenía unas buenas prácticas aquí, lo mínimo que podía hacer era aprovecharlas, y disfrutar del tiempo de la mejor manera posible. Nunca se sabe cuándo será el último día, por eso hay que vivirlos todos como si fueran el último.

Estaba lista para mostrarle a Estados Unidos la mejor versión de mí misma (o al menos intentarlo).

—Es tarde —me hizo saber, haciéndome volver a la realidad.

—Eso ha sonado como excusa para irte —murmuré divertida.

Razón no le faltaba, tarde si que era, pero no tenía ganas de despedirme y arriesgarme a no volver a verlo. No era un chico cualquiera que conoces en la discoteca, le pides el Instagram y le hablas de vez en cuando. No, era Fernando Camacho, un tío que ya tenía una empresa en todo lo alto y que tenía que trabajar para mantenerla allí.

—Para irnos —me corrigió, metiendo su mano en el bolsillo para sacar las llaves de su coche—. Pasa conmigo la noche, Lariña.

—No voy a acostarme contigo estando así...

—¿Quién habló de sexo? —elevó sus cejas, burlón—. Eres la única que lo está mencionando, por algo será.

Mis mejillas se calentaron y agradecí a la oscuridad de que no se notaran, de lo contrario me avergonzaría todavía más.

Mordí mi labio bajo su atenta mirada y negué con la cabeza mientras caminábamos entre la gente para poder salir. Él me seguía muy de cerca, casi pisándome los talones, lo que me daba seguridad para hacerme paso más rápido.

Una noche con Nando, ¿qué es lo peor que podía pasar?

—No puedes conducir en tu estado.

—No estoy borracho, no sé cuantas veces tengo que repetírtelo —resopló, pero en cuanto estuvimos fuera me dejó las llaves del coche en la mano—. Pero tienes razón, daría positivo en la prueba de alcoholemia y no quiero quedar mal delante de ti, la multa me importaría una mierda.

—Que humilde de tu parte fardar de dinero, ¿eh?

—Te tenías que quedar con la parte bonita.

—No tiene parte bonita.

—Todo lo que yo digo tiene parte bonita, otra cosa es que tú no sepas verla —me guiñó un ojo.

Seguro que razón no le faltaba, yo no era de escuchar detenidamente lo que la gente decía ni mucho menos de buscarle el buen sentido a todo, más bien lo contrario, tenía tendencia por lo pesimista. Pero eso estaba a punto de cambiar, mi nueva yo tenía que ser positiva.

Caminamos hasta su coche y fue ahí donde me detuve para mirar las llaves que tenía en mano. Yo no había conducido nunca un coche así. Estaba ilusionada, desde luego, pero me aterrorizaba darle siquiera una pequeña rascada porque sabía que valía más que mi vida.

—No te eches para atrás ahora, demuéstrame cuantas veces te has visto Fast and Furious.

—No me gusta correr —advertí—. Así que olvídate de que vaya a mucha velocidad.

—Eso decimos todos hasta que inevitablemente le pisamos al acelerador en un coche así, es fácil y lo haces sin darte cuenta, ya verás.

No sé quién tenía más ganas de que condujera, si él o yo.

Fue el primero en subirse, después me tocó hacerlo a mi. El interior era tan bonito como me imaginaba, los asientos de cuero eran cómodos y el volante tenía un tacto agradable. No me fue difícil acostumbrarme.

Tenía razón.

Me jodía que la tuviera y por eso no sé la daría en voz alta. El coche tenía ese no sé qué que hacía que me adaptara con gran facilidad, debía de ser cierto eso de que a lo bueno se acostumbra todo el mundo rápido, porque ahí estaba yo como si fuera algo de mi día a día.

Él iba guiándome, pues era quien conocía las calles y sabía dónde vivía, yo no.

—Llegamos, estaciona donde quieras.

—Ni que el aparcamiento fuera todo tuyo —murmuré por lo bajo, él me escuchó pero no dijo nada al respecto, lo que me hizo llevar la mirada a él—. ¡No me puto jodas! ¿Es todo tuyo?

—Lariña, menos griterío y más aparcar —soltó una carcajada ante mi incredulidad.

No me acostumbraré nunca a los hombres con dinero, es un hecho.

Intenté aparcar bien, porque definitivamente no era lo que mejor se me daba, y cuando bajé del coche comprobé que me había quedado mejor de lo que esperaba.

—Bienvenida, normalmente subo las escaleras pero hoy estoy seguro de que me comeré más de una si lo hago, así que vamos al ascensor —me reí de su comentario pero no le puse pegas, yo tampoco tenía ganas de subir con los tacones que llevaba.

Así que caminamos dentro del edificio y entramos al ascensor, él se encargó de darle al botón para indicar el piso, yo me limité a ver mi reflejo en la caja metálica.

—Estás de ensueño, no te preocupes —me hizo saber, con un tono suave que me erizó la piel.

De ensueño.

Como la puta realidad que estaba viviendo. Como el tenerlo a mi lado oliendo a alcohol caro, mirándome con los ojos brillando y sonriéndome con sinceridad. Como los meses que iba a pasar aquí, quizá, a su lado.

—Tú sí que sabes cómo hacer cumplidos.

—Es mi especialidad —asintió con la cabeza, las puertas del ascensor se abrieron e hizo un ademán para dejarme pasar a mi primero, lo hice, porque sabía sus intenciones—. Por cierto, ¿te has operado el culo? Me niego a creer que sea natural.

Me giré de inmediato sin aguantar las ganas de reír. No acababa de decir eso, por Dios.

—Por suerte para ti si que es natural, te lo confirmará el tacto.

Sus pupilas se dilataron todavía más, al tiempo que su lengua mojó su labio inferior. La propuesta le había fascinado, de eso no había duda, a mi también.

Ahora a ver cómo solucionaba yo todo eso.

Dueño de mi vida Where stories live. Discover now