Capítulo 16

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Lara Gutiérrez

El tacto de sus labios en mi piel se sentía exquisito, su lengua recorriendo cada centímetro de mi cuerpo, resbalando por lugares que jamás creí accesibles, su cálido aliento chocando con mi, también, cálida piel. Mi boca se abría sola y los jadeos que de ella salían eran involuntarios. No estaba fingiendo, se sentía extremadamente real y, para mi sorpresa, se sentía muy bien.

Lo observé hipnotizada colocarse el preservativo, algo tan común que a su vez me pareció lo más erótico del mundo. Ver cómo sus dedos deslizaban el látex por sus centímetros, nunca había sido buena en cálculos pero podría apostar que eran al menos veinte o estaba cerca de ellos.

Él también me observó, completamente desnuda, no supe muy bien en qué momento quedé así pero mis sentidos ya estaban nublados desde que entramos en la habitación. Sus ojos eran oscuros, probablemente los míos también.

—Lariña... —susurró mi nombre cuando sus manos se cerraron alrededor de mis tobillos y me levantó las piernas, jadeé de la impresión cuando las dejó sobre sus hombros, con una sonrisa descarada dibujada en sus labios.

Por Dios.

Este hombre sabía lo que hacía.

—Nando... —susurro su nombre en respuesta, sin saber muy bien cómo me pudo salir la voz.

Él se rio y presionó sus labios con los míos en el momento de empujar sus caderas hacia delante, se tragó mis gemidos cuando se movió ligeramente hacia atrás para después volver a empujar despacio hacia delante, acostumbrándome a su tamaño. Podía sentir su admiración en la forma en que agarró mi culo, sus dedos cavando en mí, embistiendo después más duro, haciéndome gritar de placer como jamás me habría imaginado.

Que vergüenza.

Él habló, pero no fui consciente de lo que sus palabras decían, estaba delirando en el placer que me causaba.

—Dime, corazón, ¿esto se siente bien? —gruñó.

Gemí en respuesta, incapaz de articular algo decente con palabras. Se sentía bien, se sentía extremadamente bien. Mi espalda se arqueó cuando sentí su polla frotar un punto delicioso en mi interior, tuve que llevar una mano a mis labios para ahogar el gemido que me fue inevitable soltar.

Sin embargo, no duró mucho allí, su mano se encargó de quitarla. Juntó mis manos por encima de mi cabeza, inclinándose ligeramente hacia delante, con sus ojos clavados en los míos. Nuestras respiraciones se mezclaban. Se sentía caliente.

Una gota de sudor resbaló de su rostro hasta aterrizar en el mío. Mi corazón convulsionó. Cuando alcancé el orgasmo, las palabras ásperas y sucias que él susurró me mandaron aún más lejos, si eso era posible. Se sentía casi obsceno y, maldición, había sido el mejor polvo de mi vida.

Floté entre niebla mientras se mantuvo en mi interior, porque cuando salió me hizo soltar un quejido casi lastimero. Me reincorporé en la cama, aún sintiéndome cansada, y lo observé deshacerse del condón, atándolo para no desparramar su semen en la papelera, dejándolo caer en esta como si fuera algo insignificante; y volviendo a mi lado, con el cabello alborotado, las mejillas enrojecidas y el cuerpo sudoroso.

Que hombre.

Se dejó caer en la cama y tiró de mi cuerpo para volver a acostarme, dejó un beso en mi frente sin importarle que tuviera los pelos pegados en esta por haber sudado, y no dijo nada. Pero tampoco fue necesario decir algo, las palabras sobraban.

Cerré los ojos e intenté no pensar demasiado en lo que acababa de ocurrir, ni en lo que ocurriría después, ni en lo que estaba ocurriendo porque Fernando Camacho me tenía entre sus brazos a las tantas de ls madrugada y ambos estábamos desnudos. Joder, igual me había precipitado un poco.

Sin embargo, no duermo, él tampoco lo hace, y en su lugar hacemos cosas más productivas... Toda la santa noche.

Cuando la alarma suena él lleva dormido pocos minutos así que me apresuro en apagarla, con cuidado salgo de la cama y me visto con la ropa de anoche. Mi cabello era un desastre, por lo que corrí al baño para hacer uso de su peine. No me miré demasiado al espejo, iba a llegar tarde al trabajo el puto segundo día... Me merecía ser despedida.

No era rica, el dinero no me sobraba, ya sin así le pedí al taxista que se quedara con el cambio porque tenía prisa. Si, iba a presentarme en el restaurante con la ropa que llevé a una jodida fiesta, sin haber dormido absolutamente nada y así. Por Dios, soy de lo que no hay.

La chica con el cabello de color fuego me recibió con una sonrisa de oreja a oreja, sus ojos barrieron mi cuerpo de manera rápida y su sonrisa no hizo más que ensancharse.

—Vaya, pues la nueva si que empieza por todo lo alto —murmuró burlona—. Hueles a sexo.

—¿Qué? Yo no...

—No le hagas caso, ya sabes cómo es Ari —pidió su amiga, limpiándose las manos al delantal, pero al verme alzó sus cejas—. Maldición, no quiero darle la razón a la teñida, pero has pasado una noche interesante.

—¿Tanto se nota? —me lamenté.

Ambas asintieron, haciéndome soltar un suspiro que probablemente se escuchó en la cocina de al lado.

—Además, tienes chupetones en el cuello.

—¿Qué tengo que? —me alteré llevando una mano al cuello.

Se carcajearon en mi cara. Solo estaban bromeando, ¿no?

—Has palidecido dos tonos al menos —se burló Ariadna, meneando la cabeza—. Tengo maquillaje en el bolso, deberías al menos de cubrir las ojeras... Y sírvete un café, a Yago no le importará.

—De hecho, Yago siempre entra una hora más tarde, así que no te preocupes —sonrió Belinda—. Hazle caso, yo te prepararé el café para irte espabilando.

—Gracias —susurré, pasándome una mano por el cabello—. Sois mi salvación.

—¿Que gracias? Nos debes los detalles.

Mierda.

Claramente no le podía decir nada porque empezaría esta amistad con muy mal pie. ¿Cómo le iba a decir que me había acostado con Fernando Camacho? ¡Ni siquiera me lo creía yo!

Fue entonces cuando me detuve y caí en la realidad.

Me había acostado con Nando.

Lo dejé solo en su habitación.

Sin una nota, sin un mensaje, como si acabara de huir de él.

Iba a pensar lo peor de mi.

Dueño de mi vida Where stories live. Discover now