Capítulo 32

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Lara Gutiérrez

Claro que había escuchado todo, las paredes no callaban las voces, solo les bajaban el volumen.

Nando y Calíope eran más de lo que podríamos llegar a ser él y yo, maldición, si hasta iban a tener un hijo juntos. Yo no podía competir contra eso, ni tampoco pretender que llegaría a su nivel. Esto no se trataba de una competencia, de ver cuál de las dos aportaba más, yo jamas me pondría en ese punto.

Por eso cuando abrió la puerta no fui capaz de mirarlo a la cara, sabía que yo era una persona muy expresiva y que Nando sabía leerme, no tardaría demasiado en ver todas las emociones reflejadas en mi rostro.

—Lara, tenemos que hablar.

Lara, no Lariña.

—Nando, yo no...

—No —me interrumpió, sentándose a mi lado en la cama—. No continúes porque tus palabras pueden ser letales, deja que sea yo quien empiece, por favor.

¿Y cómo le iba a decir que no si pedía las cosas con un "por favor"?

Asentí con la cabeza, sentía su mirada en mi, pero todavía no quería poner mis ojos sobre los suyos.

—He cometido muchos errores en mi vida, te sorprenderías, creerías que no soy la misma persona. Siempre llegando tarde a los sitios, dando de qué hablar, siendo el menos favorito de todos... No voy a excusarme, si hice equis cosas no es porque tenga un razonamiento lógico detrás, es solo porque si —soltó un suspiro pesado, de esos que explican más que algunas palabras—. Nunca hice las cosas bien con Calíope, siempre me arrepentí, pero nunca fui capaz de frenar.

—Ella está enamorada de ti —susurré lo obvio.

—¿Cómo puedes suponer eso?

Porque te mira como lo hago yo.

—No es difícil darse cuenta —me encogí de hombros.

—La palabra adecuada es "ilusionada", tuvo la mala suerte de que yo fuera su primer amor.

—Nando...

—Fui malo con ella, sabía que me quería y yo solo... jugué.

—¿Quién me asegura que no harás lo mismo conmigo? —levanté la mirada, viendo así el momento exacto en el que le rompí el corazón.

Mierda, ¿quién estaba siendo la mala ahora?

Yo, desde luego, pero esas palabras habían salido de mi boca sin siquiera pensarlas.

—Porque le dejé las cosas claras a ella, le hablé a mis amigos y a mi familia de ti, te traje hasta aquí para cumplir tu sueño con tal de verte feliz y estás en mi piso, ¿crees que sería capaz de jugar contigo? No, corazón, más bien al revés; tú tienes el poder de jugar conmigo y yo aún así te seguiría suplicando por otro partido.

Madre mía, que cuando hablaba bonito no había Dios que se resistiera a este hombre.

—Necesito pensar —murmuré—. Todo esto se me está haciendo grande, así que si me lo permites...

Me levanté, teniendo claro qué sería lo siguiente. Me estaba equivocando yo también, pero ya tendremos tiempo después de echarnos las cosas en cara.

—Lara, por favor, no...

—No, no —negué con la cabeza—. Es que nunca me he enfrentado a algo así y no sé cómo reaccionar.

—Huir no es una opción.

—No estoy huyendo —señalé—. Solo necesito pensar y contigo al lado soy incapaz de hacerlo, eres capaz de nublarme la mente con solo tu presencia.

Si seguía hablando me iba a terminar quedando.

No podía hacerlo, pues como bien había dicho, me nublaba la mente, con él ahí no podía pensar.

Sonreí débilmente y lo miré una última vez antes de salir, despedirme sería incluso doloroso y no quería seguir sintiéndome mal. Se suponía que hoy iba a ser uno de esos días llenos de felicidad, pero era demasiado para mi.

Ariadna y Belinda harían una fiesta de pijamas esa noche, me habían invitado pero les había dicho que no porque tenía algo más importante que hacer, ahora podría pensármelo dos veces. Les escribí, informando que mis planes se habían cancelado, ellas fueron rápidas en convencerme de que no podía faltar entonces a ls pijamada. Irónico, ni siquiera tenía pijama.

—¡Lara! —chilló Ari en cuanto abrió la puerta—. Que felicidad tenerte aquí, me agrada que el grupo se esté haciendo más grande poquito a poquito.

—El grupo —repitió burlona Belinda, negando con la cabeza—. Siéntete como en casa, Lara.

Nunca había estado allí, pero ellas me hacían sentir cómoda y segura, por lo que no tardé demasiado en tomar confianza.

Hablamos de todo y de nada, como de costumbre. Ari se excusó diciendo que iba a la cocina a por algo de beber, ninguna de las dos le dio importancia hasta que apareció con dos botellas en la mano.

—Se supone que las fiestas de pijamas son tranquilas.

—Lo serán en España, aquí no —respondió divertida—. Además, no hay reglas en las pijamadas.

—Sería poco sensato, mañana tenemos que levantarnos temprano y una resaca no es la mejor opción —señaló Belinda, que parecía ser la única con cabeza allí.

—¡Oh, vamos! No hay mejor cura para un corazón roto que el alcohol, Lara lo necesita.

Eso, échame la culpa.

Prefería quedar de borracha que de chica con el corazón roto por un tío con el que ni siquiera estaba saliendo.

—Tiene razón —la apoyé, quitándole una botella de las manos.

Me deshice del corcho más rápido de lo que me esperaba, al parecer tenía práctica y recién me estaba dando de cuenta.

Ahora pensarían seriamente que era una borracha, pero como decía Nando, ¿qué más da lo que piensen?

—¡Salud! —gritó la pelirroja, levantando también su botella para así descorcharla y llevársela a los labios.

Maldición, estaba bebiendo de la botella, invitándome a mi también a hacer lo mismo.

Lo hice.

Belinda se llevó ambas manos a la cara, sabiendo lo que le esperaba.

—Bebe con nosotras, mujer —dijo Ari, señalando la botella.

—No, gracias, me parece a mi que será suficiente con vosotras dos.

Si fue, no vamos a mentir.

Nos quedamos bebiendo más de la cuenta y hablando, más bien criticando, hasta las tantas.

Lo demás era historia, solo Belinda podría narrar cómo siguió la noche.

Dueño de mi vida Where stories live. Discover now