Capítulo 6

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Lara Gutiérrez

No sabía ni cómo sentirme al respecto. ¡Ni siquiera había bebido tanto como para estar alucinando! Joder, definitivamente tenía a Fernando Camacho diciéndome que me iba a salvar el futuro...

Solo esperaba que no quisiera que le agradeciera de alguna forma inusual o algo por el estilo, desconfiaba de los tíos que irradiaban tanto poder.

—¿Te puedo invitar a beber algo? —me sonrió a medias, llevándose una mano a la nuca, casi con incomodidad—. Sé que no cambiará nada pero me gustaría hacerlo.

—¿Te gustaría hacerlo por compromiso, educación o...?

—Simplemente porque quiero hacerlo —chasqueó su lengua—. Pero tranquila, no es una obligación, solo te estoy invitando. No voy a llorar si me rechazas.

—Eso solo lo dices para quedar de guay, es más que obvio que cuando regreses al hotel te encerrarás a llorar porque no estás acostumbrado a que te digan que no —me burlé, queriendo destensar la situación. Funcionó, porque me dedicó una sonrisa divertida, hasta los ojos le brillaron con cierta malicia que me resultó interesante.

—Espero entonces que no quieras hacerme llorar —alzó sus cejas.

Bueno, la idea resultaba tentadora, la verdad... Pero no estaba yo en posición de hacer llorar a nadie, y había llorado yo suficiente ese día y no se lo recomendaba a nadie. Así es que tuve los ojos irritados durante horas, de solo mirarme al espejo me volvía a deprimir y me entraban ganas de seguir llorando. En algún momento paré, la verdad es que no sé si fue por falta de lágrimas o por voluntad propia. Probablemente lo primero.

—No soy tan mala —le guiñé un ojo, sin saber de donde había sacado yo ese atrevimiento y me dirigí hasta la barra, él me siguió de cerca, aunque no lo viera sentía su presencia, era difícil ignorarlo.

"¿Quieres que lo pongamos también en práctica?"

Maldito sea el momento en que decidí que salir con Iria y su novio era una buena idea, porque gracias a su numerito cachondo ahora no podía borrarme de la mente esa insinuación por parte de Fernando. ¿Él había dicho eso en serio o solo fue una manera extraña de comenzar la conversación? Menuda manera de romper el hielo tenía el chico, ¿eh?

Ponerlo en práctica...

Besarme. Besarlo. Besarnos.

—Ponme otro de estos, por favor —pedí a la camarera, ella me sonrió mientras iba en busca de la botella para volver a servirme.

Los ojos de mi acompañante estaban fijos en sus movimientos, casi analizando cada uno de ellos. Me intrigó al instante.

—¿Por qué lo haces?

—¿Qué cosa?

Todo.

La verdad es que muero por saber la razón detrás de cada una de tus acciones.

—Eso —farfullé, haciendo gestos con mis manos que pareció interpretar bien.

—Me gusta tenerlo todo bajo control —se limitó a responder, todavía con esa sonrisa ladeada en los labios que derretiría a cualquiera. Si, a mi incluida, porque desgraciadamente me gustaban los hombres... Y este hombre estaba de muy buen ver—. Además, en una discoteca siempre hay que tener ojo con las bebidas, sabe Dios lo que pueden echarte en ella y hacer contigo después lo que les dé la gana, cuando no tengas voluntad sobre tu propio cuerpo.

—Ese es un gesto muy bonito de tu parte, pero tenerlo todo bajo control a veces es... estresante —me encogió de hombros—. Opino que deberías de soltarte un poquito más.

—No tienes ni idea de lo que opinas —tomó mi vaso una vez servido y le dio un trago a su contenido antes de extenderlo hacia mi—. Invito yo, Lara.

Que bien sonaba mi nombre en sus labios, maldición. Nunca pensé que me gustaría tanto oírlo como hasta este momento.

—¿O prefieres que te llame Lariña? —pronunció con ese falso acento gallego que por poco me deja tirada en el suelo.

Nueva debilidad encontrada.

Definitivamente no voy a dejar que me llame de otra manera que no sea Lariña.

—Si, la verdad es que viniendo de ti prefiero que me llames así, suena muy bonito en tus labios —solté.

No acababa de decir eso.

Su sonrisa se ensanchó, claro que si, irradiaba orgullo pero no estaba presumiendo esta vez. Al parecer no todo era fachada, los hombres así también tenían su lado humano, menos mal.

—Lariña —saboreó en sus labios mientras asentía—, si, a mí también me gusta. Suena muy gallego y es precioso para referirse a una preciosura como tú.

Me guiñó un ojo antes de apoyar sus codos en la barra y pedir también para él, la camarera estaba que le temblaban las piernas y no era para menos, pero él fingió no darse cuenta porque no tenía ninguna intención con ella esa noche.

Las tenías conmigo.

No era tonta, todo eso no estaba siendo solo amabilidad, este hombre realmente se creía que íbamos a terminar en una cama él y yo... Pero estaba equivocado. Mi trabajo siempre iba a ir por delante de mi vida sexual, no importaba cuanto me gustara físicamente. Un cuerpo es un cuerpo, hay miles en los que buscar placer, pero el trabajo es un tema serio con el que no podía jugar a la ligera... Y menos en el punto en el que estaba.

Además, si me acostaba con él empezarían a correr rumores de que lo que tenía era por él. Y no quería eso. Básicamente estaba estudiando para no depender de nadie, especialmente de ningún hombre, no podía permitir que viniera él a arruinar eso.

No importaba que Iría dijese semejante estupidez, se le soltaba la lengua cuando bebía de más y se descontrolaba.

—¿Cuáles son tus intenciones? —pregunté sin rodeos—. Por favor, ve al grano porque no quiero que esto sea confuso y que alguno de los dos termine mal.

—No sé de que me estás hablando. Nos hemos encontrado por casualidad, te prometo que no ando tras tus pasos... No tengo ningún plan hecho con mis intenciones, si tiene que surgir algo entre nosotros dos, surgirá —murmuró con toda la naturalidad del mundo—. No te estreses por eso, no soy un chico al que le gusten los problemas.

—Lo que es curioso, porque yo suelo atraerlos todos.

—¿Acabas de insinuar que soy un problema? —me miró, divertido con mis palabras.

—Yo no haría tal cosa, señor Camacho —respondí de igual manera.

—Solo llámame Nando —pidió—, hay poca gente que me llama así y me gustaría que tú fueras una de esas personas.

Así que esto estaba siendo una presentación oficial, ¿no?

—Un placer, Nando —susurré, mirándolo a los ojos.

—El placer es todo mío, Lariña —tomó mi mano, sin romper el contacto visual, y la llevó a sus labios para dejar un beso en esta.

Suficiente para desatar el caos en mi interior.

Dueño de mi vida Where stories live. Discover now