Capítulo 34

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Lara Gutiérrrez

Me dolía la cabeza, sentía el estómago lleno, si me movía tan solo un poco podría jurar que vomitaría todo lo que había comido el día anterior.

El alcohol nunca era la solución a nada, ¿quién me habría mandando a mi beber?

Me quejo, todavía incapaz de abrir los ojos, y eso es suficiente para que la mano de Nando se pose en mi cabeza para acariciarme el cabello.

—Tómatelo con calma, las resacas son duras —su voz no parece de recién levantado, lo que me llevaba a la pregunta de "¿qué horas son?", Dios mío soy una irresponsable.

Sabía que tenía trabajo y aún así me puse a beber, maldita inconsciente.

—Dura va a ser la bronca que me eche el jefe —murmuré a regañadientes, abriendo los ojos mientras me sentaba en la cama. Todo daba vueltas, necesitaría un momento para asimilar lo que ocurría.

—No es tarde —me hizo saber—. No son ni las ocho.

—¿Qué haces tú despierto entonces?

—No he dormido —admitió.

Por mi.

Había estado pendiente de mí toda la santa noche.

Otra razón más para sentirme culpable, claro que si, yo actuaba mal y él me seguía pagando bien todo. No lo merecía, era demasiado para mi.

—Deberías, no es sano pasarse tanto tiempo sin pegar ojo.

—No eres la más indicada para reclamarme a mi nada, Lariña —sonrió con los labios pegados mientras meneaba la cabeza—. Puedes darte una ducha, iré a prepararte un café y a mirar si tengo por ahí alguna pastilla para el dolor de cabeza. Ten cuidado de no resbalar en el baño, si necesitas ayuda solo tienes que gritar.

Sus labios presionaron mi mejilla para dejar un beso en esta antes de levantarse y salir de la habitación como si nada. Tardé unos segundos en reaccionar, la verdad es que si por mi fuera me quedaría en cama todo lo que restaba de mañana, pero desgraciadamente era adulta y me tocaba responsabilizarme. Fui directa al baño y le hice caso, me tomé una necesaria ducha, no especificó la temperatura pero yo sabía que el frío ayudaba a espabilar así que no me lo pensé. Apreté los labios para no quejarme, sentía como se me calaban los huesos, tomé el bote de champú de Nando y empecé a ducharme.

Al salir, casi temblando, me faltó poco para comerme el suelo. No tenía que apresurarme, las prisas nunca eran bien recibidas y yo era una torpe de campeonato, no podía jugar así a la lotería porque la ganaba seguro.

Es la primera vez, entre las que duermo con Nando, que tengo ropa limpia para ponerme. Había sido un acierto traer mis cosas el día anterior.

No tardo demasiado en arreglarme, iba para el trabajo no para una discoteca, lo importante para mi era ir sencilla y cómoda.

—Veo que ya estás —murmuró Nando al verme salir, estaba dándole vueltas al café con una cucharilla—. Anda, ven.

—Buenos días, ¿no? —inquirí al sentarme frente a él.

—Buenos días, Lariña —asintió en mi dirección mientras dejaba la taza junto a mi—. Esto es tuyo... Y esto también.

En la mesa había una pequeña pastilla de color blanco en la que no había reparado hasta que me la señaló.

—Gracias —susurré, tras aclarar mi garganta tuve la valentía de tomar la pastilla y meterla en mi boca para tragarla sin quiera saborearla—. Y disculpa por lo de anoche.

—No tienes que disculparte por absolutamente nada —negó con la cabeza—. Pero tenemos una conversación pendiente, no se vale huir de mi otra vez.

—Yo jamás huiría de ti.

Ah, no tenía que decirlo en voz alta.

El romántico en la relación era él, ¿quién era yo para quitarle el puesto?

La sonrisa de sus labios no era arrogante, más bien era sincera, la más sincera que había visto nunca. De esas sonrisas que si se dibujan en la boca pero que se muestran en todo el rostro, sobre todo en la mirada, en aquellos ojos llenos de vida que me miran a mi.

Que bonitos cuando me miraban a mi, así.

Ya lo hablaremos cuando vuelva del trabajo —soy rápida en decir—. Ambos somos adultos y tenemos obligaciones que cumplir.

—Será cuando tú quieras, pero será —señaló, después miró la taza entre mis manos para indicarme que bebiera. Yo no era la persona más obediente del mundo, pero lo hice—. ¿Qué tal está?

—Demasiado cargado —arrugué mi nariz.

—Entonces está perfecto.

Perfecto para escupirlo, desde luego.

No me quedaba más remedio que beberlo así que lo hice con pesar, odiando su cara de burla hacia mí mientras lo hacía.

Puto Nando.

—Eres un desgraciado.

—Uhm, saliendo de tus labios hasta se escucha dulce —se mofó, guiñándome un ojo.

—Tengo muchos más adjetivos para ti, que conste.

—Estoy seguro de que si, eres una chica con una mente muy creativa, no los gastes todos ahora y guárdalos para cuando quieras insultarme de verdad. Puede que incluso me ofendas y todo.

Quiero enfadarme pero la verdad es que me ha hecho gracia y tengo que apretar los labios para no reírme, hacerlo supondría perder aquella batalla que había continuamente para ver quien de los dos tenía razón en algo.

—El día que los suelte todos te vas a cagar —amenacé, él fingió que le preocupaba.

Saqué mi teléfono, muerto desde anoche, para ver si había algo interesante que mirar a esas horas de la mañana. Lo primero que vi en notificaciones fueron los cuentos de mensajes de Ari y Belinda, al parecer también habían madrugado, ni siquiera los leí porque nos veríamos en un rato. Después, por parte de Instagram, había una notificación que me hizo palidecer.

Calíope de Jesús había comenzado a seguirme, pero además también me había enviado un mensaje que no estaba dispuesta a abrir por el momento.

—¿Y esa cara?

—No es nada —mentí, porque era más fácil que decir la verdad—. ¿Me acercas al restaurante?

Torció los labios en señal de que no me habría creído ni siquiera un poquito, pero no insistió.

Dueño de mi vida Donde viven las historias. Descúbrelo ahora