Capítulo 4.

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Capítulo 4

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Capítulo 4.

—Hola a todos —el doctor Andrés Wayne nos saludó—. Paso por aquí para saber cómo siguen —soltó un pesado suspiro y sonrió forzosamente, ya que evidentemente estaba abatido por la muerte de Adrián.

—Bueno, dentro de lo que cabe, supongo que estables, doctor Wayne —mi padre se encogió de hombros desde su posición.

Mi madre y mi hermano permanecieron en silencio al igual que yo. La realidad era que no tenía ganas de continuar hablando. Si pudiera, solo me encerraría en mi habitación para llorar por horas y horas sin parar, echándome a morir en la impotencia y dolor que me carcomía por dentro.

—Joven, ¿qué hace aquí? —el doctor Andrés Wayne frunció el ceño al ver que Jimmy estaba con nosotros en la habitación. Sin embargo, sacudió su cabeza y dijo—: Bueno, creo que eso ya no importa mucho —le restó importancia al hecho de que mi hermano había accedido al interior del hospital por ciertas conexiones que ya sabíamos—. De todas formas, así podremos administrarle la vacuna ANDY-23.

—Bueno, ya que mi nombre se quedó en el olvido para una vacuna mundial, lo menos que puede suceder es que yo sea uno de los primeros en inyectarse la cura —bufó.

—En realidad, aunque la última letra fue por los apodos de tu hermana y Adrián, también pensé en ti, muchachito hablador —mi padre le gruñó, pero al ver que ambos discutían como siempre, supe que poco a poco las situaciones entre mi familia volvían a la normalidad—. No olvides que tu nombre termina con "Y" —soltó un pesado suspiro—. La mayoría del tiempo me inflas las pelotas, pero también te tengo en cuenta y estoy muy orgulloso de que seas mi hijo.

De repente, y sin esperarlo de ambos, se mostraron más sentimentales que nunca y se abrazaron con cariño.

—De verdad que los extrañé muchísimo —se expresó Jimmy—. En algún momento se me pasó por la mente que no los volvería a ver y que no volveríamos a ser una familia unida.

Mientras mi padre lo calmaba con palabras alentadoras y llenas de esperanza, mi madre los miraba con amor mientras algunas lágrimas se escapaban de sus ojos al mantenerse en silencio. El doctor Andrés Wayne, sin embargo, bajó la cabeza y presionó los labios al ver la emotiva imagen. Mi corazón volvió a torturarme en un profundo dolor lleno de nostalgia al darme cuenta de que pensaba en su hijo, al igual que yo lo hacía, ya que lo único que tenía en mi mente eran sus ojos claros grabados en todo mi ser.

—Bueno, ya que se encuentran estables, aprovecharé el momento y yo mismo le administraré la vacuna a su hijo, señor Doménech. Iré por el equipo de vacunación y también ordenaré que un médico obstetra examine a la doctora Doménech por su embarazo.

Saber que mi hermano recibiría la cura me hacía sentir un poco de felicidad, porque era el único de los Doménech-Losada que faltaba por administrarse la vacuna, ya que a mi madre se la habían administrado cuando estuvo recluida en el hospital en Francia junto a mi padre y mi suegro.

—Gracias, doctor Wayne —le dije sin ánimos, intentando estirar mis labios en una leve sonrisa de agradecimiento.

🔹

Después de un par de horas intentando descansar en la misma habitación que mis padres y mi hermano, no pude lograr tan siquiera cerrar los ojos. Ellos dormían profundamente en las respectivas camas y Jimmy dormía sobre un sofa junto a la cama donde yo me ubicaba, ya que se sentía un poco exhausto por los efectos de la vacuna que le había administrado el doctor Andrés Wayne.

Evidentemente, también me sentía exhausta, pero después de que el médico obstetra se presentó para examinarme y realizarme ciertos análisis, solo era capaz de pensar en la diminuta cosa que albergaba en mi interior. Necesitaba saber que todo estaba bien, ya que la incertidumbre me carcomía por completo.

De hecho, la incertidumbre incrementó en mí cuando el doctor Andrés Wayne volvió a entrar a la habitación junto al médico obstetra que se había hecho cargo de mi caso clínico mientras seguíamos recluidos en el hospital.

—Bueno, doctora Doménech... —el médico obstetra me miró con cuidado—. Oficialmente, puedo decirle que efectivamente está embarazada. De acuerdo a los análisis que he podido examinar hasta el momento, el proceso de gestación está transcurriendo con normalidad.

De repente, solté el aire que contenía en mis pulmones sin darme cuenta. Por alguna razón, saber que continuaba embarazada, comenzaba a agradarme en lo absoluto. Como mis padres y mi hermano continuaban dormidos, asentí ante las palabras del médico obstetra para que continuara informándome.

—Todavía quiero realizarle un par de análisis para asegurarme de que el virus no haya afectado al feto.

—"¿Al feto?" —carraspeé y engrandecí los ojos—. ¿Qué quiere decir con "feto"?

Mi suegro y el médico obstetra intercambiaron miradas y luego volvieron a mirarme.

—Entonces, debo suponer que no lo sabe, pero usted está por cumplir ocho semanas de embarazo —me informó.

—¿¡Qué!? —tragué saliva—. Eso quiere decir que llevo embarazada casi dos meses. Esperaba un bebé desde mucho antes de ir a Francia —me dije a mí misma, aunque ambos médicos me escucharon con atención.

«Mierda, mis despistes y yo».

Sin embargo, eso explicaba el por qué de repente comencé a experimentar los síntomas en Francia, así que no tenía que ver con el hecho de que había vomitado el anticonceptivo.

—No lo entiendo. Tengo casi dos meses de embarazo —fruncí el ceño al negar con la cabeza—. En estos últimos días, lo menos que pensaba era en cuidarme, pero estoy segura de que hace varios meses atrás me cuidaba juiciosamente. Utilizaba mis anticonceptivos estrictamente.

—Bueno, doctora Doménech, como usted sabrá, son situaciones que pueden ocurrir aún cuando se realiza el uso casi correcto, por no decir "completamente correcto", de los anticonceptivos. Aunque estos se ingieran de manera consistente y correcta, todavía existe la probabilidad de un 0.05 a 0.03 por ciento de tener un embarazo —se encogió de hombros—. Los métodos anticonceptivos son muy eficientes, claro está, pero no perfectos. Sin mencionar que la alta frecuencia de actividades sexuales es uno de tantos factores para que ocurra este tipo de casos. Hay más factores, pero ese factor es uno de los principales —enarcó las cejas y me ruboricé al sentir que me reñía con amabilidad—. Créame cuando le digo que casos como el suyo son más comunes de los que cualquiera puede creer.

«Yo tenía el doble de actividades sexuales», pensé. «No, quizá el triple». Mi subconsciencia no dejaba de recordarme cuánto sexo desenfrenado había tenido con el hombre que amaba.

Tratando de asimilar lo que ocurría con mi embarazo, le respondí:

—Si tengo casi ocho semanas de embarazo, lo que equivale a dos meses, supongo que muy pronto podré saber el sexo del bebé —asumí al soltar un largo suspiro.

—De hecho, a partir de la sexta semana se puede saber, pero para una mayor fiabilidad le recomiendo cumplir por completo las ocho semanas para que esté segura —respondió.

Era consciente de que todo lo que me ocurría en cuanto a mi embarazo sucedía muy rápido para poder asimilarlo, pero estaba segura de que quería estar preparada para saber el sexo del bebé, porque fuese lo que fuese, lo amaría con todo mi ser.

MCP | La Especialidad ©️Where stories live. Discover now