Capítulo 6.

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Capítulo 6

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Capítulo 6.

—Nere, me alegra saber que todo está yendo bien con el bebé —me dijo Jimmy al posar su mano sobre mi vientre—. Todavía no puedo creer que ya casi tienes dos meses de embarazo.

Cuando mi familia despertó, no dudé en contarles sobre los nuevos detalles de mi embarazo. Ni yo misma podía creer que ya estaba por cumplir ocho semanas en gestación. Sin embargo, aunque mis padres y mi hermano se mantenían atónitos, estaban realmente felices por mí y por el hecho de que se sumaría un nuevo miembro a nuestra familia.

—Hija, es una bendición que mi futuro nieto esté bien —dijo mi padre, quien se encontraba en pie y junto a mi madre, a un lado de la cama donde yo reposaba.

—"Nuestro nieto", Juan Antonio —remarcó mi madre—. Nuestro nieto.

—Bueno, ¿y qué les hace creer que será un varón? —bufó Jimmy—. También existe la posibilidad de que sea una niña.

—Sea niño o niña, se le amará igual —añadió mi madre y percibí que sus ojos brillaban con cierta ilusión.

En ese momento, el doctor Andrés Wayne y el médico obstetra entraron a la habitación con unos documentos y un sobre que los protegía.

—Doctora Doménech, aquí le entrego los análisis clínicos que se le han realizado y la ecografía que le realizó el médico obstetra —dijo el doctor Andrés Wayne al acercarse a mí con cuidado—. Estoy seguro de que querrá ver las primeras imágenes del bebé que espera —me entregó el sobre, ya que en el interior se encontraban las imágenes realizadas por la ecografía inicial.

«¿Qué sí querría verlo por primera vez? ¡Por supuesto que sí!».

—Como le indiqué hace unas horas, el proceso de gestación está transcurriendo con normalidad y el feto está en formación —me informó el obstetra—. De hecho, por eso he podido determinar su tiempo de embarazo y le mencioné que existe la probabilidad de que muy pronto pueda saber el sexo del bebé. En algunos casos, se puede conocer a partir de la sexta semana, pero usted está por cumplir las ocho semanas exactas. Una vez que cumpla esos dos meses de embarazo, hay una mayor posibilidad de saberlo.

—Entiendo —asentí lentamente, aunque mi corazón sentía algunas chispas de esperanza cada vez que debía hablar sobre mi embarazo—. Bueno —miré a mi familia—, la verdad es que, a pesar de todo lo que está pasando por mi mente en estos momentos, debo admitir que me emociona saber el sexo de mi bebé, sea niña o niño. Eso no importa —sonreí levemente, aunque continuaba sintiéndome sumamente triste y debastada.

No obstante, un instinto que incrementaba cada vez más en mi interior, me hacía consciente de que mi dolor podría afectar mi embarazo de alguna manera, pero tampoco podía evitar sentirme realmente mal. Había perdido a la mitad de mi vida en Francia y solo saber de la existencia de una hija o hijo con el hombre que amaba, lograba que yo sacara fuerzas de donde ya no las tenía.

—Aún no puedo creer que esto me esté pasando —dije para mí misma al mirar las imágenes de mi diminuta cosa en mi vientre—. Es... —tragué saliva al apreciar lo que había realizado la ecografía—. Es mi bebé —de repente, un sentimiento de amor y nostalgia se mezcló en lo más profundo de mi ser.

Saber que estaba embarazada era algo nuevo y desconocido para mí, pero verlo y comprobarlo con mis propios ojos era un sentimiento que iba más allá de lo que jamás hubiese esperado. Iba a ser madre y ya podía comenzar a acariciar la idea de que así sería para siempre.

De repente, tocaron la puerta de la habitación y me alarmé, pensando que serían mis amigos que habían venido a verme.

«¿Serían Damián, Gloria y Kenneth?».

—Siento mucho si es molestia —nos dijo el doctor Andrés Wayne—, pero le he dicho a mi esposa y a una acompañante que podían pasar a ver a la doctora Doménech —se explicó un poco avergonzado—. Sé que me he tomado el atrevimiento, pero realmente estaban desesperadas por verla. Y, ya que se encuentran muy mal con la noticia de la pérdida de Adrián, creí que sería bueno para ellas el que puedan compartir este momento tan especial —aclaró al bajar la cabeza—. No se preocupen. A ambas ya se les administró la vacuna y no hay riesgos de contagio.

Asentí ante la explicación de mi suegro. En ese momento, se presentaron las madres de Adrián, Marcella Milán y Johanna Jiménez. Me sorprendí, ya que no esperaba verlas juntas. La madre biológica se mostraba tímida, pero apesadumbrada. No obstante, la mamá adoptiva intentaba ocultar sin éxito el dolor de su pérdida. Ambas se veían afligidas y con los ojos hinchados y rojos, evidenciando que habían estado llorando desconsoladamente.

—Hola... —carraspeé—. Hola a las dos —corregí y estiré mi mano para que se acercaran—. Sé que no debo preguntar cómo se encuentran. En especial, usted, Marcella —mis ojos se humedecieron—. Pero me llena de mucha fortaleza que estén aquí en este momento tan difícil para todos.

Marcella ni siquiera podía hablar, solo asentir. Johanna, sin embargo, intentaba mediar algunas palabras, pero al final solo podía mostrar cómo sus lágrimas rodaban sobre sus mejillas.

Todo resultaba extraño para mí, porque era una mezcla de emociones entre la tristeza y la esperanza. No obstante, me sentía apoyada por todos los seres queridos que me rodeaban y eso era lo que más importaba en el momento. Era lo único que me llenaba de fuerzas para no caer en un profundo abismo sin fin.

En ese preciso instante, el teléfono del doctor Andrés Wayne sonó. A pesar de que estábamos en un momento familiar, él no dudó en observar la pantalla del artefacto debido a la situación que se vivía en el hospital.

—Discúlpenme un momento —se excusó—. Es Frankie, el chófer de mi hijo —nos avisó y se alejó un poco para hablar por teléfono.

MCP | La Especialidad ©️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora