Capítulo 36.

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Capítulo 36

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Capítulo 36.

—Todavía no me voy a venir —me dijo cuando agarró mi cuello con vehemencia y continuó embistiéndome con rudeza, haciéndome gritar con fuerza.

Por suerte, era un alivio que en el momento estuviésemos solos en la casa. Sin embargo, cuando largos minutos transcurrieron y el sonido del coito era sonoro en el salón de música, ambos ya estábamos bañados en sudor y con una hambre de sexo que no parábamos de saciar.

—Date la vuelta y dóblate —me ordeno con la voz ronca y con desesperación cuando se apartó un poco de mí para que pudiera girarme sobre el piano—. Eso es —palmeó mis nalgas con fuerza y, antes de colocar su pene sobre mi ano, lo escupió y lo llenó de saliva, sujetando mi pelo con fuerza mientras terminaba de introducir su pene por completo—. ¿Esto es lo que esperabas de mí en tu estado de embarazo? —susurró en mi oído y tiró del lóbulo de mi oreja con sus dientes.

Me relamí los labios, sintiendo cómo su dotado miembro invadía mi ano, mientras que apenas intentaba recuperarme del primer orgasmo que me había hecho experimentar.

—Dios, Aly —gruñó al penetrarme lentamente mientras tiraba de mi cabello—. Juro que quiero dejarte este culo rojo y marcado —palmeó una de mis nalgas con fuerza, continuando con sus embestidas.

Así se mantuvo por largos minutos, minutos que volverían a hacer que llegara a otro orgasmo, pero de forma anal. Los gemidos de ambos resonaban por todo lo alto en el salón de música. Podía sentir cómo la respiración de Adrián se encortaba cada vez más. Sabía que estaba a punto de estallar al igual que yo.

Un delicioso escalofrío que se me hizo reconocido, recorrió mi columna vertebral y el mareo comenzó a apoderarse de mi casi nula consciencia. Podía jurar que me desmayaría en cualquier momento de tanto placer que experimentaba.

Entre los latidos de mi clítoris por el orgasmo anterior, el escozor de mis nalgas por los azotes de Adrián, sus penetraciones que me llenaban e invadían mi ano con agilidad...

Empujaba una, dos, tres, y más azotes sobre mis nalgas recibía de su mano, mientras mantenía el ritmo en control y me poseía como una fiera salvaje en celo.

—Grita todo lo que quieras, bebé —me dijo al oído entre jadeos—. Nadie puede escucharnos —sujetó mi quijada y giró mi rostro desde su posición para besarme y meter su lengua en mi cavidad oral para jugar con la mía.

Cuando ambos estallamos en un orgasmo abismal y su líquido caliente invadió mi ano, gruñó y maldijo incoherencias mientras su respiración se calmaba. Tenerlo detrás de mí completamente vaciado y complacido también me hacía sentir llena.

Con mi mano temblorosa, al igual que nuestros cuerpos que yacían sobre el piano, acaricié una de sus mejillas y esperé que su respiración se acompasara con la mía cuando me desató las manos.

—¿Así está mucho mejor? —le sonreí al besar sus labios.

—Eso debería preguntártelo yo a ti, ya que te estabas quejando de que me mantenía al margen en el sexo por tu estado de embarazo —enarcó las cejas y percibí cómo sus ojos verdes se aclararon luego del arranque de lujuria que habíamos experimentado hacía unos segundos.

—Es que tú más que nadie sabes que porque tengamos sexo en mi estado de embarazo, no le sacarás un ojo a nuestro hijo —le puse los ojos en blanco cuando sacó su pene de mi ano y su semen comenzó a chorrear sobre la parte posterior de mis piernas.

Adrián enarcó las cejas ante lo que había causado, porque, sí, era responsable del desastre seminal que se asomaba entre mis nalgas.

—Creo que te bañaste en vano —se cruzó de brazos al ocultar una sonrisa—. Bueno, te he bañado, pero de mi lechecita.

—Después no quiero escuchar que no entiendes cómo pasó esto, don semental —señalé mi vientre abultado.

—Anda, lengua viperina —sujetó mi mano y resopló—. Regresemos a nuestra habitación. Prepararé un baño caliente para los dos. Además, debes estar hambrienta. Últimamente, comes más de lo normal.

—Ahora que lo mencionas, tienes razón —le dije al recoger nuestras ropas en sus narices—. Tengo muchísima hambre.

—Sé que sí —le dio un sorbo a un vaso de cristal lleno de whisky que lo había acompañado mientras tocaba el piano.

Las vistas eran maravillosas para mis ojos al admirar embobada cómo el ojiverde degustaba el líquido que bajaba por su garganta mientras continuaba mostrándome su cuerpo desnudo y trabajado lleno de sudor por mi culpa, una culpa que me gustaba asumir. El dios del sexo se veía impresionante, como si hubiera sido pintado en un cuadro de la era renacentista con toques eróticos.

—Bebé Andy también tiene hambre —le dije entre dientes.

En ese momento, su relajación se esfumó y escupió hacia un lado lo que restaba del whisky. Casi se ahogaba...

—¿Qué fue lo que dijiste?

—¿Qué? —fruncí el ceño—. ¿Qué dije?

—Dijiste algo como "Bebé Andy".

—Ah, eso.

—Sí, eso.

—¿No es maravilloso y tierno? —sentía que mis ojos brillaban ante los suyos—. Me gustaría que tenga un nombre parecido al tuyo.

—No.

—Sí.

—Ni siquiera sabes si se parecerá a mí. Cabe la posibilidad de que también se parezca a ti. Además, ¿cuándo pensabas decírmelo?

—Se me ha ocurrido ahora —besé sus labios y seguí mi camino con nuestras ropas hacia el exterior del salón de música.

Cuando se dio cuenta de que lo dejé con las palabras en la boca, me siguió.

—¿Ahora también me quitará mi apodo? Es increíble lo que ese ursurpador logra en ti —se quejó por lo bajo mientras sujetaba la caja acojinada con nuestros artefactos sexuales—. Me niego rotundamente a que su nombre se parezca el mío. He dicho ya.

🔹

Quince minutos después...

—¿Y por qué le pondrás Adrien? Es mi nombre en francés —me preguntó con curiosidad cuando estábamos tomando un relajante baño en la bañera estilo jacuzzi, yo recostada sobre su pecho mientras permanecíamos sentados.

—Primero, porque me gusta mucho tu nombre y sería muy bonito que tu primogénito tenga uno parecido. Además, suena muy bien para ser un nombre francés, el cual le hace justicia, ya que nos enteramos de su existencia en Francia.

—Gratos recuerdos que tendré de Francia para toda la vida —bufó con sarcasmo—. Al menos soy el primero en enterarme del nombre que le pondrás a ese ursurpador —suspiró más aliviado—. De alguna manera, tengo que aceptar que ese hecho me hace sentir bien.

Puse los ojos en blanco para mí misma, porque sabía que solo se estaba resistiendo y que su drama era parte de eso.

—Y no me pongas esos ojos en blanco cuando te hablo de esto tan serio —me riño por lo bajo, sin tan siquiera haberme visto que lo había hecho. Sin embargo, luego suspiró y dijo para sí mismo más que para mí—: Así que Adrien Wayne Doménech será el nombre completo de mi intruso...

MCP | La Especialidad ©️Where stories live. Discover now