Capítulo 30.

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Capítulo 30

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Capítulo 30.

La semana había transcurrido con más normalidad. Dentro de lo que cabía, claro estaba. Adrián y yo habíamos regresado a la mansión cada día después del trabajo y no desaprovechamos la oportunidad para disfrutar de nuestra privacidad, intimidad y, sobre todo, de nuestros momentos a solas. Él, más que nada, no quería perder las oportunidades que nos quedaban para disfrutar solo los dos.

También debía mencionar que las cosas entre Damián y Gloria se habían calmado un poco. Ambos intentaban mantener la cordura ante el embarazo inesperado que los dos estaban experimentando. Aun así, eso no los detuvo para continuar con su día a día en el trabajo. No sabía exactamente a qué acuerdo o conclusión ambos habían llegado ante la espera de su bebé, pero en todas las veces que mi amiga y yo hablamos luego de la situación en la oficina del penúltimo piso del hospital, realmente se escuchaba muy bien.

Sin contar que mis padres, mi hermano y la abuela Anita continuaban a salvo y en cuarentena luego que disminuyeron los niveles de contagio por el virus MERS Recov-2. La cura no solo comenzaba a expandirse por cada rincón de nuestro país, así como lo había acordado Adrián y nuestros padres con la Organización Mundial de la Salud, sino que también comenzaba a extenderse por cada parte del mundo. Sin embargo, la situación había causado que nuestros padres y Adrián estuvieran generando mucho dinero gracias a la patente de la vacuna.

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Según los nuevos informes investigativos, a pesar de que muchas personas han perdido la vida por los contagios masivos alrededor del mundo, aunque aún no se tiene una cifra estimada de las muertes, los niveles de propagación han comenzado a disminuir drásticamente por la inmunidad de grupo gracias a la nueva vacuna llamada ANDY-23, la cual fue diseñada y creada por el doctor Andrés Wayne, el doctor Adrián Wayne Milán y el científico Juan Antonio Doménech. Los tres con procedencia en Puerto Rico y que serán recordados a través de la historia de la medicina por el compromiso y...

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—Bien, ¿estás lista para el día de hoy? —me preguntó Adrián cuando bajó el volumen del radio.

Asentí al presionar los labios, aunque, en el fondo me sentía un poco nerviosa. Adrián había estacionado uno de sus vehículos en el aparcamiento exclusivo del hospital, justo por donde siempre tomábamos el atajo para entrar al edificio más rápido.

—Aunque eso debería preguntártelo yo a ti —me quité el cinturón de seguridad y giré un poco mi cuerpo para mirarlos a sus ojos claros—. ¿Estás listo para saber el sexo del bebé?

—No lo sé, pero ahí estaré en el momento que el obstetra nos diga qué será; contigo —sujetó mi mano y la presionó con calidez.

—Gracias, Andy —le sonreí e intenté mantener la calma al ver que estaba poniendo de su parte—. Sé que todo este proceso ha sido muy difícil para ti, pero valoro mucho el hecho de que estés conmigo en esto.

—Eso es más que obvio. Yo no podría dejarte, Aly. No puedo vivir sin ti, a pesar de que ya no seré el más importante en tu vida.

—Tú y él o ella lo serán todo para mí —le dije con ilusión.

—Al menos eso me alivia un poco —enarcó las cejas y su expresión de seriedad se relajó.

Cuando ambos salimos del vehículo, Adrián lo rodeó y sujetó mi mano. Ambos comenzamos a caminar por el atajo que nos dirigía hacia el hospital. Los dos vestíamos con nuestras habituales vestimentas de trabajo; él con uno de sus típicos trajes con su bata médica y yo con mi uniforme azul que también estaba cubierto por una bata blanca. El príncipe del bisturí y yo éramos como la meta soñada por muchos a nuestro alrededor, sin saber que todavía nos quedaban algunos problemas por enfrentar y algunos hilos por tejer.

—Hola, doctor Wayne —una mujer se acercó a él y lo abrazó de improvisto cuando estábamos a punto de acceder al edificio hospitalario—. ¿Recibiste mis mensajes? Te he estado llamando.

—Eh, lo sé —Adrián rascó su nuca y me miró un poco apenado—. Aly, ¿la recuerdas? Es la doctora Michelle Santiago.

Ella me sonrió vagamente, sin ganas de hacerlo.

—Hola, doctora Santiago —le estreché la mano con amabilidad, aunque ella se tardó más de lo normal en recibir mi saludo al observar cómo Adrián sujetaba mi mano con familiaridad.

—Bueno, ya no importa, porque al fin te encuentro aquí en el hospital —ella le sonrió con ilusión—. Hace tiempo que no hablamos. Desde que me trasladé de hospital perdimos nuestra comunicación como los buenos colegas que siempre hemos sido.

—Es cierto —él asintió—. De hecho, discúlpame si no he respondido antes. He estado muy ocupado con muchas situaciones que ha surgido de improvisto.

—Lo sé, me he enterado de alguna de ellas —le dijo, refiriéndose a la cura del MERS Recov-2, aunque no dejaba de mirarme de abajo hacia arriba.

—Bueno, si me disculpas, ahora mismo tengo que atender un asunto de mucha importancia —le informó Adrián.

Cuando él se despidió con un gesto de cabeza, volvió a sujetar mi mano con normalidad y caminamos hasta el interior del edificio con comodidad, ya que gracias al atajo habíamos entrado por una zona donde no habían muchos del personal y donde aún podíamos besarnos, mimarnos y tratarnos como lo hacíamos, como los novios que éramos.

—Hoy tengo un par de cirugías programadas, así como tú tienes tus turnos de práctica en el piso de cirugía. No podré verte hasta el anochecer, pero creo que será el mejor horario para saber los nuevos análisis del bebé y el sexo. Es muy probable que a esas horas las cosas estén más calmadas y podamos hacer esto lo más privado posible.

—Sí, tienes razón —asentí—. En eso estoy de acuerdo contigo.

—Entonces, nos veremos más tarde —nos detuvimos y posó una de sus expertas manos sobre mi mejilla. Luego posó un beso sobre mis labios—. Qué tenga un excelente día, doctora Doménech.

En cuanto nos acercamos a una zona donde abundaba el personal del hospital, cada cual seguimos nuestros caminos. Sin embargo, no pude evitar mirarlo a lo lejos con admiración y amor. Adrián Wayne, el príncipe del bisturí, era el médico cirujano que más deslumbraba a todos en el piso de cirugía, incluyéndome.

Sin embargo, no solo me sentiría deslumbrada por el hombre que amaba, sino que también lo estaría por nuestro hijo primogénito.

«Hoy sabré si eres ella o él», dije para mí misma al acariciar mi vientre levemente, sonriendo para mis adentros antes de enfocarme en mis deberes del día como médica.

MCP | La Especialidad ©️Where stories live. Discover now