Capítulo 5

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CAPÍTULO 5

Fue como una reunión escolar como cuando te recibe la directora y debes sentarte en uno de los asientos para escuchar un discurso. Bueno, al menos eso hacían en mi escuela.

Pero, esta vez se sintió mucho más incómodo porque todos parecían entusiasmados por ese discurso. En esta oportunidad no era una directora, era un hombre robusto de traje de tono marrón que nos había reunido a todos los postulantes en un auditorio que parecía más un teatro de los siglos pasados.

Me senté en una de las butacas afelpadas de color rojo. Las maletas fueron supuestamente llevadas a nuestras habitaciones una vez que nos pasaron lista a todos.

No sabía cuántos postulantes éramos, pero la edad variaba mucho. Había hombres y mujeres que rondaban los veintisiete, los cuales se sentaban a propósito en algunos palcos para vernos detenidamente.

Como si allá arriba tuvieran el poder escogernos.

Tenían atuendos elegantes como si estuvieran a punto de presenciar un espectáculo. Esmoquin y vestidos brillosos con peinados extravagantes.

Agaché la mirada en cuanto me percaté que se habían dado cuenta.

Dos chicas se sentaron junto a mí, pero me ignoraron completamente. A dos filas de mi asiento vi como el chico Telesco que me había advertido no decir nada de donde provenía, se sentó con su grupo de amigos y parecía muerto de risa por el comentario de uno de ellos.

Todos parecían tener un grupo y la única aislada era yo.

No sólo le había bastado al destino aislarme de donde vivía, sino, de la sociedad en sí. A partir de ahora mi futuro era una incógnita.

Me hundí en el asiento, lanzando un suspiro.

El director empezó a hablar. No sabia cómo llamarlo en realidad.

Se aclara la garganta antes de comenzar. De pronto el auditorio se vuelve un cementerio.

—Quiero darles la bienvenida a las promesas del futuro, a quienes darán color a nuestro pueblo y podrán satisfacer lo que aquí se ha venido a hacer tras nacer: éxito, dinero y poder...

¿Pero qué demonios era ese discurso? Mire la cara de la mayoría y todos parecían fascinados, ansiosos. Parecía que todos había esperado este momento en sus vidas.

—Pareces horrorizada—me susurró la chica de mi izquierda.

Giro la cabeza para mirarla. Está reprimiendo una sonrisa. Su cabello es rizado con un castaño particular, tiene unos ojos preciosos y un rostro de muñeca. Las perlas tanto en su collar como en los colgantes resaltaban su piel morena.

Me gustaba su vestido tono oliva con el escote recto que llegaba hasta sus tobillos.

—Lo estoy—susurré en el tono más bajo posible con tal de que sólo me escuchara ella.

—Bueno, no deberías. Esperamos años para que llegara este momento ¿no crees? —me alienta con entusiasmo.

No sé si fue por mi expresión involuntaria, pero se dio cuenta de inmediato que no coincidía con ella.

—Oh, veo entonces que eres de ese grupo de gente que no quiere saber nada con casarse—me dice al ver mi cara—. Yo soy de ese grupo, te estaba mintiendo para ver de qué lado estabas.

—¿Hay un grupo?

Pone los ojos en blanco.

—Claro que no—se ríe por lo bajo—. Es una manera de pensar que no muchos se atreven a decir en voz alta.

—Me siento muy pequeña para casarme—le confieso—. No estaba en mis planes, nunca lo estuvo.

Me observa como si me comprendiera. Me tiende su mano. Miro fugazmente las cicatrices de sus muñecas y vuelvo mi atención a ella. No se ha dado cuenta que he mirado de más y eso me alivia porque no pretendo iniciar esto con el pie izquierdo.

—Soy Rachel.

—Evangeline—estrecho su mano y nos soltamos.

—No te he visto nunca en el pueblo. Ni siquiera en la escuela ¿de qué pueblo te han transferido?

No sabia si mentirle o decirle la verdad. Luego recordé las palabras de ese tal chico Telesco y no me quedó otra opción.

—The Sun—miento, recordando uno de los pueblos que me dijo Allen.

Rachel alza las cejas.

—Madre mía ¿por qué una pueblerina de The Sun estaría en The Moon? —comenta una chica de cabello pelirrojo que está sentada a dos sillas de la mía—. Somos tan buenos en dejarlos entrar...—suelta con ironía.

Las amigas de la pelirroja aguantan una carcajada. Me siento mal por su comentario porque si son capaces de discriminarme con una mentira que no saben, no me quiero imaginar cómo se pondrán cuando se enteren que provengo de California.

—Púdrete Adíele —escupió Rachel—. Púdrete enserio.

La joven borra la sonrisa de su rostro y le enseña el dedo de en medio. Vuelve la vista al frente.

—The Sun es un gran pueblo como otros, pero a la gente de aquí no les suele agrada los transferidos.

«"Al pueblo de aquí" no les gusta absolutamente nada» pienso.

—Si, me advirtieron sobre eso pero no importa, creo que pronto lo olvidaran—sonrío, forzada a hacerlo y ella parece sentirse a gusto con mi comentario.

Una vez el discurso dado, salimos del auditorio a paso tranquilo porque hay demasiada gente intentando hacerlo.

Ya me parece insoportable como me están mirando y no soy la única, a varias chicas más las están mirando de la misma forma que yo: con desconfianza y desprecio.

—Oye, espero que...—Rachel intenta hablarme pero no logro escuchar lo siguiente porque salgo corriendo de forma inmediata a uno de los baños del palacio.

No sé cómo logro encontrar uno, pero cuando lo hago, me encierro en él y empiezo a vomitar en el retrete. Siento que se me sale el diablo.

—¿Evangeline?¿Estás bien? —me pregunta Rachel detrás de la puerta.

—Sí—logro responder y cuando intento decir algo más, mi cuerpo no lo aguanta y vuelvo a vomitar lo que desayuné.

Sentada en el suelo del un palacio con gente que me ha recibido de una forma que no se debe tratar a los nuevos. No quiero estar aquí.

Rompo en llanto. Extraño mi habitación, mi pequeña casita en la playa y mi libertad. Me arde el pecho. Es la primera vez que lloro. Estoy vomitando de los nervios que siento.

El suelo está frio, mi cara se siente fría y tengo un sabor horrible en la boca. Me arde el interior de la nariz y mi vista es borrosa por las lágrimas. Mi estomago está revuelto.

—¿Quieres que llame a alguien? —me pregunta Rachel con toda la paciencia del mundo.

—No. Gracias.

—Evangeline ¿tú no estarás embarazada?

—Sólo si me escogieran como la nueva Maria puede ser que sí.

Rachel se ríe ante mi comentario.

—Bien, comprendo. Disculpa la pregunta.

Me levanto del suelo y voy al lavabo. Veo mi rostro en el espejo. Es mi cumpleaños. Llegué al numero diecinueve y se supone que debería tener un gorro en la cabeza y debería soplar una vela, sin embargo, estoy en un sitio que no me gusta, con gente desconocida y ni siquiera tengo conmigo a mis padres.

Me lavo la cara, tengo un aspecto horrible. Retoco mi maquillaje una vez que enjuago mi boca con agua y apreto la cadena para que el agua se lleve también todo lo que he lanzado en el inodoro.

Que puto asco.

Salgo del baño y Rachel ya no está.

¿Qué me hizo creer que me iba a esperar? No hay nadie en el corredor, por lo que empiezo a caminar a la deriva.

En las sabanas de un TelescoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora