Capítulo 7

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 CAPÍTULO 7.

—¡Oh, Evangeline! —la exclamación de mi abuela resuena en la cocina, cargada de angustia, mientras se despoja de su bolso para correr hacia mí en un abrazo afectuoso.

Me precipito hacia ella, mis lágrimas fluyendo libremente, abrazándola con fuerza. Es difícil asimilar que está aquí, entre mis brazos. La emoción me abruma y no logro articular palabra alguna; simplemente lloro sobre su hombro, encontrando consuelo en su abrazo cálido. Siento su llanto empapar un lado de mi cabeza.

No hace falta el intercambio de palabras; nos quedamos en silencio durante un instante, envueltos en la intensidad del reencuentro.

—Estoy aquí, Eva —susurra ella, repitiéndolo varias veces.

Me separo lo suficiente para que pueda sostener mi rostro entre sus manos, mirándome directamente a los ojos. Está a punto de decir algo, pero su atención se desvía hacia Darya, Nathan y Alex, quienes asoman sus rostros curiosos en la cocina.

—¿Y ustedes quiénes son? —inquire ella, desconcertada.

—Nathan y Darya son mis amigos, y Alex es...

—El guardaespaldas de Evangeline, señora —interrumpe Alex, extendiendo la mano que minutos antes secó con su toalla. Mi abuela lo mira como si fuera el epítome de un chiste.

Aquí vamos de nuevo...

—Les pido encarecidamente que abandonen la casa —les exige con un tono agresivo que incluso me deja helada.

—Sí, señora —responden casi al unísono, recogiendo sus pertenencias.

—Abuela, son de confianza —insisto, aunque ella los mira como si los odiara con todo su ser.

Mantiene el silencio, observando cada movimiento de ellos. Los tres abandonan la casa sin siquiera dirigirme una mirada, dejándonos solas en la cocina.

—Nadie es de confianza en este pueblo, Evangeline —me advierte, sobresaltada, mientras busca algo en la nevera.

Opta por un jugo frío que Allen se ofrece a servirle en cuanto aparece. Sin embargo, mi abuela lo rechaza con un gesto que insinúa incredulidad.

—No, yo aún tengo manos para usarlas, querida. Retírate —afirma mi abuela, aferrando su mano a la jarra.

—Sí, señora. Lo lamento —se disculpa Allen, retirándose.

El tintineo de las pulseras de mi abuela resuena al chocar contra el mango de la jarra de jugo. Tras servir el contenido en un vaso, lo bebe de un solo trago. Suspira al terminar y vuelve a clavarme sus ojos café.

—Te sacaré de aquí aunque me cueste la vida. Seguramente tu madre lo intentó y por eso la mataron —jura, con lágrimas en sus ojos y un temblor en la voz que resquebraja mi interior—. No me trago la autopsia que insinúa que manejaba borracha y murió. Yo conocía a mi hija. No haría algo así. Los secuestran en este pueblo en contra de su voluntad, los hacen vivir como reyes para luego quedarse con la fortuna que tu padre obtuvo de la nada. No me sorprendería que intenten matarte a ti y a tu padre. Incluso a mí. Porque nadie aquí es tu amigo, Evangeline. Tus amigos están en California. Guárdalo en tu cabeza.

Tiene razón. En todo. Solo puedo asentir con la cabeza al escucharla. Este pueblo te consume tanto que, a veces, es imposible ver la realidad.

Mi abuela suspira de nuevo, suavizando su expresión al notar mi silencio. El nudo en mi garganta es tan grande que ni siquiera puedo articular palabra.

—Evangeline, lo que le pasó a tu madre tiene un por qué —coloca sus manos sobre la isla—. Y con el dinero de tu padre, quizás podamos contratar a alguien para que averigüe exactamente qué sucedió.

En las sabanas de un TelescoWhere stories live. Discover now